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El Beny Moré, inmortalizado por Jorge Frías, "Sinsal", tremendo artista. 2016. |
Hubo un tiempo (ya lejano, y probablemente perdido para siempre) en el que en las emisoras de radio y en los estudios de televisión se tocaba música en directo. La amplitud del combo dependía del rumbo del patrocinador publicitario, y la calidad de la música era cosa del talento e imaginación de los intérpretes. En La Habana de los años cincuenta (una de las múltiples “edades de oro” de la música cubana), las orquestas, además de grabar discos, tocaban en cabarets, salones de baile, teatros, espectáculos y “emisoras radiales” como la CMQ, y las más famosas lo hacían todo a la vez, en jornadas extenuantes.
El concierto que propone desde hace tres años la CMQ Big Band trata de recuperar y difundir ese sonido singular, fruto de unas circunstancias excepcionales y que dejó de tocarse ya en los años sesenta, relegado entre otras cosas por los cambios políticos de la isla (ya tú sabes eso de “se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó parar). Y lo hace recreando la intención y el repertorio de Beny Moré (el “bárbaro del ritmo”, el “sonero mayor”) y su Banda Gigante, considerados unánimemente como su manifestación más lograda y exigente.
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Beny Moré y su Banda Gigante. Circa 1955. |
Hacia la mitad de su concierto en Logroño la CMQ Big Band atacó la guaracha Elige tú, que canto yo, de Joseíto Fernández, que propone las reglas del juego: “yo canto una guaracha, una rumba y hasta un son, y canto cualquier cosa y es porque soy buen cantor. Si tú me pides bolero, pues bolero yo te doy”. Todo eso y mucho más (son montuno, mambo, rumba, guaguancó, guajira, chachachá, batanga, invocaciones orishas,…) se tocó en el Teatro Bretón por una banda interracial y transatlántica de diecisiete músicos, una “caja de ritmos” dirigida por el brillante pianista Luis Guerra y con Alain Pérez como omnipresente cantante y maestro de ceremonias.
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La CMQ Big Band, con Alain Pérez. |
El repertorio estuvo muy bien elegido, agrupando una selección de los “grandes éxitos” de un músico singular que, a pesar de su temprana muerte (a los 43 años) en un medio, digamos, nada proclive a la “fiesta”, marcó para siempre el imaginario sonoro de la música cubana y está en el epicentro de su influencia internacional, mucho más allá del ya de por sí amplio territorio sentimental del bolero. Músicas propias y ajenas (recreadas y hechas propias en sus versiones) y paulatinamente más sofisticadas, desde su época de intuitivo cantor rural y su paso por el grupo de Miguel Matamoros hasta la orquesta de Pérez Prado, y sobre todo con su Banda Gigante, donde se fijaron clásicos de leyenda que siguen siendo, como ahora se dice, “rompepistas”.
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Beny Moré y su tribu, la Banda Gigante. |
La orquesta sonó como aquello para lo que se creó: una poderosa máquina de sonido rutilante, un complejo mecanismo de precisión que ha de servir igual de bien (y sin descanso ni transición) a las necesidades expresivas de la pasión romántica y a las exigencias rítmicas del estómago y los pies de los bailongos. Todo un logro, ensamblar el lenguaje melódico y rítmico cubano con la potencia sonora de una explosiva banda de metales. Mérito que en buena medida correspondió a su director, el pianista Luis Guerra, autor de los elegantes arreglos y de varios solos virtuosos y espectaculares.
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Beny Moré y su Banda Gigante, cuando La Habana era una fiesta. |
Alain Pérez (un músico extraordinario que a lo largo de su intensa carrera se ha sentido igual de bien haciendo sus propios discos que acompañando al contrabajo a Paco de Lucía -durante varios años- o a Jerry González y a lo más selecto de la música cubana -de dentro y de fuera de la isla-), cantó con solvencia en la exigente tesitura en que lo hacía el Beny con su “voz de clarín”, en un territorio agudísimo próximo al falsete, arriesgado para la afinación. Tiene un registro vocal amplio y un metal precioso, y resultó un repentizador ocurrente, con estribillos e inspiraciones sobre las bondades de lugar, los músicos y el público llenas de gracia. Calentó el ambiente y agitó a la orquesta con su gestualidad y su innato sentido del ritmo. Ya hacia el final, con el montuno Qué bueno baila usted, convirtió el teatro en dislocada pista de baile, y la canción en homenaje a los esforzados músicos, con un agradecido “Beny Moré, qué banda tiene usted” y “qué bueno toca usted” que se sintió como entusiasta reconocimiento colectivo hacia “la tribu”.
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Beny Moré, el bárbaro del ritmo, en acción. |
Seguramente si hubiera en el grupo, como es frecuente, una segunda voz (además de los deliciosos coros de los percusionistas, que merecerían su propio concierto) el resultado sería más rico y variado, evitando lo que podía acabar por apreciarse como cierta monotonía en lo vocal.
La descarga, que terminó con la Batanga nº 2 de Bebo Valdés, duró cien intensos minutos y a la mayoría del público nos supo a poco. Los telones del escenario se cerraron y el recinto volvió a estar como cuando llegamos, para disfrutar de lo que Alain Pérez definió como “una película en blanco y negro sobre Beny Moré, leyenda y milagro de la música cubana”.
Después, ya en la calle y entre los entusiastas, vinieron las consideraciones sobre la idoneidad de un teatro para disfrutar de una orquesta de estas características.
Lo que escuchamos, ¿es música sólo para bailar? Cabría recordar que muchos de los “lugares emblemáticos” que identificamos como ideales para la interpretación de este repertorio son recintos donde se bebe y se come, se escucha, se mira y se huele. Y, quien puede, toca. Pero no se baila, o no es lo primordial.
La vida no deja de darnos sorpresas.
CMQ Big Band, con Alain Pérez
JAZZ 2016. Cultural Rioja
Teatro Bretón. Logroño
19 de mayo de 2016
Otras crónicas del ciclo JAZZ 2016. Cultural Rioja:
Ernie Watts
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