F.G. Esperando el favor. Madrid. 02.2016. |
Tampoco la célula de un soviet de los que profetizó hace bien poco Esperanza Apocalíptica, ni un envoltorio artístico de Christo y Jeanne-Claude.
Nada que ver con los capullos ojivales que a veces hemos visto en el cine, esas vainas provenientes del espacio exterior y cargadas de replicantes "más humanos que los humanos" esperando su momento de eclosión, dispuestos en batería como los guisantes en su suculenta nave nodriza, y disfrutando mientras llega su hora de un microclima agradable.
Tampoco es un invernadero para fumadores de los que instalan los bares invadiendo el espacio público.
Si te fijas bien verás que se trata de un paquete de fieles devotas del milagroso Cristo de Medinaceli haciendo demorada cola en la madrileña calle del mismo nombre, protegidas de la intemperie y con el amable confort de la silla plegable, la mesa camilla, el termo de café con leche y las pastitas, mientras llega la hora y se les permite el acceso a los oficios de la basílica.
Como todas son mujeres (¿dónde estarían sus queridos maridos e hijos, en este apurado trance?) cabe la duda sobre si son voluntarias y han acudido libremente o, como nos cuentan los viejos romances, son cautivas y han sido empaquetadas, facturadas y transportadas por mensajería para pagar un ominoso tributo ancestral a algún malandrín.
Sea como fuere, llama poderosamente la atención la imaginación práctica de esta arquitectura efímera y traslúcida, que demuestra una considerable pericia paquetera y que vendría a demostrar, una vez más, la tradicional relación entre las devociones y el comercio.
¡Ave María Purísima!
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