jueves, 20 de junio de 2013

Alegoría del oído

Hay ahora en el Museo del Prado una hermosísima exposición, modélica en muchos sentidos. Hasta su título, La Belleza encerrada, es un acierto, una mezcla de "locus amoenus" y "huis clos".

Portada del catálogo.
Patinir. La laguna Estigia (detalle).
Comisariada por la conservadora Manuela Mena, reúne casi trescientas obras de pequeño formato (cuadros de devoción, retratos, pinturas de gabinete, predelas, algunas esculturas, bajorrelieves y objetos diversos) entre las que se incluye una selecta porción del denominado "Prado oculto".
En la demorada visita se tiene a menudo la sensación de que es la mejor idea llevada a cabo con la mejor materia posible y en manos de quien más sabe sobre el particular.

Detalle del montaje de las Alegorías.

Un modelo de planteamiento de trabajo, de selección de las obras, de presentación al público en un espacio que se ha corpartimentado hasta conseguir los ámbitos reducidos adecuados para valorar las características de las obras allí contenidas, de elaboración del catálogo y el folleto de mano. Sólo un reparo: los contenidos musicales del CD resultan demasiado obvios, demasiado convencionales.
Todo lo seleccionado es digno de mención, pero por nuestra querencia sonora nos vamos a detener en la Alegoría del Oído, obra conjunta de Jan Brueghel “el Viejo” y Peter Paul Rubens, pintada al óleo sobre una tabla de 65 x 107 cm. en 1617, que forma parte de una serie dedicada a los cinco sentidos. El cuadro es un prodigio de técnica y sensibilidad (con la minuciosidad de Brueghel en fondos y objetos en dinámico contraste con los personajes pintados por Rubens), pero también de información.

Jan Brueghel “el Viejo” y Peter Paul Rubens. Alegoría del oído. 1617.
En la escena central destaca la sensual Venus tañendo el laúd ante un angelical cantor, y acompañada por un ciervo y un gato, atentos animales que suelen representar al buen oído en los programas iconográficos. 
Detrás, un amplio balcón volcado sobre la naturaleza, infinita fuente de sonido, en la que se distinguen escenas de caza, bosques rumorosos y gran variedad de pájaros, además de amenazantes nubes de tormenta. 
Las cultas partituras extendidas por el suelo y expuestas en atriles contrastan con la escena que,  en una apartada alcoba, representa a un grupo familiar en una labor que mezcla el aprendizaje y la interpretación. 
Tapices y lienzos cubren los muros con temas, tanto paganos como cristianos, también relacionados con la música: un concierto en el que participan los dioses del Olimpo, otro en el que Orfeo calma con su música a las fieras, y sendas Anunciaciones a la Virgen María y a los pastores, ejemplos del extraordinario valor, no solo sonoro, de las palabras. 
Y, por doquier, una multitud de artefactos e ingenios que recogen la inventiva y riqueza material de la época: un arpa, varios instrumentos de viento, laudes, flautas, bassones, fagots, cornetas, toda una familia de violas da gamba y da braccio, un clave de teclado doble, trompetas, tambores, sacabuches, violines, campanas, campanillas, muchos relojes, juguetes mecánicos, cascabeles, trompas y pájaros, muchísimos pájaros, exóticos y propios de las latitudes de los pintores y de los destinatarios de la obra. 
Entre tanta belleza y armonía, también hay varias armas de fuego. Para cimentarla y mantenerla, naturalmente.

El Ensemble Commentor Vocis, dentro del
Proyecto de Iconografía Musical de la Universidad Complutense de Madrid, interpreta a continuación la partitura anónima que aparece en el primer plano del cuadro, un canon a cuatro voces titulado Beati qui audiunt verbum Dei et custodium illud.

La divinidad nos habla a través de todas las cosas. Permanezcamos atentos y seremos dichosos.
Y si tenéis oportunidad de pasar por Madrid antes del 10 de noviembre de 2013, no os perdáis este acontecimiento para el que seguramente no habrá colas.

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