miércoles, 9 de marzo de 2016

La maravilla


Cristobal Hara. Valencina de la Concepción. 1993. (Portada del programa de los Entremeses de Cervantes)
Algunas veces (no demasiadas, lamentablemente) la maravilla se hace presencia y palabra sobre un escenario. En mi ciudad pasó tal prodigio recientemente con el retablillo de algunos entremeses de Cervantes (La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas) puestos en pie por el Teatro de La Abadía. 
Ros Ribas. Entremeses de Miguel de Cervantes. Teatro de La Abadía.
Como por arte de magia nos transportaron a finales del siglo XVI y a la meseta castellana, donde “todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras y cuatro cayados, poco más o menos. (…) No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese o pareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancos en cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menos bajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era una manta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario, detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo.” 
Ros Ribas. Entremeses de Miguel de Cervantes. Teatro de La Abadía.
Así de preciso y con tanto detalle cuenta Don Miguel cómo le cogió el gusto a las comedias y la forma en que aprendió a hacerlas viendo las representaciones de Lope de Rueda, y así las dirige y pone en pie José Luis Gómez. 
Poco más hace falta que las palabras justas (con su sonido precioso, su sentido y su significado), el ingenio desbordante del autor (constructor de juguetes dramáticos perfectos) y la intención de divertir y señalar (sin dejar títere con cabeza, sea el muñeco gobernador, cornudo, alcalde, criado, clérigo, regidor, escribano o rústico, mujer u hombre: materia subversiva tan abundante como para varias querellas, porque no hay nada nuevo bajo el sol). 
Ros Ribas. Entremeses de Miguel de Cervantes. Teatro de La Abadía.

Eso y un buen puñado de excelentes cómicos con oído suficiente como para cantar y bailar de manera acompasada. Y una luz intensa y cambiante, como castellana, que deslumbra y lo baña todo repartiendo hermosura elemental. Y un gran árbol como un tótem, en el centro de una era convertida en espacio de jolgorio comunitario. Y un tratamiento de la omnipresente música digno de admiración, recurriendo a lo popular cotidiano, a las formas más tradicionales que todavía perviven en nuestro acervo cultural, a través de la rima de refranes, decires y canciones, a los ritmos creados con objetos domésticos, pitos y reclamos, y a un despliegue portentoso de máquinas de ruido teatral utilizadas a la vista y con tal virtuosismo que cubren las necesidades de cualquier incidencia o suceso que acontezca. Pocas veces se ha conseguido un "espacio sonoro" tan espectacular y justificado.
Ros Ribas. Entremeses de Miguel de Cervantes. Teatro de La Abadía.

Y todo dando la apariencia de sencillez, sin que se aprecie el arduo trabajo de depuración, de reducción de la fuente a lo esencial tras despojarla de adherencias indeseadas. Un trabajo de grandes individualidades que se disuelven en un homenaje colectivo a Miguel de Cervantes, y que nos llena de orgullo y agradecimiento a quienes, tanto tiempo después, seguimos disfrutando de este inagotable idioma.

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