Decía una canción de Burt Bacharach que "una casa no es un hogar". Ni siquiera lo es un nido, que, a pesar de su apacible imagen y buena fama, es poco más que un precario abrigo sujeto a todo tipo de inclemencias, desalojos forzados, incendios y podas drásticas.

Los nidos que forman parte de estas cinco ofrendas que reciben al visitante en el acceso a la Casa de los periodistas, fueron encontrados por los suelos después de los correspondientes vendavales, salvo el construido a partir de trozos de alambre con los que los agricultores fijan las guías de sus cepas en las espalderas que tutelarán el desarrollo de sus viñedos.
La amable apariencia va acompañada, por dentro o por fuera, de espinas de acacia o de cactus, de duras cortezas, de cantos rodados enhebrados con hilo de cobre en un serpentino collar. Pero no siempre es así: en uno de ellos pervive, milagrosamente, la amoldada pluma de un pájaro adulto tapizando el trenzado recinto.
Utilicé para construir los cálices que los acogen viejas tulipas de alumbrado público bañadas en esmaltes blanco y verde, soportadas por un tallo cilíndrico de madera de cerezo que sirve de peana, como un bello tronco de árbol.
Las características de la sala de exposiciones, con tanto de espacio sagrado prerrománico, me llevaron a construir a sus pies, entre las grandes cristaleras de la fachada y sobre un murete de obra, algo así como un humilde altar bañado por la fría luz del invierno y dedicado a la contradictoria belleza de la naturaleza.

(Puedes ver estas cinco ofrendas en la Casa de los periodistas, de Logroño, hasta el 23 de diciembre de 2025, dentro de mi exposición breves bellezas muertas).







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