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El estanque. chapa y pintura (Roberto Pajares Pájaro y Francisco Gestal). 2023. Fotos de F.G. |
A pesar de sus dimensiones, el estanque no tiene fondo ni límite conocido. Rodeados de bosques y montañas, en chapa y pintura aspiramos al final de la última primavera a construir un "jardín de agua", una pieza para instalar sobre el suelo de un lugar acotado, -sobre cualquier lugar-, ahondándolo y dándole movimiento y rumor a través de la vibración luminosa de su vegetación. En una época de "exhibiciones inmersivas" por doquier renunciábamos a tan pretenciosa moda y nos tiramos de cabeza a la poza: echaríamos buena parte del verano a bañarnos directamente en la naturaleza, inmersiva y envolvente por definición y (esta sí) de verdad.
Los primeros dibujos y fotografías surgieron de una visita a la alberca de los nenúfares del Botánico de Madrid. La horizontalidad dominante del conjunto, la estructura radial de la nervadura de sus hojas y la peculiaridad de sus bordes, imperfectos como cortados a soplete, era lo que buscábamos, y la posibilidad de jugar con los tamaños y formas de las hojas nos permitiría actuar con patrones relacionados y cambiantes, articulados a conveniencia.
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Claude Monet. El estudio de la barca. 1876. |
La referencia visual, evidentemente, era Claude Monet, que dedicó buena parte de su fecunda vida creativa a pintar las ninfeas (que es la palabra que utilizan los franceses para referirse a nuestros nenúfares) del jardín que se hizo construir en Giverny (unos 250 cuadros en total de tamaños muy diversos, que llegan hasta los 2,20 x 6 metros en el caso de los recogidos en la Orangerie de las Tullerías de París, iluminados por luz natural sabiamente tamizada) .
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Claude Monet en su estudio, pintando ninfeas. |
El proceso de elaboración fue mucho menos placentero de lo previsto, y Pájaro cortó, moldeó y repujó con mano sacrificada y maestra, creando herramientas y soportes adecuados para conducir el rígido cobre hasta la flexible dulzura vegetal que pretendíamos.
La reiterada exposición al fuego produjo en el material sorprendentes irisaciones, más o menos incontroladas y siempre bienvenidas, y el martillo llevó a las partes a formar un conjunto muy satisfactorio, aunque, como casi siempre ocurre y en general para bien, distante de nuestras intenciones iniciales.
Las diecisiete hojas reposan sobre dos metros cuadrados de una preciosa chapa de hierro negra, con unas sorprendentes "aguas" que la mueven y ahondan hasta hacerla insondable, a lo que ayuda el viejo truco de depositarla sobre ocho cilindros de hierro que la elevan del suelo y generan un perímetro difuso y sombrío. La oxidación que sufrió en el tormentoso viaje desde la ermita de Lomos de Orios hasta el Museo de Jaén le sentó francamente bien. Durante todo el proceso huimos como de la peste de la amenaza de "lo bonito", porque al menor descuido se presentaba un indeseable ramalazo "modernista" o el puntito kitsch del mal gusto universalizado. Tu dirás, paciente lector, si conseguimos mantenerlo a raya. Ese fue nuestro empeño, en cualquier caso.
Una vez más hemos de agradecer el emplazamiento que nos proporcionó el Museo de Jaén, en la sala que acoge el tesoro escultórico del yacimiento íbero de Cerrillo Blanco (Porcuna). El estanque, en medio del imponente túmulo funerario, sobre el pavimento cobrizo, parece acorde con la representación de otros placeres efímeros de los que los
guerreros se quisieron rodear para afrontar el viaje eterno, aspirando a que el vívido recuerdo de lo que gozaron en vida se lo hiciera más llevadero.
Ojalá que la tierra les haya sido leve.