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Miguel Poveda. |
Dentro de la asombrosa política de contraprogramación que
viene haciendo Riojaforum respecto a los ciclos tradicionales del Teatro
Bretón, volvió a Logroño, tres años después de su memorable último concierto, Miguel Poveda, que en todo este tiempo no ha dejado de crecer como artista,
rodeándose de las mejores compañías y afrontando proyectos arriesgados y
novedosos, de esos que enriquecen el patrimonio común de la música española.
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Anglada Camarasa. Chula de ojos verdes. |
Frente a aquel recital perfecto, final de una larguísima
gira de éxito y fama con un equipo artístico y técnico plenamente ajustado, el
concierto del domingo resulto chocante y llamó la atención por su desajustada
puesta en escena, quebrada, sin ritmo, llena de largos parlamentos con más de justificatorio
que de confidencia informativa, con unas luces desajustadas casi siempre fuera
de tiempo y un sonido que apostaba decididamente por la potencia del “muro”
frente a los delicados matices de las claras voces de la guitarra y los
teclados. Sorprendió la infrautilización de algunos de los pesos pesados del
excelente grupo (especialmente del maestro Joan Albert Amargós) y que no
hubiera en la planificación del espectáculo un hilo conductor que hilvanara mínimamente
su desarrollo, lo que dejó descolgada su tercera parte dedicada a la copla, que
hubo de retomarse atropelladamente después de que el público hubiera empezado a
abandonar la sala.
Pero todos esos aspectos resultan secundarios (y con el
tiempo serán meras anécdotas) cuando disfrutamos del recital de un artista como
Miguel Poveda, tan generoso y entregado como siempre, pletórico de facultades
vocales, derrochando su buen gusto proverbial y una capacidad enciclopédica para
afrontar lo más exigente del repertorio, que nutre a manos llenas de emoción,
expresividad, gracia y duende.
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Federico García Lorca. Autógrafo con luna reflejada |
El concierto tuvo tres partes bien diferenciadas, aunque de variada
amplitud y pretensión. Como es habitual, la primera la dedicó a la poesía, y en
esta ocasión íntegramente a Federico García Lorca, centro de uno de sus nuevos
proyectos discográficos. Cantó la Gacela de la muerte oscura, El poeta pide a
su amor que le escriba, un fragmento de la Oda a Walt Whitman y El Silencio,
con la dolorida rabia con la que siempre afronta la obra de Federico, con la
misma emoción desgarrada, además de un hermoso fundido de varios fragmentos de las
“canciones populares” Los cuatro muleros, Los pelegrinitos y Anda, jaleo, (fundido
en el que quizá se sacrifican los valores literarios y los desarrollos
melódicos de las canciones en aras del estilizado resultado final).
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Miguel Poveda acompanado por Jesús Guerrero. |
La segunda parte (sin duda concebida como principal en
cuanto a tiempo, y seguramente la más
rodada como conjunto artístico) estuvo dedicada al flamenco. El puente lo
estableció una pasmosa bulería interpretada por el joven guitarrista Jesús
Guerrero, que se echó el grupo a la espalda y construyó un portento de riqueza
rítmica y armónica, de imaginación y fuerza. Es un acierto de maestro haber
dejado en manos de un guitarrista (un único guitarrista, pero excepcional) la
construcción del armazón y la responsabilidad de esta parte del espectáculo. Empezó
Poveda con la malagueña del Mellizo, ligada a unos abandolaos con letra de
Manuel Gerena; después, un rico surtido de refrescantes cantes de Cádiz.
Continuó acordándose de la habitación de sus padres con un precioso tributo a
Lole y Manuel, tan ligados a la educación sentimental de una época y a la
formación del gusto musical de una generación, para llegar a uno de los momentos
culminantes de la noche cantando con Miguel Ángel Soto Peña, El Londro, una
larga serie de cantes por soleá, soleás apolás y bamberas, emocionantes y
emocionadas, mecidas por la guitarra de Guerrero y “bailadas” desde la silla
por Poveda, hondamente conmovido: “dichoso el momento de darte mi mano, mi
compañero.” Para cortar el clímax, un arranque de zambra muy caracolera seguida
por un largo surtido de tientos-tangos, gustándose en el recuerdo virtuoso de
la Niña de los Peines, y una brillante serie de muy variadas bulerías, en las
que el maestro reconoció los grandes méritos de su percusionista Paquito
González y del magnífico compás de Carlos Grilo y Dani Bonilla. Reaparecieron entonces
Amargós y el baterista Antonio Coronel para poner el primer broche del
concierto con La leyenda del tiempo de Camarón de la Isla, cerrando así, de
paso, el virtuoso círculo lorquiano.
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Francis Picabia. Gitana. |
Tras un largo desconcierto, y con el público marchando
contento a pesar de que allí no se había oído nada de lo que hasta allí les
había traído, reaparecieron Poveda y Amargós para rendir un pequeño homenaje a
la copla, consistente en un fragmento de A ciegas, Mi amigo y el tercero de Mis
tres puñales. Supo a muy poco, pero ante la posibilidad de haberse ido de vacío
se recibieron como gloria bendita.
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Francis Picabia. Proyecto de traje para el ballet Relâche. 1924. |
En definitiva, Miguel Poveda demostró que es un grande en
plena forma, con unas cualidades tan desbordantes y unas inquietudes tan
diversas que se le quedan cortas dos horas y cuarto de concierto. Seguro que
acaba encontrando el formato adecuado para cada cosa y tomándose el merecido
sosiego para todo. Se lo merece tanto como el que más.
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Miguel Poveda en Logroño. 14.01.2018. Foto: Frank Moved. |
Un poco de sosiego siempre viene bien
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