De su apasionada biografía se hizo una interesante película documental que reflejaba con oportuno acierto las similitudes entre el personaje real y los "heroes de celuloide" de la serie que tan acertademente cuenta las ficticias existencias (aunque muy bien documentadas) de los publicistas de Madison Avenue.
Cartel original de la película de Shannah Laumeister. 2011. |
De la sesión del Hotel Bel-Air de Los Ángeles se ha hablado tanto que quizá sea demasiado: lo mejor, en mi opinión, el enamorado canto a la belleza que hace Stern y el valor que demostró Marilyn al aceptar tan arriesgado tour de force sin red (2.571 fotografías libérrimas); a otro nivel, una serendipia: el atractivo gesto del rechazo sobre los contactos descartados.
Lo peor quedaría para la comercialización morbosa y para el cultivo chismográfico redundante y cansino, que ha recibido otra vuelta de tuerca tras la reciente muerte del fotógrafo.
Pero, aunque Marilyn nos siga deslumbrando, merece la pena que nos fijemos en una faceta del trabajo de Stern menos conocida, tan admirable y probablemente más influyente en el restringido ámbito de la dirección de películas sobre música. Se trata de Jazz on a summer day, documental rodado en el festival de Newport de 1960 (sólo dos años antes del fatídico encuentro entre la mariposa y la llama), coincidiendo con las regatas de la Copa América (circunstancia feliz que le permite demostrar las similitudes que existen entre navegar y hacer música: se trataría, esencialmente, de gobernar el timón y dejarse llevar aprovechando viento y mareas).
Ya solo la secuencia inicial, con los créditos sobreimpresionados en las arcoirisiadas aguas danzantes del puerto y el ondulante saxo de Jimmy Guiffre, justificaría el visionado.
Pero la película es mucho más: es un estudio sobre la necesaria relación entre los músicos y el público; es una oportunidad para demorarse en cualquier rincón donde aparezca la belleza espontánea; es un retrato del swing natural de los cuerpos; es la ocasión para ver a Thelonious Monk (y a un largo montón de "perseguidores") en su mejor momento; es un alarde técnico de fotografía, con iluminación artificial o bajo el sol radiante; es la demostración de que el montaje no tiene por qué ser manipulador; es la deslumbrante fotogenia del buen gusto.
Y, pasado más de medio siglo, el documento nos sirve también para comprobar cómo han cambiado (¿para mejor?) vestimentas y modales, y las actitudes del público en los festivales, y los propios festivales (porque hubo tiempos en los que el contenido de un festival de jazz eran grupos de jazz, y no cualquier cosa que asegure la taquilla).
Muchas de las imágenes de la película nos recuerdan a otras que hemos visto antes pero que casi siempre son posteriores. Quizá se deba a que son imágenes "naturales". Sin duda a que son las de un maestro, que en esta ocasión contó con el asesoramiento musical de George Avakian.
Y para terminar, un regalo: Louis Armstrong fotografiado por Bert Stern para un anuncio de prensa de Polaroid.
Campaña de Helmut Krone para Polaroid. ¿1960? |
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