miércoles, 10 de agosto de 2016

Arte en Santa Lucía de Ocón: la canción de la tierra

Agricultores y artistas colaborando en Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.
El milagro que, propiciado por Félix J. Reyes y Rosa Castellot, se manifiesta cada agosto desde hace catorce años en los campos de Santa Lucía de Ocón ha tenido en esta edición un interés especial por la presencia ubicua del sonido. Y no solo por la feliz decisión de invitar a un músico a formar parte de un festival esencialmente visual centrado en intervenciones materiales sobre el paisaje, sino porque el oído de los atentos espectadores ha podido disfrutar como pocas veces de sensaciones producidas por la vibración propagada a través del aire, en unas ocasiones como resultado de la busqueda y en otras como manifestación fortuita incontrolable, azarosa, y siempre como descubrimiento (o feliz recuperación) de palabras que encierran en su sonido (y en su minuciosa caligrafía) el valor de la memoria y el trabajo, con la plural sensualidad de su significado.
Julio Sarramián. Topiaria. (Detalle). Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.
Hemos visto y oído, de la mano de Julio Sarramián, cómo se puede incorporar a la naturaleza un jardín, cómo la chopera que sirve de antesala a la ermita del Carmen (un espacio semisalvaje pero humanizado, un lugar tan deseado por los artistas como por los vecinos que buscan en él la fresca, setas o moras, un lugar donde pasan cosas, un lugar con historia) deja de ser por unos días un peculiar “jardín inglés” asilvestrado para convivir civilizadamente y dialogar con un remedo artificial y sintético del reino francés de la geometría, el orden y la razón que ha emergido de su interior, todo ello mecido por la brisa rumorosa de la enramada, en una intervención con mucho de escenografía que adquiere todo su sentido cuando se disfruta silenciosamente, en soledad o acompañado, como mucho, por los grillos.
Javier Peña. Cubo. (Detalle). Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.
Con Javier Peña hemos compartido el afán por incorporar la geometría a tan ondulado lugar, precisamente en el incierto límite entre lo urbano y lo rústico, en la encrucijada de la iglesia, el camposanto y el caserío. Con el alarde de rectas de su efímera construcción de andamios ha optado por estrategias de contraste, recurriendo a materiales industriales con los que ha construido una escultura cúbica penetrable y transitable, algo así como un “paseo arquitectónico” corbuseriano en cuatro niveles que puede servir a la vez de refugio y de observatorio, que amplía el horizonte de la mirada y multiplica los puntos de vista y muta la textura de lo visto a través de la movediza malla. La construcción funciona también como una fuente de sonido aleatorio generado por las subidas y bajadas de los visitantes y por el roce de la brillante piel que la recubre, y como una atalaya privilegiada para ver y escuchar a las inagotables golondrinas. 
Salim Malla. Trabajos de roturación para (peonada=m2). Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.
La intervención de Salim Malla acierta en la deseable relación entre concepto, obra artística y comunicación verbal del complejo proceso de su elaboración, que ha derivado desde la idea motriz hasta resultados imprevistos, tan sutiles como primarios, tan delicados como rotundos (“Lo que se sabe sentir se sabe decir”, decía Cervantes y repite a menudo Andrés Trapiello).  Las palabras y las ideas han ido históricamente unidas en el eterno esfuerzo por medir y dibujar el mundo. La obra de Malla reivindica un estado de cosas anterior al sistema de medidas extendido por la Ilustración, con variedades locales en las que el territorio no se medía a través de la superficie sino por el esfuerzo humano necesario para su cultivo. En su intervención se relacionan de nuevo el arte (en el doble sentido de labor y belleza) y la vida, entendiéndolos como una misma entidad a la que el artista aporta su propia “peonada”, su propio esfuerzo, iluminado por el saber antiguo de los agricultores del pueblo. En la obra final cobra una importancia singular el punto de vista, la conveniencia estratégica de distanciarse lo suficiente para poder ver el fruto del esfuerzo de forma clara y precisa. Un bello ejercicio de medir, clasificar y ordenar el mundo y tratar de explicarlo, a través de la topografía y la caligrafía, unificando por una vez las labores de rotular y roturar. Memorable.
Javier Cenzano (Siete Dcbls) pinchando Antípodas en Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.
El  músico invitado fue Javier Cenzano, conocido en la profesión como Siete Dcbls, que afrontó su participación en un festival tan ligado a la tierra no como un estrambote simpático o el fin de fiesta al uso, sino como la posibilidad de mostrar en un lugar y ante un público infrecuente su trabajo creativo de dj techno, renunciando a más puesta en escena que el declinar del sol y la delicada comparecencia de la luna. (La situación me recordó a uno de los poemas chinos que inspiraron a Gustav Mahler La canción de la tierra: “El sol se despide detrás de las montañas. / En todos los valles baja el atardecer / con sus sombras, llenas de frío. / ¡Oh, mira! Como una barca argéntea, / cuelga la luna alta en el mar del cielo"). Añadió a sus sonidos sintetizados los ancestrales que encontró en la naturaleza de las antípodas, y a la fusión se sumaron los alborotados cantos de los pájaros en el momento inmediato al ocaso, generando una sugerente amalgama de sonidos acústicos y música electrónica, con ritmos y secuencias que progresivamente se fueron ordenando y haciendo complejos y rotundos. Su intención confesada era investigar la posibilidad de estar en dos sitios tan lejanos a la vez. Quizá no sea tan difícil, ya que, al fin y al cabo, todos vivimos sobre la misma esfera y el mismo sol desaparece cada día de nuestro territorio para aparecer enseguida y sin solución de continuidad en el otro. 
El multitudinario público escucha las palabras de Salim Malla. Santa Lucía de Ocón. Agosto de 2016. Foto de Carlos Rosales.

En definitiva, ha sido una buena edición de Arte en la Tierra, como atestiguan las excelentes fotos de Carlos Rosales que esclarecen esta apresurada crónica. La convocatoria para “pensar el paisaje” se abrió a otras técnicas y estrategias que nos permitieron descubrir a nuevos artistas y facetas nuevas de los ya conocidos, cuyo trabajo se ha concretado en hermosas propuestas para construir, ordenar, medir, nombrar y escuchar la naturaleza. Hemos aprendido (y recuperado) hermosas palabras y confirmado el valor del talento, la cooperación, el trabajo y la amistad. Una buena cosecha. Felicidades, y gracias a todos los que la han hecho posible.
F.G. La luna desde Santa Lucía de Ocón. 06.08.2016.

"¡La querida tierra florece por todas partes y se llena de verdor nuevamente! / ¡Por todas partes y eternamente resplandece de azul la lejanía!", sigue cantando Mahler.
Hasta el año que viene.


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