Editor de Munición
Salve, Julio.
Respondo encantado a tu gentil invitación para que
cuente mi opinión de aficionado sobre el trabajo fotográfico de José Carlos
Rodríguez, hasta ahora desconocido para mí, y ahora atisbado a través de las
limitaciones de una pantalla de ordenador.
Lo primero que llama mi atención en la obra de JCR
es su alejamiento voluntario y radical de lo que, para entendernos, podríamos
llamar “belleza”, tanto la más convencional (lo pintoresco reconvertido en
fotogénico) como la creada a partir de las nuevas estrategias de ver y contar
que ha aportado el arte contemporáneo.
Su mirada es excéntrica y vocacionalmente marginal, y no solo por dedicarse a retratar los límites, los no-lugares, los espacios inacabados o erróneos de las periferias urbanas que convierte en sus fotografías en callejones sin salida meramente “estéticos” (por “antiestéticos”, precisamente), sino también porque ni siquiera los considera como instrumentos apropiados para la ironía o la intención moralizante, como vehículos útiles para denunciar esa mezcla de estulticia y chabacanería en que se está convirtiendo el hábitat de los humanos.
Su mirada es excéntrica y vocacionalmente marginal, y no solo por dedicarse a retratar los límites, los no-lugares, los espacios inacabados o erróneos de las periferias urbanas que convierte en sus fotografías en callejones sin salida meramente “estéticos” (por “antiestéticos”, precisamente), sino también porque ni siquiera los considera como instrumentos apropiados para la ironía o la intención moralizante, como vehículos útiles para denunciar esa mezcla de estulticia y chabacanería en que se está convirtiendo el hábitat de los humanos.
Su postura, en mi opinión, es de un cinismo perplejo
ante un entorno carente de cualquier valor apreciable, y opta en consecuencia,
como testigo desapasionado, por el nivel
más bajo de la representación fotográfica al banalizar la selección de su
mirada dándolo todo por bueno o, al menos, por igual. En esa opción extrema hay
una renuncia aparente a la experimentación formal y al “documento”, resultado de un desencanto desganado que
“prefiere no hacerlo”.
El conjunto de la obra que difunde a través de internet (frágil cordón umbilical que le liga con un espectador tan necesario
como improbable) puede considerarse como
el desazonante sumario de las derivas de un merodeador de descampados, una
especie de flâneur bodeleriano o paseante dadaísta que vagabundea por las
afueras de una ciudad entendida como una suma de desajustes, de encuentros
fallidos, de costurones. El resultado es un ensamblaje de “lugares encontrados”
con mucho de arbitrario, pero que explican más del mundo que una obra “buscada”
o “construida”. De parecerse a algo, quizá tuviera que ver con las visiones
metafísicas de algunos pintores del siglo pasado, aunque completamente
despojadas de monumentalidad, humanismo y retórica.
Siendo una fotografía (a pesar de todo) urbana, llama la atención que no haya en ella ninguna presencia humana, lo que ayuda a borrar de raíz cualquier riesgo de sentimentalidad. Su actitud, por mantenernos en el ámbito madrileño, estaría más cerca de los personajes nihilistas de La lucha por la vida, de Pío Baroja, que de los de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, para lo que le faltaría locuacidad y exhibicionismo, lo que, pensándolo bien, viene a ser la misma cosa.
Una obra tan personal, que trasciende al gusto de la época (por más ecléctico que este sea) y renuncia a afirmar el propio, una obra que repudia la emoción, apunta que estamos ante un artista decididamente “intelectual”, que se recrea en lo anodino (en el sentido de insignificante, de insustancial) con una mirada distante dominada por el pesimismo. Una mirada fría, desapasionada, perpleja, solo movida por el fascinante magnetismo generado por la torpeza expresiva de la mayor parte de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, y por el imparable deterioro medioambiental.
Siendo una fotografía (a pesar de todo) urbana, llama la atención que no haya en ella ninguna presencia humana, lo que ayuda a borrar de raíz cualquier riesgo de sentimentalidad. Su actitud, por mantenernos en el ámbito madrileño, estaría más cerca de los personajes nihilistas de La lucha por la vida, de Pío Baroja, que de los de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, para lo que le faltaría locuacidad y exhibicionismo, lo que, pensándolo bien, viene a ser la misma cosa.
Una obra tan personal, que trasciende al gusto de la época (por más ecléctico que este sea) y renuncia a afirmar el propio, una obra que repudia la emoción, apunta que estamos ante un artista decididamente “intelectual”, que se recrea en lo anodino (en el sentido de insignificante, de insustancial) con una mirada distante dominada por el pesimismo. Una mirada fría, desapasionada, perpleja, solo movida por el fascinante magnetismo generado por la torpeza expresiva de la mayor parte de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, y por el imparable deterioro medioambiental.
Imaginando cómo suenan esas fotos me vienen a la
mente murmullos del tráfico lejano, prolongados zumbidos estáticos, ruidos de
maquinaria machacona, interferencias, vibraciones de equipos de aire
acondicionado y toda la batería habitual de sonidos “concretos”. Ese, quizá,
podía ser el adjetivo adecuado para calificar su obra, y puede que esa sea su
oculta intención.
Una obra sin duda interesante y compleja, que me
gustará ver en mejores condiciones para que estas pobres impresiones de
aficionado sean lo ajustadas que tan personal trabajo merece.
En cuanto a tu pregunta acerca de la pertinencia de considerar (o no) el trabajo de José Carlos Rodríguez como “artístico”, a mí, como a Dan Graham, no me cabe ninguna duda: “para que una propuesta se valore como arte es preciso que se exhiba en una galería, que se escriba sobre ella y se reproduzca fotográficamente en una revista o catálogo”. Con su paso por Munición, tu “galería portátil” (y volátil), has matado los tres pájaros de un tiro y lo has metido en el engranaje artístico de hoz y coz. Otra cosa es si eso es lo que quiere JCR.
En cuanto a tu pregunta acerca de la pertinencia de considerar (o no) el trabajo de José Carlos Rodríguez como “artístico”, a mí, como a Dan Graham, no me cabe ninguna duda: “para que una propuesta se valore como arte es preciso que se exhiba en una galería, que se escriba sobre ella y se reproduzca fotográficamente en una revista o catálogo”. Con su paso por Munición, tu “galería portátil” (y volátil), has matado los tres pájaros de un tiro y lo has metido en el engranaje artístico de hoz y coz. Otra cosa es si eso es lo que quiere JCR.
Gracias otra vez, Julio, por esta oportunidad de
volver a Munición.
Vale.
Francisco Gestal
Editor de miracomosuena
Editor de miracomosuena
Mil gracias Pachi.
ResponderEliminarH.
Es admirable la labor de Julio Hontana, al frente de Munición y tras un buen montón de interesantes iniciativas. Tan capaz como discreto. Rara Avis.
ResponderEliminarGracias por estas palabras con tanto insight y su publicación, y por sumar una interesante visión a mi trabajo con fotografías.
ResponderEliminarUn cordial saludo,
José Rodríguez
Gracias a, ti, José Carlos, por permitirnos ver una creación tan personal, y a Julio, por invitarme a mirarlo con atención.
EliminarMe gustará conocerte y ver tus fotos y hablar sobre ellas.
Mucha suerte.