lunes, 5 de febrero de 2018

El Pele, historia viva del flamenco

Manuel Moreno Maya, El Pele. Foto: Maldonado.
Como dijera de él Rafael Alberti, Manuel Moreno Maya, El Pele, es “la gracia y la pena del cante jondo”. Cincuenta años de oficio, de carretera y fatigas, de convivencia personal y creativa con lo mejor de la profesión en unos años en los que el flamenco se renovó por completo, han hecho de él algo así como una memoria ambulante de ese saber acumulativo en permanente evolución en el que tuvo y sigue teniendo un papel notable.
Sus cualidades innatas y tanto pisar escenario han hecho de él un artista con gran capacidad expresiva, halagador, gracioso, con ángel, suelto, imprevisible hasta cierto punto y que domina la escena y el desarrollo del concierto (capaz de reconvenir al desacompasado público y pedirles que, a pesar de lo bien que lo hacen, no es necesario que hagan más palmas), lo que, en un mundo ocupado básicamente por marmolejos herméticos es muy de agradecer.
Pero, lógicamente, sus principales méritos son su voz, su conocimiento y su actitud hacia el cante. Tiene un metal privilegiado, precioso, una voz brillante y siempre afinada, capaz del grito y del matiz más delicado, de cantar “bonito” cuando se requiere. Una voz limpia y clara, de amplísima tesitura, muy versátil, y que, afortunadamente, se mantiene en plenas facultades.
Colita. Juerga gitana en Montjuich. 1963.
Su concierto del 1 de febrero en Logroño, en el que hubo sitio para el viejo saber popular y para el gusto personal del cantaor, resultó tan entretenido como instructivo, y emocionante en múltiples ocasiones: un concierto de los que refuerzan la afición y depuran el gusto.
Empezó Pele cantando un tapiz de fragmentos engarzados a partir de la urdimbre del Di, di, Ana, del lebrijano Pedro Peña, sobre la que declamó sus poemas y tejió unas estrofas de Suelta la luna un suspiro y Mírame, y enseguida se vio lo que la noche podía dar de sí. Después, la Vidalita de Marchena “a su forma”, muy distinta de la que popularizara Morente. Ahí nos brindó el privilegio de escuchar “la pena negra que oprime la garganta del cantor”, con caídas espectaculares en los finales de los versos, que quedaban colgados imprimiendo a este cante mestizo un dramatismo singular, acentuado por el  marcadísimo compás y el ritmo ligeramente acelerado. Su versión resultó muy musical y melismática, rematada en un alarde que fue muy del gusto del respetable. (El Pele, sabiendo bien lo que se hace y los efectos que provoca, agradeció, zumbón, la ovación y se regodeó preguntando: “Os gusta lo bonito, ¿no?”)   
Colita. La Gordi. Barracas de Montjuich. 1963.

Después, la “soleá del Pele”, muy personal como su nombre indica pero todavía “en construcción” si nos atenemos a las indicaciones que iba dando a su guitarrista sobre la marcha.  La tal soleá resultó emocionante, muy variada, tensando y relajando el cante, siempre templado, jugando con las sílabas y dando cabida a luminosos juguetes poéticos de su cosecha (“Se acostumbra el gorrión a los ruidos de los coches y no me acostumbro yo”, o “Hay, retratero, míreme usté un ratito, retratero, y hágame un retratito que cueste poco dinero”), quebrando la melodía y recurriendo a quejíos y adornos de mucho efecto. Admirable.
Sobre la marcha cambió las malagueñas que tenía previstas por unos fandangos que dedicó a Camarón de la Isla, compañero de fatigas y alegrías, los populares Sin motivo ni razón y La baña el sol cuando sale, de Canalejas de Puerto Real, muy extremados, mostrando sus grandes cualidades y su valor para arriesgar frente al exigente rigor del hondo quejío. No sé si ganamos en el cambio, pero lo que escuchamos estuvo entre lo mejor de la noche. 
Colita. Juerga gitana en Montjuich. 1963.
Y a continuación entramos en el “momento Enrique Morente”, otro compañero del alma del que tanto y tan bueno aprendió. Tras un sentido poema dedicado a la saga Morente-Carbonell cantó maravillosamente la malagueña Que te quise con locura, y en una jugada maestra acometió de nuevo La baña el sol cuando sale, recogiendo en esta segunda versión todos los estilemas y la musicalidad de Morente. Esa preciosidad de arrojo y filigrana la acabó por todo lo alto en abandolaos, y el “experimento” sirvió para demostrar que también en las artes de tradición popular como el flamenco es fundamental la aportación personal del genio, que recoge, transforma y mejora para siempre la forma recibida del pasado. Una lección inolvidable y un momento para recordar.
Colita. Juerga gitana en Montjuich. 1963.
De su paso por los “cantes alegres” de Cádiz El Pele hizo una auténtica recreación, rompiendo moldes, ortodoxias y nomenclatura, atendiendo solo, según dijo, al dictado de su corazón. Todo sonó novísimo (con un complejo compás como de la factoría de Diego Carrasco) pero a la vez con el hondo aroma y el salero de los maestros antiguos (Espeleta, Pericón, Chano Lobato,…). Un bonito ejercicio el de desmontar y reconstruir tan delicado juguete, y resuelto a las mil maravillas, sin olvidar, aquí tampoco, su interés por la poesía a través de un recuerdo para Rafael Alberti (Si mi voz muriera en tierra…) y una chispa con su punto surrealista: “Echo de menos en Madrid que me despierten los gallos cantando el kikirikí”.
El Pele y sus "cuatro notas".
De nuevo volvimos a América de la mano de la popular zamba Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez y Félix Luna, en la que se acompañó a la guitarra con las “cuatro notas” que ha ido aprendiendo mientras observaba a los maestros que le han acompañado. Pele sacó al animal de escenario que lleva dentro y recreó en eficaz espectáculo (metiéndose al público en un puño) la dramática historia, a la que dio cierto aire de bulería. Ideal para ligarla con las “bulerías lentas” de Manuel Molina, muy gitanas, llenas de luz y melancolía (con hermosuras como “Mira si yo a ti te quiero que me conformo con ser una horquilla de tu pelo”), bulerías que entreveró, para acabar por todo lo alto, con un explosivo fandango de Paco Toronjo.
Colita. Gitanos de Barcelona. 1963.
Estuvo muy bien acompañado por Niño Seve, cordobés como El Pele, un prodigio de compás, eficacísimo siempre y muy atento a las “derivas” del maestro que a menudo lo hacían ir por rumbos inesperados, lo que seguramente será un aliciente añadido pero sin duda resultará agotador. Lo confesó en escena al afirmar que El Pele de cada día es un cantaor distinto, que le tiene loco y que los cantes nunca los termina igual. No es poco mérito, una relación tan estimulante, en cualquier pareja. Que dure.

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