Robert Brownjohn. Let it bleed. Portada. 1969. |
¿Os acordáis (es un ejercicio sólo para
provectos: menores de cincuenta, abstenerse) de un tipo de tocadiscos
que apilaba los vinilos sobre el plato y los iba dejando caer
automáticamente, uno tras otro, para que la escucha fuera, hasta
cierto punto, continuada? Pues eso era, como no podía ser de otra
manera, un “automatic changer”. Como en el chiste, “la
misma palabra lo dice”. Ha habido épocas en las que se
llamaba a las cosas “por su nombre”, y este era un invento que te
permitía tener las manos libres (u ocupadas, en el mejor de los
casos) más allá de los veinte minutos que solía durar la cara de
un disco de larga duración.
La portada del Let
it bleed (sangrienta broma verbal que los Rolling Stones dedicaron al ñoño polmacartismo de la competencia) llamaba la
atención y descolocaba. ¿Qué hacían bajo ese título satánico y
apiladas con orden pero sin concierto una tarta nupcial de pueblo,
una cubierta de neumático, una pizza, la esfera de un reloj de
pared, una lata conteniendo una bobina de película y un disco que
gira sobre el plato y en el que a los cuatro calaveras ya conocidos se
sumaba el recién incorporado y brillante guitarrista adolescente
Mick Taylor?
El desajuste era,
sencillamente, el resultado de un cambio en las previsiones de
producción del disco, muy esperado por los aficionados y los medios
tras la truculenta muerte de Brian Jones. Cambió el título, pero se
mantuvo el diseño gráfico previsto inicialmente, encargado a un
brillante creador acostumbrado a caminar por el lado peligroso:
Robert Brownjohn. Éste había recibido una sólida formación en
el Instituto de Diseño de Chicago bajo la dirección y protección del gran László Moholy-Nagy (pronúnciese molinóch) y
luego marchó a Nueva York para crear con otros brillantes socios una
de esas agencias publicitarias que tan bien refleja la serie Mad Men,
con grandes campañas gubernamentales y corporativas de las que han servido para forjar el imaginario de la sociedad de consumo. Una especie de Don
Draper, pero con más paleta de sustancias psicoactivas. Sus inclinaciones
artísticas le llevaron a relacionarse con casas de discos y con
grandiosos músicos como Charlie Parker o Miles Davis, con los que
compartió aficiones y adicciones. Posteriormente se trasladó a
Londres, donde mantuvo su fructífera relación con multinacionales y
bancos, y empezó a colaborar con el mundo del cine, destacando sus
secuencias de créditos para algunas películas de James Bond como
Desde Rusia con amor y Goldfinger (en la que hace una recreación pop
de las técnicas creadas por Moholy-Nagy en los años veinte para las
películas constructivistas de la Bauhaus).
La portada del título
rodante la hizo en 1969, y murió a los cuarenta y cinco años en
1970. Todo un precursor.
Como todo
en la vida, había en el desarrollo del encargo una parte de atrás:
la fiesta ha
terminado y quedan los restos. Destrozo y suciedad: el disco roto, el
brazo del tocadiscos descuajeringado, la tarta desaprovechada sin
haber gozado de mucho aprecio, los musiquitos decorativos hundidos en
su propia nata, el neumático pinchado y cortado, el reloj sucio y
rayado, la pizza fría, la película expuesta a la intemperie, …
Lo decía el poeta Jaime Gil de Biedma por esos mismos años: “envejecer, morir, es el
único argumento de la obra.”
Son
cambios automáticos.
Robert Brownjohn. Let it bleed. Arte final para la contraportada. 1969. |
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