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Rembrandt. La novia judía. 1667. |
Es conocida la debilidad del joven pintor Vincent Van Gogh por el Rijksmuseum, y dentro de él por Rembrandt y por La novia judía. Ante ese cuadro que visitaba frecuentemente le comentó a un amigo que gustoso daría diez años de vida a cambio de que le concedieran permiso para permanecer durante dos semanas sentado frente a la pintura, sin más compañía que un mendrugo de pan duro.
En una de las cartas a su hermano Theo le comentaba
el recuerdo de sus impresiones: era un cuadro íntimo, infinitamente
simpático, pintado con mano de fuego por un poeta, por un Creador. "Qué
noble sentimiento de una profundidad inmensa. Es preciso haber muerto
varias veces para pintar así. Rembrandt penetra tan lejos en el misterio
que dice cosas que ninguna lengua puede expresar. Es con justo mérito
que se le llama el Mago".
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Thomas Struth. Alte Pinakothek. Autorretrato. Munich. 2000. |
Lamentablemente, la actitud general de los espectadores contemporáneos ya no es esa. Ya no se ve así la pintura. A los museos se ha dejado de ir a aprender o a intentar transformar la propia vida por elevación. Ahora lo que se busca es marcar el territorio a todo meter y cumplir con las exigencias de la actualidad, y se pasa más tiempo en las tiendas de mercaderías o corriendo por los pasillos que contemplando las obras de los maestros, antiguos o modernos.
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Thomas Struth. Stanze di Raffaello. Museo Vaticano. 1990. |
La obra artística se convierte en mero reclamo, como cualquier otra bagatela popular a través de la que conseguir pingües beneficios para los desnaturalizados Museos y para recaudadores de todo tipo.
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Thomas Struth. El Prado. 2005. |
El poco tiempo que los afanosos estudiantes y turistas dedican a la contemplación lo desperdician fotografiándose dando la espalda al cuadro, o inmortalizándolo a larga distancia entre un mar de cabezas movedizas. Una oportunidad perdida. Un esfuerzo inútil.
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Teresa Rodríguez. La ronda nocturna. Rijkmuseum. Agosto de 2014. |
Como prueba, sirvan estas fotos de cualquier mañana en el Museo del Louvre de gente que afirmará a la vuelta a su casa que ha visto a la Gioconda:
Qué tiempos y qué (malas) costumbres.
Como decían las abuelas de antes, "a lo que llegamos".
Se ve que el tema está "en el aire". Esto es lo que comenta Rosa Olivares en el Exit de hoy bajo el título "Para qué sirve un museo", ilustrado con una foto de Beyoncé en el Louvre:
ResponderEliminar"Sábado 10 de la mañana en el DF, México; desde las puertas del Museo Tamayo sale una cola de público de al menos 100 metros de largo y aproximadamente de cinco metros de ancho, que llega hasta la avenida de Reforma: cientos de personas se agrupan y esperan para… Una voz dice por megafonía que “ les recuerdo que esta cola no es nada más que para recoger la cita de acceso a la exposición de Yayoi Kusama, las visitas de hoy sábado y mañana domingo ya están cerradas, y les recuerdo a todos que no se puede elegir hora de visita”. Bien, a los pocos días leo en el periódico que las “más importantes pinacotecas del mundo, las más visitadas, buscan fórmulas para gestionar el acceso de turistas en sus salas”. (...). El problema es cómo controlar a los turistas que como locos acuden a ver lo que sea, es más yo añadiría a esos miles de jóvenes que, también enloquecidos, acuden con sus celulares a hacerse fotos delante de todo lo que se está quieto en un acto semivandálico. Un director de museo español afirma que a él no le gustan las prohibiciones; después de recuperarme del ataque de risa, le digo con todo mi afecto: a mí si, y se me ocurren unas cuantas prohibiciones que harían mucho bien en general al arte. Primero: prohibir los celulares y las fotografías, más aún los selfies que los penaría con trabajos sociales.
Cada vez que en un museo (incluso en una feria) veo a la gente que pasea sin mirar nada, leyendo la guía, haciendo fotos, hablando y riendo entre ellos, tocando las obras, comiéndose un bocadillo, me gustaría convertirme en un Jesucristo postmoderno y expulsarles del templo de la cultura. ¡Fuera de aquí, bárbaros, salvajes, ignorantes¡ La pregunta realmente es ¿para qué sirve un museo? Esos millones de personas en todo el mundo, casi todos ellos etiquetados con el despectivo nombre de “turista” (muchas veces son los mismos en todos los museos) , ¿van al museo a ver arte o a cumplir con las guías turísticas? ¿Las cientos de personas que hacen cola para entrar a ver la exposición de Yayoi Kusama, saben quién es, saben siquiera que es una mujer, tienen idea de que es lo que hace, lo que piensa, saben algo de algo… o sólo van a hacerse selfies? Sinceramente, lo siento, lo dudo profundamente. Con la pésima o nula educación cultural que se imparte en todo el mundo, con la absoluta ignorancia que del arte actual tienen los medios de comunicación, los libros de texto básicos, con la escasa venta de libros especializados y su nula lectura…. Esos millones de turistas en todo el mundo, sometidos a una encuesta imposible dirían que un museo sirve para comprar recuerdos, souvenirs, un paraguas si llueve; para comer, merendar, tomar té o café y pastel, comprar un regalo para llevar a casa, para mamá o para los amigos, sentarse un rato a descansar de tanto pasear por las ciudades, y es que el turismo es muy duro. Lo de ver arte, así de entrada, no se lo había planteado más de un 7% de los visitantes. Antes entrábamos en las iglesias o catedrales a sentarnos sin tener que consumir, los turistas de mi época éramos más discretos (tal vez por no existir aún el selfie). Y esto es, amigos, para lo que sirven los museos hoy. Así que yo casi que prefiero, otra vez, las iglesias y los cines, que están igual de vacíos… aunque a los cines también va mucha gente que no ve la película: come, se besa, se duerme, se meten mano… pero por lo menos no pueden hacerse selfies, todavía".
Con todo, hace poco estaba volviendo a ver ('ver' es poco, en este caso) "Las meninas", una mañana que andaba por Madrid como vaca sin cencerro, y me pasé no dos semanas -porque tenía que hacer cosas en Logroño, nada importante comparado con admirar "Las meninas", por supuesto- pero sí una media horita. En un momento dado se acercó un grupo escolar de adolescentes y se puso delante del cuadro, porque tocaba. Pero, ¡ay, amigo! al cabo de un rato, tres o cuatro chavalitas del grupo, que en contra de lo previsible se mantenían delante de "Las meninas" en silencio y bastantes minutos seguidos, sin despegarse....una de ellas se dirigió a las otras y les susurró, entre sorprendida y curiosa: "¿Vosotras sabíais que era tan grande?". Parafraseando a Mariví: "Ya había merecido el viaje". Siempre hay alguien que descubre el tamaño de la cosas, y que nada es como te lo cuentan. Me recordaba mi primera vez en "Las Meninas": de muy niño, con mis padres, cuando aún había un espejo a la entrada, en la puerta de la sala, y al volverte te veías dentro del cuadro. Pero vamos, que este verano casi no pudimos ni acercanos a "La Ronda" en el Rij, 'rondado' por la turbamulta y su turbamóvil, pero echamos la tarde en compañía de "Los síndicos". Bernardo
ResponderEliminar¡Qué gran época la adolescencia, siempre tan preocupada por los pesos y medidas!. Los propios y los ajenos. ¡Y qué suerte ver las cosas por primera vez!. Todo un programa: tratar de ver las cosas como si fuera la primera vez. A mí, por mi mala memoria, a menudo me cuesta bastante poco. Me sale "de fábrica" así.
EliminarUn abrazo, y hasta pronto.
Parece que tengo dos cosas en común con Van Gogh: el interés por el paisaje y la admiración por Rembrandt (mi pintor favorito de la historia junto con los primitivos flamencos).
ResponderEliminarTienes razón, ahora la gente va a visitar museos y otros monumentos para decir que estuvieron allí. Pero en realidad no los ven sino a través del ipad o del móvil, y para eso son capaces de hacer filas kilométricas. ¡Qué se le va a hacer! A veces pienso que en uno de esos tumultos podría descolgar un cuadro (por ejemplo uno pequeño Van Eyck) y llevármelo debajo del brazo. Nadie se daría cuenta. Eso sí, cuando se descubriera su desaparición, habría cientos de móviles con mi imagen cometiendo el robo para alegría de la policía.
Mientras, los que podemos disfrutaremos de las obras que otros hicieron, no pensando en nosotros, sino por la necesidad de expresar su sentir. ¡Benditos sean!
Besos.
Rosa Castellot.
Benditos sois los que tenéis un don y lo cultiváis, para vuestra satisfacción y la de vuestros agradecidos seguidores. Por cierto, ¿para cuándo una nueva exposición tuya?
EliminarEso, Rosa, para acampar delante de alguno de tus dibujos .Bernardo (yo del Rij me hubiera llevado un 'selfie' pequeñito de Rembrandt, con 18 años, bastante umbrío y camino ya de otra época en su vida)
ResponderEliminarJo, Bernardo, qué envidia. A ver cuando voy al Rijks y me saco la espinita de no conocer ese santuario del arte de Rembrandt.
EliminarFélix Reyes
Mejor un buen robo que una mala foto. Tras los logros conseguidos por Thomas de Quincey reivindicando el asesinato como una de las bellas artes, hay mucha gente (y no solo en España) afanándose por el mismo trato en favor de la sustracción (y de sí mismos, de paso). Los hay virgueros. Auténticos "artistas".
ResponderEliminarQuerido Pachi, te envío estas humildes imágenes que resumen dos momentos, quizás tangencialmente, pero que me interesan profundamente, a saber: La entrada de las obras de arte al espacio museístico, en este caso su transporte; y el modo en que nos comportamos frente a dichas obras. La primera imagen corresponde a la entrada del cuadro "la Balsa de la Medusa" en el Louvre por una de sus puertas laterales. Un viaje de corto recorrido, singularmente hecho con el cuadro boca abajo, tal y como nuestra retina registra las imágenes en su fluida oscuridad -dejo a tu certera mirada la causa y el trasiego de esta mudanza.
ResponderEliminarLa segunda se corresponde con la visita al mismo museo y misma obra, -colocado en su posición-, de un grupo de jóvenes estudiantes que leen con avidez las características del cuadro en la cartela que lo acompaña. Sin duda la historia del lienzo puede resumirse en unas breves líneas de texto bien construidas, siempre que se preserve el enigma y se presente su asunto sin inflamar el misterio pero, sin duda, los estudiantes de la imagen son "estudiantes de diseño" que discuten con fervor la conveniencia de las serifas en las capitulares y el subrayado caprichoso "nada conveniente" para destacar el nombre del autor, se escucha de fondo decir al profesor, fuera de la imagen.
Por otro lado, y con motivo de los Selfies que tantos comentarios han provocado en el blog, yo entiendo que la gente se haga fotos con la Gioconda, lo entiendo perfectamente: el cuadro de Leonardo es el ADN de lo humano en la pintura, y puede que en un futuro -espero lejano-, toda la humanidad convenga que es igual de importante salvar al cuadro junto con los últimos habitantes del planeta antes de entregarlo a su desaparición tragado por el Sol (también en desaparición). No me imagino una misión de humanos vagando por el universo sin la compañía de la pintura. De algún modo es una foto premonitoria la del selfie con la Gioconda... Imagínate que te internas en el Universo acompañado solo de científicos -Alien-
Un abrazo.
Pachi, Gracias por incluir mi fotografía!!!
ResponderEliminarUn honor doble, estar en tu (gran amigo) post y detras de Struth (gran fotógrafo)
Besos
Teresa
Estás en tu casa. Espero que te encuentres cómoda entre tanta gente.
EliminarHasta pronto.