(...) «Una y otra vez, con su hija menor, la rabia y el odio hacia sí mismo engullían a Eddie como un torbellino y lo dejaban transido de pena y exhausto. Aun así, podía ser todo tan dulce... El atardecer azulado al otro lado de las ventanas, el ron de Brianne enturbiándole agradablemente los pensamientos, sus hijas acurrucadas junto a él como gatitos... Duke Ellington en la radio, el alquiler del mes pagado...» (...)
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