Medir con la mirada, delimitar, dibujar con la punta de los pies el territorio de la ceremonia, la parca geografía de lo que se convertirá durante cien minutos en campo de batalla.
Bailar lo que no se baila, y bailar como nadie hasta ahora ha bailado lo que se ha venido bailando desde siempre.
Convertir en baile el movimiento extraordinario de los rituales: de los públicos, espectaculares de por sí, y de los privados, de naturaleza íntima, secreta.
Bailar
con los pies en el suelo y alzar el vuelo sin despegar.
Acompasar la vida, y extraer de ella todo lo significativo, presentándolo como juego, como algo liviano y enjuto.
Reconstruir, tras haberlo desmontado hasta la mínima expresión, el movimiento banal y cotidiano. Buscar el gesto esencial, despojándolo de tanto como hay en la vida de superfluo, de todo "lo bonito", de "lo brillante", de la pirueta.
Aspirar y acercarse a lo primordial. Transmutarse, darle
aire al gesto.
Apoderarse con maestría de los recursos técnicos teatrales: de la luz para encontrar una pareja de baile entre las sombras, y de la amplificación sonora, dominando los ecos y provocando la vibrante distorsión y el volumen que afecta a la percepción del espectador.
Lograr la conciencia del propio cuerpo, y hacer de todo él una fuente de sonido complejo. Acelerar y ralentizar, tensar y relajar, acumular, atropellar, desalojar, despojar hasta el hueso.
Observar e imaginar. No solo ver, también escuchar, al cantaor, al guitarrista y la música más o menos callada, a veces estruendosa, de la banda sonora de la vida.
Exhibir la afilada mirada de un niño observador, el humor de un precursor, de un actor de cine mudo que todo lo tiene que inventar, que ha de hacerlo todo por primera vez, la capacidad para crear lenguaje de las vanguardias artísticas dignas de tal nombre.
Mostrarse despojado y exuberante a la vez, contenido y desparramado, siempre cabal, tan original como el que se remonta a los orígenes, a lo primordial del rito.
Inquirir por el canon olvidado, por la añorada pureza de la verdad intuida.
Aspirar a conocer lo desconocido.
Israel Galván bailó La Edad de Oro en el Teatro Bretón, de Logroño, el 11 de abril de 2019, acompañado por Alfredo Lagos a la guitarra y David Lagos al cante.
Una manera de entender y explicar la realidad y la historia del flamenco.
(Fotografías de Félix Vázquez, Mikel Martínez de Trespuentes y Michelle V. Agins)