miércoles, 2 de julio de 2014

La música está en el aire

Underwater.
Hoy la música (especialmente la grabada) lo ocupa todo. El desarrollo tecnológico la ha hecho universal, omnipresente y eterna. Están a nuestro alcance en el éter electrónico todas las creaciones de cualquier lugar y época, disponibles donde se las requiera y para siempre, inmutables.
Robert Flaherty. Fotograma de Nanook el esquimal. 1922. Gentileza de Manuel Sáiz.
En 1877 (con la patente y explotación por Edison del cilindro del fonógrafo) empezó un largo proceso permanentemente acelerado que cambió la practica social de escuchar y tocar música, su frecuencia, los lugares donde hacerlo, la calidad de los intérpretes a los que poder recurrir y la variedad y amplitud de los repertorios disponibles.
El litófono, inventado por Antonio Roca Várez, natural de Mahón (Menorca) a finales del S. XIX.
Los discos también fijaron la “interpretación correcta” de la música clásica, reduciendo la variedad de aproximaciones anteriores a las que iban marcando como canónicas las editoras más poderosas. Eso también afectó a la música popular, y las tradiciones orales dejaron de cumplir su función de conservación y transferencia de conocimientos y prácticas sociales: al grabarse por primera vez los repertorios folclóricos se dio una “formalización ejemplar” de las maneras de interpretar en un momento determinado a las que se atribuyó con el paso del tiempo la categoría de canon, de documentos referenciales a imitar, ralentizándose así las posibilidades de evolución y cambio, y fijándose una ortodoxia cuyo principal mérito era la antigüedad.
Rene Magritte. El asesino amenazado. 1927.
De día en día, sin dejar de crecer, las ondas nos transmiten cada vez más estímulos para la emoción y el conocimiento, pero también para la estupidez, la banalidad y el consumo. La posología depende de cada cual, pero no siempre se es libre para elegir, porque la educación musical, simultáneamente, desaparece de los programas de instrucción oficiales y se reduce a las posibilidades e intereses de cada uno.
Bernard Plossu. Nuevo México. 1988.
La música, a estas alturas de desarrollo de la “civilización occidental”, es accesible hasta la gratuidad, recurrente hasta lo invasivo, homogeneizadora hasta la uniformización. Pero la recibimos descontextualizada, la apreciamos deslocalizada, la percibimos anacrónica. (Podríamos decir que, demasiado a menudo, la música está “desubicada”, en el sentido peyorativo que se le da al término en algunas latitudes de nuestro idioma).
David Ferrando Giraut. Encuentros con lo inorgánico. Voces doradas. (Consola tocadiscos y colección de discos de cantantes icónicos del S. XX). 2011.
El volumen de negocio y poder que genera cada vez es mayor y más anárquico, lo que convive sorprendentemente con que cada vez esté más regulado y sea más dependiente de las grandes plataformas de comunicación (ajenas a la música, por cierto) que extraen beneficios ingentes del trabajo de los creadores y del ansia de disfrute de los aficionados.
Evgenia Arbugaeva. Tiksi.
Aunque cada vez es más fácil y barato poner en pie un producto sonoro y colocarlo en una plataforma de distribución universal -con la posibilidad tan abierta como incierta de que llegue al lugar donde alguien lo necesite apremiantemente-, la descorazonadora realidad nos demuestra cada día que el espacio de la música creativa no trasciende de la marginalidad, no sale del gueto social o intelectual donde se crea, no rebasa como mucho la insularidad grupal.
Otro raca-raca.
El panorama sonoro general, si lo hasta aquí referido fuera medianamente cierto, estaría bastante próximo a la “muerte por éxito”, al abotargamiento sensorial por acumulación de estímulos, a la sobredosis letal.

William Kentridge.
¿Qué hacer, entonces?
Mi modesta proposición pasaría por que tratáramos de estar en guardia permanente frente a la agridulce invasión, evitando la comodidad y la facilidad ante el regalo envenenado.
Tenemos que ampliar nuestro horizonte acústico: saltemos el muro de música que nos rodea para llegar hasta el sonido que nos envuelve sin límite alguno.
Evitemos la homogeneización del gusto, buscando y “re-creándonos” en la diversidad a nuestro alcance.
Oigamos la naturaleza como un collage inmenso, permanentemente cambiante y renovado sin fin.
Permanezcamos atentos a los contextos ruidosos urbanos aprovechables, con una enorme posibilidad de “sonidos encontrados” azarosos de los que obtener provecho creativo o meramente placentero.
Relativicemos el valor de la perfección artificial del laboratorio, empobrecedora, simplificadora, y valoremos la riqueza expresiva del sonido crudo y de la “baja fidelidad” como fórmula para recuperar emoción y sorpresa.

Sergio Mora. Semilla Negra. 2010. Gentileza del autor y del panfleto Munición.
Apoyemos la vuelta a la música y el sonido en directo, y cuanto más espontáneo y elemental, mejor. Ligado a ello seguramente se dará cierta recuperación “hedonista” y saludable de la escucha, con especial atención al valor del ritmo, ya que, como canta Jorge Drexler, “la música enseña, sueña, duele, cura, y ya hacíamos música muchísimo antes de conocer la agricultura”.
Y valoremos y cultivemos, por encima de todo, el silencio.

Giovanni Bellini. San Francisco en éxtasis. 1480. (Obsérvese la ingente cantidad de fuentes de sonido).


  
(Publicado en el número 2 de Munición, ventilador artístico
editado por Julio Hontana)










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