lunes, 20 de noviembre de 2023

Siempreviva

chapa y pintura (Roberto Pajares Pájaro y Francisco Gestal). Siempreviva.
Museo de Jaén. Foto de Carlos Tajuelo. 11.2023. (Las restantes son de Pájaro y F.G.)

Buscando salirnos de la estricta dieta de cobre y hierro preponderante el último verano en la forja de Pájaro encontramos una lámina de un latón dorado, luminosa, fácil de cortar y muy maleable, que nos permitiría avanzar sin demasiado quebranto en una pieza de recorrido azaroso, porque sólo teníamos dos referencias pictóricas: las constelaciones de Joan Miró, (y muy especialmente Le Soleil, de 1927), 

y las fértiles series de arañas que acompañaron a Louise Bourgeois toda su vida (en concreto los dibujos agrupados como The Fragile, de 2007),

completadas con una referencia escultórica permanente para chapa y pintura, Julio González, concretada en esta ocasión en sus creaciones de flores en su época de aprendiz en el taller de joyería familiar (pongamos, como ejemplo, cualquiera de los crisantemos hechos en hierro y latón la última década del XIX.

Establecido el marco imaginario (centrado -más o menos- entre astros, arácnidos y flores) avanzamos paulatinamente, tratando de evitar que el resultado se pareciera demasiado al aura de una figura sagrada. Fuimos añadiendo y soldando rayos, patas y flores en torno a un curioso cuerpo oval de los que aparecen cada mañana en las costas orientales mexicanas, un tipo de piedra con decoración orgánica muy sofisticada, distinta en cada uno de los falsos corales de la muy nutrida cosecha. La soldadura hizo cambiar el color de partida, y el resultado irregularmente arcoirisiado fue de nuestro gusto. Empezamos a llamarla Siempreviva.

Trabajar en el pórtico de una ermita barroca de abundante feligresía tiene muchas ventajas: entre otras que los más comunicativos pegan la hebra, opinan y asesoran, con desigual entusiasmo de los esforzados artistas en responder a cuestiones muy a menudo peregrinas. Llegó un matrimonio y mientras entraba la mujer al santuario, el varón, cazador de postín y muy viajado, nos elogió mucho el "pedazo coño" en el que andábamos. Se notaba que había visto mucho. Mientras pasó a encender una vela cogió el relevo su mujer, que, más hogareña, veía en el objeto una de esas flores (carlina acaulis) que, convenientemente desecada, se cuelga en las puertas del norte de la España rural como protección contra un amplio surtido de males que nos acechan, y que en vasco se llama eguzkilore.

Con esa contrastada aportación se confirmaban dos cosas: que cada uno ve lo que quiere ver (porque lo tenga omnipresente o porque lo necesite), y que la obra no se acaba más que tras la contemplación del espectador, independientemente de la intención del artista.

Siempreviva rondó por la herrería, el porche y la cocina flexibilizando las hojas y determinando si acabaría siendo una pieza de pared, de suelo o de rincón, subiendo y bajando de soportes circulares. Llegó al Museo de Jaén sin la decisión tomada, pero en cuanto entró al tesoro escultórico de Cerrillo Blanco y vio al guerrero íbero doblemente armado (y muy bien armado) eligió su proximidad y empezó a encaramarse por plintos y peanas.

Seguro que a Siempreviva le gusta el emplazamiento y la compañía tanto como nos gustó a nosotros.


1 comentario:

  1. En vista de lo visto, seguramente estuvo más intuitivo el cazador.

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