Siendo Carmelo un artista importante e influyente, a menudo han sido la amistad, el compañerismo y el compromiso personal los motivos impulsores y el origen de la mayor parte de su obra, que en contadas ocasiones ha respondido a proyectos propios autónomos, unitarios, definidos personalmente desde el punto de partida hasta el momento de su difusión.
A través de las obras seleccionadas Carmelo Argáiz nos presenta su personal elogio de la naturaleza, un mundo idílico que en su biografía se corresponde con el mundo rural de los años 70, lleno de una vegetación feraz, de tierra fértil y de agua corriente, de peces y pájaros, de brisas y vientos (y que, sorprendentemente, tiene en su cabeza como banda sonora los sonidos cosmopolitas de los Rolling Stones y la Velvet Underground). Una época y un paisaje que están indisolublemente ligados a su formación sentimental y fueron esenciales en el origen de su posterior formación artística.
Por ese motivo es importante también esta exposición, ya que pone de manifiesto la existencia de un hilo de transparente coherencia que articula y da sentido al conjunto de la obra de este artista que se ha prodigado tan poco a la hora de hacer y a la de mostrar. Se ve que la docencia y la crianza, y últimamente la gestión cultural, absorben demasiada energía.
Una época recreada a través del recuerdo de los años de infancia y juventud perdidos para siempre, como las añoradas huertas del Iregua, modélicos espacios silvestres donde lo natural mínimamente humanizado era a la vez productivo y respetuoso con el medio, adecuado para el ocio y suficientemente rentable, estético y reversible, y donde, para completar el paraíso, había una cabaña a suficiente distancia de la mirada y el control de los mayores.
Afrontar la añoranza de lo definitivamente desaparecido desde el actual deterioro ecológico y sociocultural conduce a Carmelo a una mirada melancólica sobre el pasado por la pérdida irreparable de un tiempo y un lugar donde fue feliz, cargada de un fuerte sentimiento romántico, nostálgico, lleno de emoción. Sentimiento que, sorprendentemente, se expresa con lenguaje y actitud expresionista, recurriendo a materiales pobres, primarios, naturales (carbón, barro, grafito, maderas, papel, gasas,…) aprovechados con gran acierto para reconstruir un mundo dinámico, lleno de contraste y sutileza, con un inmenso surtido de luces y sombras, de veladuras y matices: una belleza compleja.
Y ligada a esta hermosa realidad de la exposición “Silvestre”, a este “ajuste de cuentas” amable (a pesar de todo) con el pasado, vaya el anuncio del confesado propósito de Carmelo Argáiz de presentar otra exposición inminente con sus trabajos de la última década. Las alegrías nunca vienen solas.
Fotografías: Carmelo Argáiz (2 y 5) y F.G. (resto) |
Que no pare la música.
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