martes, 7 de abril de 2015

Elogio de la conversación


José Luzón (atribuido). San Miguel y Don Lope Fernández de Luna. Detalle. 1765. Foto F.G.

Pocos tiempos tan bien utilizados como los que dedicamos a la conversación. Sobre todo si somos capaces de escuchar, lo que no siempre resulta fácil.
Prueba de lo infrecuente y memorable de tan receptiva actitud es este cuadro atribuido a José Luzán y conservado en la catedral de Huesca, en el que "San Miguel facilita la buena muerte de un hombre devoto suyo que habiendo sido decapitado no había podido arrepentirse de sus pecados." La cabeza mantiene el habla y se desahoga ante el atento escucha, muy por la labor, y es que, la verdad, una vez que se pega la hebra y se empieza a contar por la menuda -para que aunezca- no se encuentra el momento de cortar (con perdón, por mencionar el hacha en casa del decapitado). Sobre todo si has encontrado a alguien que te presta atención.
José Luzón (atribuido). San Miguel y Don Lope Fernández de Luna.1765. Foto F.G.

El suceso aconteció en Villarroya de los Pinares, provincia de Teruel, hacia 1370, y raramente se ha repetido desde entonces.

2 comentarios:

  1. Querido Pachi: sobre tu último post, sin duda habrás leído el artículo de Jorge Wagensberg en El País donde hacia referencia a la "conversación" como el lugar donde todos los que la componen hacen un pacto tácito por evitar la mediocridad, sobreponiéndose a ella para ofrecer lo mejor que cada uno pueda ofrecer al cultivo de la palabra y la excelencia de las ideas. Quizás ese San Miguel tan presto a escuchar para limpiar el alma del finado, sea un curioso que pretende arrebatarle al que ya se encuentra "al otro lado" los misterios de la muerte, y no tanto la verdad de la vida última, ahora que el decapitado se debate entre los acantilados del infierno y los destellos del paraíso. Una extraña ruleta que tiene siempre el mismo premio: Que hable de nosotros la obra; la elocuencia del silencio en el instante que partimos a conocer a Dante.

    Un fuerte abrazo.

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    1. Una cosa es el postureo bienintencionado y otra bien distinta ser capaz de escuchar. A menudo se nos va toda la energía en poner cara de atención. Incluso descoyuntando la figura, como en el caso del confidente del cuadro, tan maltrecho como el decapitado protagonista. Solo nos salva la curiosidad y el cotilleo. No tenemos arreglo.

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