En vivo y en directo se ha visto esta temporada en el Teatre Lliure un inmenso surtido de miserias humanas, mediocridad, ambición y cálculo ratonero: el gran Lluís Pasqual ha sido liquidado sin remisión en el patio de vecinos, a la vista de todos, y se merecía algo mucho mejor que el tramposo sainete que le han montado en la casa que ayudó (como pocos) a construir.
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