Un nuevo mural de Banksy apareció hace unos días en las paredes de los Tribunales Reales de Justicia, en Londres. Representaba a una figura con peluca y toga judicial aporreando con su mazo de autoridad a un manifestante caído en el suelo, al que provocaba una herida sangrante que manchaba su pancarta.
Se ignora qué "poder" puso en marcha la depuración iconoclasta, pero, en cualquier caso, y como siempre, el remedio fue peor que la enfermedad, y ahí queda como un patético ejemplo de disparo en el pie de los que nos tienen acostumbrados los gobiernos, por iniciativa propia o siguiendo las órdenes de los jueces, que, en Londres como aquí, pueden y hacen.
No duró mucho. Las autoridades rápidamente cubrieron toda la escena con plástico protector, colocando seguridad y barreras metálicas frente a ella para ocultar la imagen mientras se borraba.
La aparición de la pintada se produjo pocos días después de la detención de más de 900 personas (incluidos ancianos e inválidos) participantes en una manifestación en contra del genocidio que el estado de Israel perpetra impunemente en Palestina, aunque la obra en sí no mencionaba ninguna causa específica.
Los patéticos intentos de censura fueron poco eficaces, y un tumulto de curiosos, periodistas y ciudadanos discrepantes acompañó ruidosamente el enternecedor esfuerzo de la desbordada autoridad, que desarrolló un operativo digno de mejor causa. Para cuando acabó la chusca performance ya se había enterado de la denuncia y del atropello todo el mundo.
Se habla mucho de la habilidad comunicativa de Banksy. "Elegir el muro del tribunal lo es todo. Un juez que ejerce violencia contra la propia sede de la justicia convierte la arquitectura en una declaración. No se puede separar el mensaje del mortero. El manifestante caído no es solo un personaje; es un retrato de la rebeldía respondida con violencia, de la negación de la libertad de expresión."
"Destruida, la obra ya se ha convertido en una de las imágenes más vistas de internet. Algo "físico" rápidamente se vuelve efímero, pero la denuncia deviene permanente. Opera en un espacio entre lo vandálico y lo virtuoso, anónimo pero inconfundible. La acción trasciende su ubicación física para convertirse en parte de un léxico cultural compartido y universal".
"Destruida, la obra ya se ha convertido en una de las imágenes más vistas de internet. Algo "físico" rápidamente se vuelve efímero, pero la denuncia deviene permanente. Opera en un espacio entre lo vandálico y lo virtuoso, anónimo pero inconfundible. La acción trasciende su ubicación física para convertirse en parte de un léxico cultural compartido y universal".