viernes, 16 de enero de 2015

Vuelo sin motor

Yves Klein. Salto al vacío. 1960.
En plena euforia colectiva por el reciente lanzamiento del satélite soviético Sputnik (que en ruso significa, como no podía ser de otra manera a pesar de los logros semánticos del materialismo dialéctico, "satélite"), el francés Yves Klein saltó al vacío en 1960 desde la ventana de su estudio de pintor en su afán por conquistar la sensibilidad inmaterial del espacio. Quería, con sus compañeros, construir un "nuevo realismo" que les llevó a aproximarse a la realidad desde lo real, a partir del objeto y transcendiendo de la copia mimética; para ello se involucró en estrategias desconocidas (que con el paso del tiempo llegarían a llamarse happening y performance)  inmerso en la apasionante aventura de aprehender lo real percibido en sí mismo.
Koldo Chamorro. España Mágica. Andalucía, 1982.

Esa sensación de "desmaterialización del arte", esa percepción de "lo espacial como espiritualidad", no tiene que estar muy lejos de lo sentido por el joven campanero que echa a volar y levita abducido por la dinámica mecánica generada por el giro acelerado y constante de la campana, ante la mirada cómplice (y adivinamos envidiosa) de los copartícipes necesarios para tan sonoro rito.

Sevilla. Final de volteos y repiques de campanas
en el centro de la ciudad. 3.1.2015.
André Kertész. New York City Ballet. 1938.

Pero la conquista del espacio se disfruta más cuando es un logro colectivo y todos emprenden el leve vuelo a la vez, ante el asombro perplejo de los no iniciados. 
Ya lo decía Yves Klein en su Manifiesto del Chelsea Hotel (sí, el mismo, el que sale en todas las canciones de una época): "El hombre sólo será capaz de conquistar el espacio cuando lo haya impregnado con su propia sensibilidad".


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