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| F.G. Venus de Sansol. Ensamblaje de objetos encontrados. 2025. |
El encuentro con la protagonista de esta historia tuvo lugar en un pueblo navarro al que una amiga nos había convocado para celebrar, como cada verano, la ceremonia de la amistad. A la hora de las despedidas entramos en la cochera para ver una magnífica zaranda de la que habíamos hablado varias veces, y en el azaroso orden que reina en estos espontáneos museos etnográficos llamó mi atención el resto de una herramienta ya inútil, porque había perdido el mango que le daba distancia, seguridad, recorrido y toda posibilidad de amplificar la fuerza. Pero su inutilidad no restaba sentido a lo que quedaba de aquel martillo, seguramente una pieza concebida para picar piedra en las delicadas labores de la construcción.
El hierro, poco más grande que el hueco de una mano y con una esbelta forma entre prisma y cilindro suavizados por su diseño y por el uso, me recordó a las esculturas prehistóricas propiciadoras de la fertilidad, y pasó a ocupar un lugar central en mi mesa de trabajo, donde la limpié, miré mucho, dibujé reiteradamente y cavilé sobre la mejor forma de mantenerla erguida sin afectar a sus cualidades formales.Recuperé para ello un hermoso recipiente para sal y minucias de los que solía haber en las cuadras serranas, cerca del ganado, para que sirviera de marco acogedor de la belleza de la venus, que desde esa profundidad oscura emergería hacia la luz, en un movimiento ancestral que siempre (o casi siempre) ha guiado, como una pulsión irrefrenable, a la especie humana.
Consolidar la intención lo supo hacer, con precisión de cirujano, la sabiduría del escultor José Carlos Balanza, paciente amigo que logró que la venus de Sansol encontrara en su nuevo habitáculo un cobijo amable.
(La puedes ver en la Casa de los periodistas, de Logroño, hasta el 23 de diciembre de 2025, dentro de mi exposición breves bellezas muertas.)





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