martes, 29 de octubre de 2013

¿Mesioye?


Espiar es un vicio recurrente que engancha a quien lo practica.
Louise Bourgeois. 2004.
El querer enterarse de las vidas ajenas es una característica (mala) de los animales sociales.
En castellano existe el esclarecedor término de "escuchapedos" (así, en plural, y todavía no recogido en el DRAE), en el que confluyen naturalmente y de forma expresa emisión y captación de sonidos en unas condiciones organolépticas que vamos a obviar, y que señala, en tonante metáfora, la voluntad abusiva del que invade la intimidad de otro que en el acto pasa a ser víctima de una violación de su espacio acústico (entendido como ámbito privado). 
Lo practican los abusones (los "capacobardes" que cantaba Amancio Prada con palabras de Agustín García Calvo), los chismosos que aspiran a situaciones de ventaja, los cotillas que no tienen suficiente con el famoseo de la tele y las madres que se meten en el facebook de sus hijos fingiendo ser coleguillas coetáneos.


Hartmann Schedel. Crónica de Nuremberg. 1493. Un panotio (personajes con las orejas tan grandes que les servían de abrigo, y entre los que se reclutaban los mejores espías para las Cortes europeas de la época).



Cuando lo practica la autoridad (siempre) y se sabe (pocas veces) nos escandalizamos, pero de forma un tanto hipócrita (salvo que nos afecte personalmente) porque todos somos conscientes de que en los presupuestos de las instituciones democráticas hay sustanciosas partidas que se aprueban públicamente cada año para los nutridos cuerpos profesionales que se dedican a ello a tiempo completo.
Anne Francis con dos espías pretecnológicos. ¡Qué tiempos!
Cuando lo practica un aliado, por muy reconocido que sea su imperialismo sin complejos y aunque (si le pillan) lo quiera justificar como en el chiste del escorpión y la rana porque "está en su naturaleza" (o, cuando te pega alguien que dice quererte, porque "lo hace por tu bien"), es una prueba palmaria para demostrar quién manda, una manera de "marcar el territorio" a distancia (y sin las patrulleras) y advertir urbi et orbe de que te andes con cuidado porque hay un ser supremo que lo sabe todo, "lo pasado, lo presente, lo futuro y hasta los más ocultos pensamientos", y que te puede fulminar si te sales de lo conveniente (para él). De paso, amortizará la inversión colocando sus productos en condiciones privilegiadas en los países soberanos (¿?)  espiados. Que corra la bola y que no pare la música...
Erlich en El País digital. 25.10.13.
Lo más gracioso del caso suele ser la cara de perplejidad que se les queda a los "mandatarios" (¿será porque en ese momento se sienten simples mandados?) sorprendidos en su buenismo por los mamporreros electrónicos a las órdenes de quien creían su amigo del alma, y con el que aspiraban a quedar una tarde para hacer un mundo mejor y más libre.
Don Adams como Maxwell Smart, el superagente 86. ¿Te suena? Fíjate bien.
Aunque lo peor de todo tiene que ser el penoso sentimiento de irrelevancia que se les quedará a quienes "no les consta" si son o no son chuleados por el gran hermano aliado. 
Algo tan frustrante como no tener un dossier a tu nombre en la mesa del Goebbels de tu pueblo: la evidencia palmaria de que eres un mindundi. Un piltrafilla.

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