La intervención de Salim Malla acierta en la deseable relación entre concepto, obra artística y comunicación verbal del complejo proceso de su elaboración, que ha derivado desde la idea motriz hasta resultados imprevistos, tan sutiles como primarios, tan delicados como rotundos (“Lo que se sabe sentir se sabe decir”, decía Cervantes y repite a menudo Andrés Trapiello). Las palabras y las ideas han ido históricamente unidas en el eterno esfuerzo por medir y dibujar el mundo. La obra de Malla reivindica un estado de cosas anterior al sistema de medidas extendido por la Ilustración, con variedades locales en las que el territorio no se medía a través de la superficie sino por el esfuerzo humano necesario para su cultivo. En su intervención se relacionan de nuevo el arte (en el doble sentido de labor y belleza) y la vida, entendiéndolos como una misma entidad a la que el artista aporta su propia “peonada”, su propio esfuerzo, iluminado por el saber antiguo de los agricultores del pueblo. En la obra final cobra una importancia singular el punto de vista, la conveniencia estratégica de distanciarse lo suficiente para poder ver el fruto del esfuerzo de forma clara y precisa. Un bello ejercicio de medir, clasificar y ordenar el mundo y tratar de explicarlo, a través de la topografía y la caligrafía, unificando por una vez las labores de rotular y roturar. Memorable.
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