viernes, 12 de junio de 2020

El punto de vista del otro

Un hoplita griego y un soldado persa combatiendo. 480 a.C. Kilix conocido como Copa de Edimburgo.
(...)«Heródoto hace una inesperada afirmación acerca de sus fuentes. Dice que escuchó a gentes cultas de Persia las explicaciones que acaba de ofrecer sobre la génesis del conflicto. Los fenicios, en cambio, cuentan otra historia, «y no me meteré yo a decidir entre ellos, inquiriendo si la cosa pasó de este o de otro modo». Tras años de viajes y conversaciones, Heródoto comprobó que los testigos a los que interrogaba le facilitaban relatos contradictorios sobre los mismos acontecimientos, olvidaban muchas veces lo sucedido y en cambio recordaban sucesos que solo ocurrieron en el universo paralelo de sus deseos. Así descubrió que la verdad es huidiza, que es casi imposible desentrañar el pasado tal y como sucedió porque solo disponemos de versiones diferentes, interesadas, contradictorias e incompletas de los hechos. 
Soldados de la guardia del rey persa. Relieve de Persépolis. S VI-V a.C.
En las Historias abundan frases como: «que yo sepa», «según creo», «de acuerdo con lo que averigüé por boca de…», «no sé si es verdad; solo escribo lo que se dice». Milenios antes del multiperspectivismo contemporáneo, el primer historiador griego comprendió que la memoria es frágil, evanescente, y que cuando alguien evoca su pasado deforma la realidad para justificarse o encontrar alivio. Por eso, como en Ciudadano Kane, como en Rashomon, nunca llegamos a conocer la verdad más profunda, sino solo sus atisbos, sus variantes, sus versiones, su alargada sombra, sus infinitas interpretaciones.
Y lo más increíble de todo: nuestro autor no consigna la versión de los griegos, solo la de los persas y fenicios. Así, la historia occidental nace explicando el punto de vista del otro, del enemigo, del gran desconocido. Me parece un planteamiento profundamente revolucionario, incluso veinticinco siglos después. Necesitamos conocer culturas alejadas y diferentes, porque en ellas contemplaremos reflejada la nuestra. Porque solo entenderemos nuestra identidad si la contrastamos con otras identidades. Es el otro quien me cuenta mi historia, el que me dice quién soy yo.» (...)

Irene Vallejo. El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo. Ed. Siruela.

Ilustración de James Bruce. Papyrus. Diseño de la portada de Gloria Gauger.
La Historia ha pasado de ser un instrumento útil para el conocimiento de realidades complejas hasta convertirse en una máquina de justificaciones retrospectivas, argumentarios prospectivos e interesados "relatos" delirantes. 
Las caudalosas e incontrolables fuentes buscadas por Heródoto han devenido en escleróticos clichés inamovibles (o cambiantes a voluntad para apuntalar la conveniencia coyuntural), y el resultado es una prosa pretenciosa, alambicada, mentirosa a conciencia, mera voz de su amo, sin espacio para el contraste o el disenso.
Poco más (o menos) que el periodismo partidista, militante, de trinchera, que todo lo ocupa, que todo lo anega.
Escena de combate en un vaso ático de figuras negras. S. V. a.C.

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