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Gustave Doré. Ilustración para la fábula Le Torrent et la Rivière, de La Fontaine. Circa 1865. |
En un mundo tan hipócritamente partidario del silencio y el sosiego, llama la atención la vieja (y eterna) advertencia para que nos cuidemos de las aguas mansas, que Jean de La Fontaine reconvirtiera en fábula para pastoreo preventivo de las tiernas mentes.
Seguro que también lo contó Maquiavelo, siendo tan fino observador de la naturaleza (sobre todo de la humana). Probablemente de otra manera menos atenta al matiz y a la descripción pormenorizada de los sonidos del agua, porque sus destinatarios eran más de ruido de sables y de puñalada trapera.
Ahí va, queridos visitantes, para vuestro deleite y formación, esta hermosa advertencia en forma de fábula, titulada El Torrente y el Río:
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Gustave Doré. Ilustración para Le Torrent et la Rivière, de La Fontaine. Grabado de H. Pisan. Circa 1865. |
“En cierto lugar había
un torrente que caía con gran ímpetu desde unas altas rocas con
mucho ruido y estruendo. Sus aguas turbulentas atemorizaban a las
gentes, que no osaban pasar a través de él. El horror seguía sus
pasos y los campos se estremecían cuando los cruzaba su corriente.
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François Chauveau. Ilustración para Le Torrent et la Rivière, de La Fontaine. 1678.
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Nadie se había atrevido a
cruzar tan peligrosa barrera, hasta que un día un hombre que había
robado una suma de dinero, viéndose perseguido por un grupo de gente
y no teniendo otra solución, se determinó a cruzar las impetuosas
aguas. Tan pronto como hubo entrado en el torrente, el ladrón se dio
cuenta de que no existía verdadero peligro; solo se trataba de una
corriente ruidosa y amenazadora, pero de escasa profundidad, y así
pudo salvarse sin dificultad y sin más daño que el miedo que había
sentido.
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Jean-Baptiste Oudry. Ilustración para Le Torrent et la Rivière, de La Fontaine. 1783.
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Después del éxito
obtenido, nuestro hombre cobró ánimos; y pocos días después,
viéndose perseguido por los mismos de antes, llegó al borde de un
manso río, cuyas quietas aguas se deslizaban apacibles, silenciosas
y tranquilas, sin producir más que un suave murmullo. El ladrón,
sin temor alguno, penetró por la arenosa ribera, en la que no se
veía ni una sola roca; mas apenas estuvo dentro del río comprendió
su error. La corriente, tan tranquila en apariencia, era fuerte e
impetuosa, y la profundidad del río mucho mayor de lo que había
supuesto al verlo, de manera que, por más esfuerzos que realizó, el
asustado ladrón no pudo de ninguna manera alcanzar la orilla opuesta
y pereció ahogado en las inquietas aguas.
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Auguste Delierre. Ilustración para Le Torrent et la Rivière, de La Fontaine. 1883. |
Es preciso desconfiar de
las apariencias; a veces, las personas que parecen tranquilas y poco
ruidosas son las que encierran mayores peligros, y en cambio otras
gentes, que se asemejan al impetuoso torrente de la historia que
acabamos de relatar, son en realidad del todo inofensivas”.
(La versión prosificada es de Gloria Sarró, para una edición juvenil de Ed. CEAC, Barcelona, 1967)
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Le Torrent el la Rivière. Grabado del S. XIX. Blocquel Castaux. |
La vida te da sorpresas, porque las apariencias engañan.