miércoles, 10 de diciembre de 2025

Desde el puerto de Peñíscola

F.G. Peñíscola. 2025.
En una ciudad como Peñíscola, todavía llena de encantos (a pesar de los desastres de la especulación urbanística y de los crecientes desmanes paisajísticos en su entorno, incluida la degradación irreparable de sus privilegiados humedales, que por allí llaman "marjales"), pasear por el puerto pesquero está entre las opciones más placenteras y tranquilas, y allí, además de sentir algo de lo poco que queda del modo de vida que filmó Luis García Berlanga en Calabuch, todavía puedes encontrarte con un trozo de madera marinera con restos de pintura, un cabo de cuerda, una luz singular o la infinita gama de azules que desde su espigón se divisan.
El recorrido de este año fue especial porque acababan de demoler las deterioradas casetas de pescadores del dique principal, y entre las muchas señales que quedaron en muros y pavimento todavía había por allí algunos trozos de hierro de su estructura, carcomida por la humedad y el salitre.


Entre ellos esta hermosura, tan sugerente, como movida por la brisa, tan evocadora, como que abrazara el horizonte, tan abierta a la imaginación y a la vez tan sorprendentemente "acabada" que solo necesitó limpieza y estabilizarla sobre una discreta superficie plana que la protegiera mínimamente de interferencias y le diera la necesaria relevancia, separándola del suelo pero sin elevarla.  
El azar funcionó otra vez, y una holgura de poco más de un milímetro en algunas partes de la línea de encuentro entre el soporte y la pieza dieron a esta una sutil sensación de levedad, como si estuviera a punto de emprender el vuelo.
El año que viene volveremos a tan fértil yacimiento.
(Puedes verlo en la Casa de los periodistas, de Logroño, hasta el 23 de diciembre de 2025, dentro de mi exposición breves bellezas muertas).

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