lunes, 27 de enero de 2014

Estrella Morente

Vino Estrella Morente a Logroño y la ciudad acudió puntual a la cita llenando el Teatro Bretón. La afición tenía ganas y altas expectativas: a la altura del singular personaje y del acontecimiento -una especie de reaparición después de varios años de doloroso retiro-.
Estrella Morente eclosionó muy joven y ya en plenitud, como una intérprete superdotada que había gozado de un magisterio de proximidad único, excepcional. Con ese prestigio intacto ha vuelto a Logroño, protegida por un amplio entorno de músicos de la familia y en el marco de un desembarco general de los Morente-Carbonell en varios campos de la creación (pintura, músicas diversas, teatro,…) por todo el país. 

Estrella Morente, con siete años, le canta a Sabicas una taranta.
Recogido en Calle del aire. Chewaka-Virgin. 2001.

Goza de una presencia escénica imponente, atemporal, que evoca a las deidades mediterráneas, a las tanagras griegas, a las rotundas bellezas ibéricas, a las madonnas maduras de Rafael, a las grandes actrices y cantantes que han interpretado durante un siglo a las heroínas marcadas por la tragedia


Tanagras griegas del periodo helenístico. Siglos III-II a.C.

Con sus cualidades, se atreve y puede con todo, y nos presentó un repertorio ambicioso, pero excesivamente ecléctico. Todo lo hizo bien, en lo flamenco desde las seguiriyas a las bulerías o las sevillanas, lo difícil y lo aparentemente sencillo, aunque tuvo incomodidades y algún cante extrañamente inacabado. Pero la mezcla resultó caprichosa y a menudo no funcionó. En disco, según los gustos, pero ante el público casi nunca. A Enrique Morente, como a Picasso, todo le salía bien, cualquier hallazgo en él parecía lógico y resultaba natural, como el paso justo y necesario desde el lugar de partida. Pero eso raramente ocurre, porque la genialidad es lo peor repartido en este mundo. 



El problema, además de al repertorio, podemos achacarlo, en buena medida, a la puesta en escena, porque no hay que olvidar que un concierto también es un espectáculo y como tal debe cumplir acertadamente un mínimo de requisitos imprescindibles.  
Y el diseño escénico fue erróneo. Una artista que tiene esa capacidad y esa gracia para el movimiento, y que la quiere ejercer y demostrarla ante el público -gustándose y gustando- no puede estar constreñida por una doble batería de monitores y músicos, dispuestos de la manera convencional en que se presentan en un recital estático de flamenco tradicional. En esa situación, la protagonista tiene que buscar espacio y desplazarse a la parte trasera, oculta tras los “bultos”, mal iluminada y en peligro de incidencias con el cableado, los vasos y toda la parafernalia que se esparce en cualquier escenario para un concierto.  



El vestuario también resultó equivocado. Por mucho que le gusten las telas que pinta su madre con claves de sol y notas musicales, si se convierten en un obstáculo para el movimiento natural y en un peligro para su equilibrio, no son lo más apropiado. Igual que echarse encima un precioso mantón del tamaño de una colcha para amagar en un momento dos pases toreros que apenas se aprecian, por la propia dimensión del “engaño” y por desarrollarse detrás del tupido burladero. 



Una presentación de ese tipo tampoco debe dejar las cuestiones de sonido o iluminación al albur de lo que ofrezca cada plaza -siendo muy bueno lo que proporcionó la nuestra- salvo si se considera el bolo como un ensayo general con público. Para cuando se equilibra el sonido ya ha pasado buena parte del concierto, y las luces poco pueden subrayar o resaltar si el movimiento escénico no está determinado ferreamente y comunicado con precisión. 


Entre los adornos de iluminación apareció proyectada sobre el panorama una estrella que más parecía una cruz latina de las de los viejos libros de historia sagrada, aunque, quizá, pensándolo mejor, fuera una espada de Damocles. Estrella Morente está en el momento -un largo momento que dura ya cinco o seis años- en el que debe optar sin dilación por ser la nueva tonadillera de España o por darle brillo con su capacidad extraordinaria a lo mejor del flamenco: por hacer revivir a Rocío Jurado o a la Niña de los Peines.





Estrella Morente puede con todo, pero le convendría elegir. Y puestos a elegir, buscar un director artístico y de escena que le ayude a orientar el futuro de su carrera y a seleccionar, ordenar y presentar. Algo parecido al parar, templar y mandar de los toreros, pero más peligroso porque para aquello parece –muy erróneamente- que cualquiera vale o, peor todavía, que no es necesario. 
Que Dios reparta suerte, porque Estrella Morente se la merece.



Estrella Morente.
Teatro Bretón. Logroño.
Jueves flamencos.
23 de enero de 2014.



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