Henry David Thoreau a los treinta años, fotografiado por Benjamin D. Maxham. |
En Volar, el imprescindible libro que acaba de editar Pepitas de Calabaza recogiendo la abundante presencia de los pájaros en la obra de Thoreau, se ha colado un precioso haiku inesperado, seguramente fruto del afinado oído del poeta Eduardo Jordá, traductor al castellano de tan asombrosa imagen.
No es necesario cortarlo. Dice así:
"El azulejo carga con todo el cielo sobre su espalda."
Deslumbrante. Basta con verlo y escucharlo.
El nido de Thoreau en los bosques de Walden. 1854. Primera edición. |
Verdaderamente inocente y dulce melodía. Cuando yo era niño podían oírse estas melodías casi por cualquier calle, en cuanto dejabas el bullicio de los puntos concretos de actividad comercial. P.ej.: la Glorieta, la Carretera de Zaragoza (Gral. Franco) hasta el Seminario, los alrededores de la antigua estación que ahora es Gran vía, todo Vara de Rey, hacia Murrieta por la "vuelta del peine"....es decir, la calles sonaba distinto, sonaba a sonidos naturales. Qué tiempos.
ResponderEliminarLa ciudad sigue llena de sonidos, pero menos sutiles en general.
ResponderEliminarTambién tienen su interés, a pesar de todo.
Un abrazo.
Un haiku (o dos) al vuelo
ResponderEliminarLo mejor de dar un libro al mundo es lo mucho que te devuelven quienes lo leen; esos son sus verdaderos royalties. Es lo que nos está pasando con el Volar de Thoreau, y aquí os traigo la última anécdota como prueba. Desde Logroño, vía su blog, Francisco Gestal nos advirtió de que había un haiku escondido en este apunte:
"El azulejo carga con todo el cielo sobre su espalda".
Ciertamente, lo tiene casi todo para serlo: las 17 sílabas en su presentación habitual (5-7-5) y la nota estacional [kigo] que pone el azulejo, que es ave de primavera. Para ser ortodoxo sólo le falta el “corte” [kireji], ese término que suele separar dos ideas o imágenes inesperadas. Pero algo de esa yuxtaposición existe entre el azul del azulejo y el azul del cielo, micro y macro haciéndose uno en ese ave única que vio y anotó Thoreau en un mes como este.
Se lo comentamos a Eduardo Jordá, el traductor, quien nos aclaró que no había sido deliberado (pero la sorpresa tampoco fue tanta, pues le gusta mucho el género, así que la casualidad estaba en cierta forma predeterminada). Pero lo mejor es que no es el único haiku detectado por Francisco. También está este otro:
"El camachuelo canta en los árboles de Ralph Waldo Emerson".
El haiku del camachuelo no es tan ortodoxo, empezando con su distribución en 5-5-7, y también porque no tiene kireji. Podría ser un senryu o haiku no-estacional, a menudo humorístico; pero se acerca el haiku tradicional por mantener cierta yuxtaposición o contraste, esta vez entre el camachuelo y Emerson, que legalmente fue el dueño de los árboles y, es de suponer, de aquello que cobijasen. Cuando J. I. Foronda y yo preparamos la edición, seleccioné el pasaje porque ese sencillo y escueto “Purple finch sings on R. W. E.'s trees” es por un lado completamente factual y objetivo, pero al mismo tiempo no deja de transmitir cierta ironía muy típica del tío Henry: ¿de quién son los árboles, de Emerson o de Thoreau? Emerson fue su dueño, pero Thoreau los disfrutó en usufructo, y conservó para siempre el canto sin dueño del camachuelo que los habitó un día de abril. Esos árboles son ya para siempre suyos, es decir, nuestros.
Y como tales los disfrutamos.
Eliminar¡Por muchos años! Gracias, Francisco.
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