martes, 28 de mayo de 2013

Fútbol, furia y pundonor


Ramón Masats. Madrid. 1957.

Vemos desde casa los campos de deporte del instituto y de un colegio público, y fuera de sus horarios lectivos son un hervidero de actividad de todo tipo, esencialmente polideportiva. Sus variadas condiciones de dimensión y firme permiten cierta especialización de la concurrencia, que curiosamente llega a la segregación continental dentro de una esencial convivencia pacífica: disfruto de una liga americana “seria” en campo grande de tierra; de una pachanga informal subsahariana llena de ingenio y flexibilidad en el otro campo de tierra; de diversos torneos asiáticos en los corredores que quedan entre campos e instalaciones, o en las pistas cuando están libres; de continuos partidos de frontenis con su percusión sistemática y su hueco eco; de unos velocísimos partidos internacionales de futbito sobre pista de cemento, los más integradores en cuanto a color, edad y nacionalidad de origen. 

Carles Francesc. Matías Prats retransmitiendo un Real Madrid-Atlético. 1950.

Cada colectivo tiene su propio sonido aunque practiquen el mismo deporte, siendo el fútbol el rey de ese pequeño universo. El rito siempre es distinto: los unos acuden uniformados y con árbitro, acompañados de familias y pertrechados de neveras, fiambreras, mobiliario plegable y todo lo necesario para echar una buena tarde de confraternización. Hasta banderas traen. Otros carecen de cualquier rigidez, y se agrupan azarosamente conforme van llegando sin otra intención que disfrutar de los beneficios del ejercicio y la camaradería: recuerdan a los patios de colegio y a las campas de antaño. Siempre hay algarabía, exclamaciones y los sonidos espectaculares de las prácticas agónicas: el esfuerzo, además de endorfinas, produce ruidos estimulantes y buen rollo, tanto entre los atletas como en los espectadores más o menos motivados.

Club Millonarios, de Colombia. 1941.
El sonido que traigo aquí es un fragmento de un partido de la "liga americana", que por celebrarse en domingo contó con más y más sonoro público. No hay goles en este corte, lo que resulta extraño porque suelen abundar, pero hay jugadas de peligro, faltas, errores arbitrales, pitos, bocinas, bubucelas, instrucciones de juego, jaculatorias, borbor entre los hooligans y, para la rematadera, la llegada de la amable lluvia que refresca del esfuerzo pero no obliga a la precipitada diáspora.
  
Partido de futbol bajo la lluvia en el patio del instituto.

Aparentemente, y desde la distancia, todos lo pasaron bien, y distrajeron sus melancolías y escaseces en esta tierra de acogida de la que no obtienen tanto como esperaban y seguramente se merecen.

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