F.G. Barbara Hepworth visita a Giorgio Morandi. I. Ensamblaje de objetos encontrados. 02.2019.
"Hoy son varios días", dijo, excitadísima y agobiada, la joven locutora al arrancar su programa radiofónico, y no porque intuyera que la vigilia se nos iba a hacer eterna o porque, como al final sucedió, el tiempo aunecería y pasarían de forma simultánea un sinnúmero de cosas interesantes más o menos memorables, (más bien menos, la verdad sea dicha), sino porque al departamento de conmemoraciones internacionales se le había quedado pequeño el año y optó por acumular en la tal jornada, anodina como tantas, como cualquier otra, más festejos de los razonablemente abarcables.
F.G. Barbara Hepworth visita a Giorgio Morandi. II. Ensamblaje de objetos encontrados. 02.2019.
No damos abasto frente a tanta buena voluntad institucionalizada, ante tanto acontecimiento prefabricado.
F.G. Barbara Hepworth visita a Giorgio Morandi. III. Ensamblaje de objetos encontrados. 02.2019.
Tras tanto diminutivito, tras tanta condescendencia reiterativa y perdonavidas como percibió en la música y la letra con que amablemente le atendió la eficaz enfermera que le plantificó, a los pocos días de haber cumplido los sesenta y cinco años y con cargo al presupuesto de la administración sanitaria autonómica, una dosis de "vacuna antineumocócica conjugada" para prevenir el streptococcus pneumoniae, el paciente pudo constatar que había caído irremediablemente, de hoz y coz y para siempre jamás, en los brazos atosigantes de la incurable pandemia denominada vejez.
F.G. Estany Pudent. Salinas de Formentera. 03.2019.
(...) «Una y otra vez, con su hija menor, la rabia y el odio hacia sí mismo engullían a Eddie como un torbellino y lo dejaban transido de pena y exhausto. Aun así, podía ser todo tan dulce... El atardecer azulado al otro lado de las ventanas, el ron de Brianne enturbiándole agradablemente los pensamientos, sus hijas acurrucadas junto a él como gatitos... Duke Ellington en la radio, el alquiler del mes pagado...» (...)
«En su momento, Il cielo in una stanza fue acusada de inmoral y las emisoras católicas se negaron a radiarla. Hasta entonces, las canciones de amor pertenecían a los hombres, que habitaban el anhelo del «antes» o lamentaban la pérdida del «después». Quizás por vez primera, una mujer se adentraba en el territorio prohibido del «durante», atreviéndose a cantar, alto y claro, con los ojos abiertos y ávidos, su placer en la cama. Las piedras del escándalo fueron esa orgullosa voz femenina, ese «durante» eternizado, y una disposición narrativa que sugería sin mostrar, que era romántica sin ser retórica y utilizaba, muy sabiamente, la transfiguración del espacio como metáfora del éxtasis.
Il cielo in una stanza no transcurre en idílicas casitas de papel ni en imposibles cabañas en Canadá, sino en la habitación alquilada de un albergo a ore, una casa de citas. A los autores les basta con mencionar la visión del techo para que entendamos que los amantes están acostados, y pintarlo de un color anómalo –un soffitto viola– para evocar un meublé de la época. La transfiguración se cuenta con palabras sencillas y poderosas: cuando hacen el amor, las paredes del cuarto desaparecen y la mujer ve árboles, «árboles infinitos»; el techo de color violeta se descorre, como en un cine de verano, para que el cielo se abra sobre los cuerpos de los amantes, «abandonados, como si no hubiera nadie más en el mundo». Suena una armónica, que probablemente brote de una radio modesta, y en sus oídos se convierte en un órgano que toca solo para ellos, «bajo la inmensidad del cielo». Es como si la voz de Mina y el texto de la canción hubieran abolido, en dos minutos y cincuenta segundos, cinco siglos de amor cortés para entrar galopando en el amor carnal, pasando de la mística a la poesía de la experiencia, de Petrarca a Pavese, por la pura fuerza del deseo.
Lea Massari en I sogni nel cassetto, de Renato Castellani. 1957.
Y si no conociéramos el rostro de Mina podríamos prestarle el de las mujeres del neorrealismo tardío: Lea Massari en I sogni nel cassetto o Stefania Sandrelli en Io la conoscevo bene.
Stefania Sandrelli en Io la conoscevo bene, de Antonio Pietrangeli. 1965.
Es la voz de una loca de amor, urbana, contemporánea, que se funde, para fluir mejor, con los arreglos ensoñadores y aéreos de Tony De Vita: un continuo de cuerdas que levantan la arquitectura del arrebato sin que la espuma desborde sus líneas; un andante que avanza como la brisa moviendo las nubes de ese cielo inventado y se remansa, al final, con tres acordes en adagio, como el perfume seco y reconcentrado de una flor de ginebra, abriéndose.»
Mina en 1965.
Así, como este portento de Gino Paoli, tendrían que ser todas las canciones, y siempre tan bien interpretadas como lo hacía Mina; y así de atinadas e iluminadoras deberían ser las críticas, como esta de Marcos Ordoñez recogida en su libro "Una cierta edad" (Anagrama, 2019). Significativamente, un crítico de teatro.
F.G. La rapaz y los rapaces. Collage de imágenes encontradas. 12.2018.
...más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar". (Mateo, 18,6 ss). Aunque, por lo que vamos viendo, parece que no va a haber ruedas de molino para tanto criminal.
"Me arrepiento de tanta inútil queja, de tanta lamentación improcedente. Son las reglas del juego inapelables y justifican toda, cualquier pérdida. Ahora solo lo inesperado o lo imposible podría hacerme llorar: una resurrección, ninguna muerte." Ángel González. Epílogo.
F.G. Sempervirens forever. Ensamblaje de objetos encontrados. 03.2019.
Insistía frente a sus amables interlocutores en que de ahora en adelante quedaba a su disposición para cualquier cosa que pudieran necesitar, pero que no importunaría más y que no les iba a llamar nunca, presagiando que ellos tampoco, porque todos eran conscientes de que ya era irrelevante y estaba inexorablemente amortizado.
F.G. Sempervirens forever. II. Ensamblaje de objetos encontrados. 03.2019.
F.G. En marcha. Collage de imágenes encontradas. 01.2019.
«Me gusta escuchar: viajar es, más que nada, un ejercicio de la escucha. Pero me agota por momentos. Escuchar es tanto más cansador que hablar: uno habla con sus propias palabras, con lo que ya conoce y, salvo epifanías, se sorprende muy poco. Escuchar, en cambio –no digo oír, digo escuchar– necesita una atención muy especial: esperar lo inesperado todo el tiempo.»
Martín Caparrós. El interior. Ed. Malpaso, 2014.
Ruth Proctor. Queriendo siempre estar en cualquier otra parte. 2012.
"¿Es que no sabes decir buenos días?", espeta (codazo incluído) la abuela mientras zarandea al huidizo muchacho, que, efectivamente, y como ella dolorosamente bien sabe, nunca ha sabido decir ni buenos días ni prácticamente ninguna otra cosa.
F.G. Bulto de envoltorios. Collage de objetos encontrados. 12.2018.
F.G. Tierra en el mar. Rumbo a Formentera. 03.2019.
"No se puede pensar el faro sin el mar. Porque son uno, pero a la vez lo contrario. El mar se expande hacia el horizonte, el faro apunta en dirección al cielo. El mar es movimiento perpetuo; el faro es un vigía congelado.
F.G. Faro de La Mola. 03.2019.
El mar es voluble, `un campo de batalla de emociones´, lo llama Virginia Woolf. El faro es un señor estoico, inamovible. El mar atrae desde la lejanía, detrás de las dunas, con su sonido. El faro llama con su luz entre la bruma y las mareas. El mar es la primacía del líquido. El faro es la encarnación del sólido.
F.G. Faro de Barbaría. 03.2019.
El mar, la mar, es femenina por antonomasia biológica y mitológica. El faro es masculino hasta por parecido fonético. El mar es imperio de la naturaleza. El faro es el artificio que en su digna pequeñez se le opone." Jazmina Barrera. Cuaderno de faros. Ed. Pepitas de calabaza. Logroño, 2019.
F.G. A salvo, probablemente. Collage de fotografía (de Guillaume Pinon) y palabras encontradas. 02.2019.
No estaba entre sus previsiones que lo peor del viaje (por cruel, por injusto, por innecesario) tuviera que ver con el desprecio infame y mentiroso que les acogió en su nueva tierra, en la que tantas esperanzas habían puesto.