lunes, 30 de diciembre de 2019

Paco Ibañez: fe de vida


Paco Ibañez en Riojaforum. Logroño, 27.12.19. Fotos de François Flou.
El público que llenó el Riojaforum de Logroño el pasado viernes para escuchar y ver a Paco Ibañez (ausente de esta plaza desde hace treinta años, en que vino al Auditorio Municipal, con Imanol, dentro de una gira que aspiraba a generar recursos para montar una carpa que acogiera a todas las artes en marcha permanente) puede certificar ante quien sea menester que el maestro sigue vivo, con muchas ganas y en razonable buen estado, lo que no es poco para quien disfruta de ochentaicinco años muy trabajados.
Tan sobrio como siempre pero bastante más dicharachero y coloquial que nunca, planteó un concierto austero, directo, sin ocultarse tras el fácil parapeto de sofisticados arreglos y abundantes músicos que compensaran los efectos del paso del tiempo: él solo, de negro riguroso, de pie con su baqueteada guitarra de toda la vida, frente a una iluminación básica, cruda, sin efectos ni colores, arropado solo por un buen sonido que quizá pecó de un volumen excesivamente bajo, lo que tuvo la ventaja de exigir al respetable un alto nivel de atención y respeto, cosa cada vez más infrecuente en estos tiempos que corren, en los que la amplificación disparatada que suele acompañar a toda la música popular sirve para aturdir más que para comunicar y todo se convierte en espectáculo y verbena.
Paco Ibañez acompañado, ocasionalmente, por Mario Mas y César Stroscio.
Nuestro risueño estoico lució sus cualidades de siempre, las de buen músico con un excelente oído para servir y realzar el ritmo interior de poemas que ha convertido en himnos generacionales, sin adornos, sin otro vuelo que el de las palabras, que es un vuelo alto y libre. Esa labor admirable la sigue vistiendo con una voz dramática, de una levedad vibrante y prodigiosamente entonada todavía. Como guitarrista, su aparente simplicidad oculta el esencial valor de saber enmarcar, destacar y subrayar los complejos elementos del poema.
El repertorio fue “de antología”, y estuvieron presentes los de aquí (en castellano José Agustín Goytisolo, Quevedo, el Arcipreste de Hita, Samaniego, Lorca, Cernuda, León Felipe, Rafael Alberti y un par de romances medievales, además del gallego Antonio García Teixeiro, el vasco Xabier Lete y el catalán Salvador Espriu) y los de allá (Nicolás Guillén, Alfonsina Storni y Pablo Neruda), además de su reconocido inspirador y maestro Georges Brassens, al que pone en el origen de toda su carrera musical.

Todo el concierto tuvo un aire de confidencia próxima. Afable, relajado, su presencia tranquila y amigable buscó la complicidad del público y logró su entusiasmada participación. Puso mucho en ello: nos contó cosas de su madre y de sus tíos, simpáticas anécdotas de su infancia rural y de sus correrías de juventud en París, y dio gracias a la vida por la suerte que, según afirmó, siempre le ha acompañado. Para hacer más familiar la reunión, administró con muy buen humor su encarnizada pelea contra una silla demasiado alta, el olvido de algún verso y la reiterada búsqueda de la tonalidad adecuada con la cejilla. Sabiduría de escenario.
En plan amigo mayor nos hizo unas cuantas buenas recomendaciones musicales, algunas expresas, como la de la cantante Damia (“la tragédienne de la chanson”) y el Cuarteto Cedrón, y otras más ocultas, como la dedicada a Jacques Brel (a través de la cita en la canción de Xabier Lete de La chanson des vieux amants) o el emocionado recuerdo al gran Mikel Laboa. Y como viejo compañero nos dio consignas y agitó las banderas de siempre, todas las banderas, sin matices, sin ninguna autocrítica, con la reivindicación de la poesía, la solidaridad, la cultura y la esperanza como armas cargadas de futuro. 

Fue una noche emocionante. Por muchos motivos. Larga y lúcida vida, querido Paco.

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