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martes, 24 de noviembre de 2020

Nanas para Federico, de la mano de Jorge Padín y en la voz de Elena Aranoa

Todas las fotografías, salvo las mencionadas expresamente, son de Nando Ruiz. 2020.
Federico García Lorca -siempre vivo, siempre rico, siempre sugerente, siempre fértil-, es un tesoro inagotable de nuestra cultura y para nuestro idioma, y todavía, ochenta y cuatro años después de su asesinato, sigue siendo una fuente deslumbrante de sorpresas que enriquece nuestro presente, cualquiera que sea el punto de vista y la intención desde la que se aborde su asombrosa obra.
Junto al inmenso poeta, en el substrato de su prodigioso teatro, ligado de manera perfecta y delicada, hay un Lorca menos conocido, que es el enamorado estudioso de la cultura popular, de las canciones, del sonido de las ciudades, de las tradiciones, de “la clave inefable de la sustancia poética" de España. Y dentro de estas, también, de las nanas, un género idóneo para aprender, desde la cuna, en los brazos más acogedores, la música, la sentimentalidad, las cadencias, los ritmos elementales, las palabras, la poesía de un país diverso, cruel y lleno de contrastes.

Los españoles (como la mayor parte de los otros europeos) conocemos más y mejor la labor de folcloristas como Harry Smith y Alan Lomax, o los Folkways Records de la Smithsonian Institution, que el esencial trabajo de Demófilo, Agapito Marazuela, Bonifacio Gil o el propio Federico, que, para ser “popular” y contemporáneo ha tenido que esperar a que un canadiense sensible y de mente abierta lo haya puesto (en inglés) en música (vienesa). Algo habrá, en nuestra actitud colectiva, de mala educación (en sentido literal), de complejo de inferioridad, de desubicación, de falta de amor propio (y por lo propio, por la herencia recibida, de amor al propio idioma), para aceptar acríticamente esta servidumbre colonial voluntaria a las pautas culturales que dicta el imperio de la economía.

Por eso es tan importante y digno de apoyo el trabajo teatral y discográfico que durante este inagotable año de pandemia, contra viento y marea, ha puesto en pie la compañía Ultamarinos de Lucas y la cantante Elena Aranoa a partir de la conferencia que Federico dedicó a las canciones de cuna españolas, ese juego entre poético y musical que debería servir para “dormir al niño que no tiene sueño”. Un juego de sugerencias, que se juega con juguetes vivos, llenos de latidos, gracias al “soplo de la melodía”, la emoción y el dramatismo de la historia, al rítmico balanceo del cuerpo, al básico compás del corazón. 

La variedad asombrosa de mínimas gemas, pulidas, brillantes, ha sido engarzada a la perfección en el espectáculo que titulan Las nanas según Lorca, y Elena Aranoa lo canta tan bien, tan brillante, tan vibrante, tan hermoso, que pienso que nunca lograría el propósito de dormir a un niño, porque lo mantendría ojo avizor, despierto esperando más y más dulzura, aspirando a que siga el juego, a que la complicidad dure otro rato más. Ha realizado un trabajo de investigación magnífico (impagable e impagado) sobre el oculto repertorio solo apuntado en la conferencia, un trabajo muy de agradecer que pone en pie admirablemente sirviéndose de la guitarra y de unos pocos elementos de percusión elemental a los que extrae virtudes insospechadas.

Jorge Padín, que representa a Federico, es, ya lo sabemos de otras veces, un extraordinario actor, muy personal, muy versátil, que navega seguro y libre sobre el precioso texto recreándolo, dramatizándolo, dándole profundidad, luces y sombras, sirviéndose de mínimos recursos escénicos (folios volanderos, figuritas de papiroflexia, unas pocas sillas) sobre el desnudo escenario, abriendo en su “lectura” las ventanas desde las que Elena Aranoa canta y toca este hermoso “mapa melódico de España”, este “esqueleto de aire irrompible” que nos une.
El espectáculo, lamentablemente, apenas se ha podido representar hasta ahora, no ha gozado de la fortuna que merece y tiene un futuro tristemente incierto.
La creación siempre obedece a un impulso irrefrenable, a una apremiante necesidad personal, y a menudo obtiene pago suficiente en su propio recorrido, en el proceso, en el tortuoso camino de esfuerzo, satisfacción y dudas. Pero el teatro requiere al público para completar el círculo virtuoso. Y si el encuentro no es posible, la interrupción de ese acto de amor y de entrega deviene en frustración.
Poner en pie un espectáculo, por pequeño que parezca, por humilde que se manifieste, es una labor ingente de estudio, de suma de voluntades, de multiplicación de esfuerzos propios y ajenos, de tiempo, de dinero.
Que un espectáculo no tenga oportunidad de representarse supone no solo el derribo de unas expectativas frustradas irremediablemente. También implica la pérdida del estímulo creativo del contacto con el espectador, su aportación, imprescindible para el enriquecimiento de la obra con la mejora paulatina por el uso compartido.

La emoción (en sentido amplio, múltiple) que supone el espectáculo en directo se ha revalorizado por las restricciones impuestas por la pandemia. La cultura vuelve a ser un acto cívico, de autoafirmación, casi militante. En ambos lados del escenario se nota un inusual brillo en los ojos y en el tono de la voz, el agradecimiento sincero de los intérpretes y del público. La necesidad de hablar, de dar las gracias, por acudir cada uno a su papel en la comedia, por tratar de mantener el necesario vínculo. Para hacer tan frecuente como nos dicte la necesidad esa posibilidad de participar en algo relevante, en algo necesario, imprescindible.
Nosotros tuvimos la suerte de que la compañía Ultamarinos de Lucas y Elena Aranoa, en una actitud muy lorquiana, no esperaran a que, como en la comedia homónima, El Público llegara a las puertas del teatro y el director le diera paso: ellos se atrevieron a salir a buscarlo donde estaba, al aire libre, en la calle, en la plaza, durante un momento de tregua de la reclusión domiciliaria. Y allí nos encontramos, una noche templada, para celebrar la música y el teatro. Lo agradecimos mucho y no lo olvidaremos. 
Elena Aranoa fotografiada por Raquel Fernández. 2020.
Ojalá que Las nanas según Lorca pueda ponerse en pie cuanto antes, en las mejores condiciones y con total seguridad. Y que gire incansable para celebrar a Lorca y para enseñarnos a disfrutar de nuestro patrimonio cultural y a mantenerlo vivo.
Portada de Borja Ramos para el doble disco que contiene el recital y la conferencia.
Foto de Raquel Fernández. 2020. 




lunes, 30 de diciembre de 2019

Paco Ibañez: fe de vida


Paco Ibañez en Riojaforum. Logroño, 27.12.19. Fotos de François Flou.
El público que llenó el Riojaforum de Logroño el pasado viernes para escuchar y ver a Paco Ibañez (ausente de esta plaza desde hace treinta años, en que vino al Auditorio Municipal, con Imanol, dentro de una gira que aspiraba a generar recursos para montar una carpa que acogiera a todas las artes en marcha permanente) puede certificar ante quien sea menester que el maestro sigue vivo, con muchas ganas y en razonable buen estado, lo que no es poco para quien disfruta de ochentaicinco años muy trabajados.
Tan sobrio como siempre pero bastante más dicharachero y coloquial que nunca, planteó un concierto austero, directo, sin ocultarse tras el fácil parapeto de sofisticados arreglos y abundantes músicos que compensaran los efectos del paso del tiempo: él solo, de negro riguroso, de pie con su baqueteada guitarra de toda la vida, frente a una iluminación básica, cruda, sin efectos ni colores, arropado solo por un buen sonido que quizá pecó de un volumen excesivamente bajo, lo que tuvo la ventaja de exigir al respetable un alto nivel de atención y respeto, cosa cada vez más infrecuente en estos tiempos que corren, en los que la amplificación disparatada que suele acompañar a toda la música popular sirve para aturdir más que para comunicar y todo se convierte en espectáculo y verbena.
Paco Ibañez acompañado, ocasionalmente, por Mario Mas y César Stroscio.
Nuestro risueño estoico lució sus cualidades de siempre, las de buen músico con un excelente oído para servir y realzar el ritmo interior de poemas que ha convertido en himnos generacionales, sin adornos, sin otro vuelo que el de las palabras, que es un vuelo alto y libre. Esa labor admirable la sigue vistiendo con una voz dramática, de una levedad vibrante y prodigiosamente entonada todavía. Como guitarrista, su aparente simplicidad oculta el esencial valor de saber enmarcar, destacar y subrayar los complejos elementos del poema.
El repertorio fue “de antología”, y estuvieron presentes los de aquí (en castellano José Agustín Goytisolo, Quevedo, el Arcipreste de Hita, Samaniego, Lorca, Cernuda, León Felipe, Rafael Alberti y un par de romances medievales, además del gallego Antonio García Teixeiro, el vasco Xabier Lete y el catalán Salvador Espriu) y los de allá (Nicolás Guillén, Alfonsina Storni y Pablo Neruda), además de su reconocido inspirador y maestro Georges Brassens, al que pone en el origen de toda su carrera musical.

Todo el concierto tuvo un aire de confidencia próxima. Afable, relajado, su presencia tranquila y amigable buscó la complicidad del público y logró su entusiasmada participación. Puso mucho en ello: nos contó cosas de su madre y de sus tíos, simpáticas anécdotas de su infancia rural y de sus correrías de juventud en París, y dio gracias a la vida por la suerte que, según afirmó, siempre le ha acompañado. Para hacer más familiar la reunión, administró con muy buen humor su encarnizada pelea contra una silla demasiado alta, el olvido de algún verso y la reiterada búsqueda de la tonalidad adecuada con la cejilla. Sabiduría de escenario.
En plan amigo mayor nos hizo unas cuantas buenas recomendaciones musicales, algunas expresas, como la de la cantante Damia (“la tragédienne de la chanson”) y el Cuarteto Cedrón, y otras más ocultas, como la dedicada a Jacques Brel (a través de la cita en la canción de Xabier Lete de La chanson des vieux amants) o el emocionado recuerdo al gran Mikel Laboa. Y como viejo compañero nos dio consignas y agitó las banderas de siempre, todas las banderas, sin matices, sin ninguna autocrítica, con la reivindicación de la poesía, la solidaridad, la cultura y la esperanza como armas cargadas de futuro. 

Fue una noche emocionante. Por muchos motivos. Larga y lúcida vida, querido Paco.

viernes, 5 de julio de 2013

Música popular

Si  quieres saber cómo está el panorama de la música popular española, necesariamente tienes que ver "Populismo musical", un documental dirigido por Jordi Castells sobre lo que está dando de sí el principal frente sonoro surgido de la depresión colectiva que eclosionó en la clamorosa indignación del 15-M: la Fundación Robo.


Logotipo de la Fundación Robo.


La  película, bajo esa peyorativa denominación "populista" entre provocativa y autoparódica  (y que curiosamente y a pesar de ser práctica dominante en las relaciones sociales, no existe como concepto para el DRAE) trata de ser el reflejo de cómo desde muy distintas sensibilidades musicales se ha abordado la necesidad de sintonizar con las amplias mayorías, con sus deseos y frustraciones, para convertirlas en sujeto protagonista y tema principal de las nuevas canciones.
El  documento tiene mucho interés (y no es el menor haber metido a Calahorra en una versión hispana del "This land is our land" de Woody Guthrie) por ser un buen reflejo (a menudo contradictorio) de un movimiento que tiene más de voluntarista que de espontáneo. 


Woody Guthrie armado para cantar.

En  él se ven los intentos de superación, mediante prácticas autogestionarias, del mal modelo musical de partida (con una industria discográfica esencialmente recaudadora y la dependencia excesiva de la administración, más interesada en el brillo y la propaganda que en la educación y la cultura), y refleja, razonablemente, cierta desorientación de los participantes (porque no iban a ser los músicos los únicos "orientados" en el caótico panorama reinante).
Hay situaciones emocionantes, como la recuperación del "Gallo rojo, gallo negro" de Chicho Sánchez-Ferlosio por Refree y Sílvia Pérez Cruz, o la interpretación de "Luego pedirás perdón" por Joseba Irazoki, y tienen mucho interés las presencias de Nacho Vegas y el ubicuo Roberto Herreros, dinamo principal de este descentralizado movimiento.
Es  muy curiosa esta repentina necesidad por hacer canciones para la desaparecida "clase obrera" y para la "clase media" en peligro de extinción, y que surja precisamente entre lo más brillante y personal del movimiento musical independiente, como pequeños proyectos de serie B con destinatario incierto, porque me temo que los pretendidos receptores están en otra onda. No hay más que ver dónde se desarrollan los conciertos (lugares mínimos y a menudo sórdidos, alejados de la "clase" y de sus prácticas ociosas o culturales) y la dimensión de las acciones callejeras, más festivas que otra cosa.
Lo  peor, como siempre, el papelón de quienes se atribuyen la función de ordenar e iluminar el discurso común del movimiento y se pierden en las viejas palabras que ya han demostrado su incapacidad instrumental.



Si  Llach, Ibáñez y Raimon (tres hitos de la música popular española citados en la película) llegaron a ser importantes e influyentes fue, en buena medida, por motivos extramusicales. Una parte notable de su peso específico se debió a que supieron mantener una relación dinámica (más o menos libre, según los casos) y productiva con las organizaciones de masas y con los propios destinatarios de sus canciones, circunstancia que en la actualidad ni se da ni, lamentablemente, se la espera.
El  "pueblo" no comparece siempre que se le llama, pero habrá que seguir intentándolo. La ocasión lo requiere y lo merece, porque motivos hay de sobra.



domingo, 12 de mayo de 2013

Escúchame, y escúchame bien


F.G. Jotas en el Hogar del Jubilado de Briñas. 20.04.13

Estas brillantes cabezas ni riñen ni se cuentan secretos: cantan jotas al atardecer mientras toman unos vinos en cuadrilla, práctica folclórica en franco retroceso.
F.G. Jotas en el Hogar del Jubilado de Briñas. 20.04.13

La intervención fue muy celebrada por los presentes, y la admiración llegó hasta a los electrodomésticos.

La grabación corresponde a otro festejo:  la actuación informal de un grupo de jóvenes amigos del Valle de Ocón en la plaza de La Villa de Ocón, el pasado 14 de abril. Un gozoso repertorio de canciones de bodega y taberna.