miércoles, 30 de octubre de 2013

Otra tunda de zaranda

Ha vuelto por Logroño, como cada cierto tiempo desde hace mucho, La Zaranda (el Teatro Inestable de Andalucía La Baja).
Ilustración de Andrew Polushkin para el cartel de El Régimen del Pienso.
El DRAE nos aclara el origen y significado de tan inusual palabra, al menos por estas latitudes (salvo en la construcción, donde los grandes tamices metálicos con los que se seleccionan los áridos por su dimensión se suelen llamar así). Zaranda vendría del árabe hispano sarand, y este del persa sarand, cedazo. Sus acepciones son: Criba; cedazo rectangular con fondo de red de tomiza, que se emplea en los lagares para separar los escobajos de la casca; pasador de metal que se usa para colar la jalea y otros dulces; trompa (trompo hueco que zumba).
La tomiza mencionada es una cuerda de esparto, y separar los escobajos de la casca vendría a ser discernir entre la raspa y los hollejos de la uva.
De ahí, obviamente, provienen zarandear y zarandaja.
La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Víctor Iglesias.

Qué bien elegido está el nombre, con su rítmica eufonía, tan lleno de sugerencias y misterio, y con un origen tan remoto. Compartimos un hermoso idioma, estación de destino (provisional, al menos) de preciosas palabras de lejanas y antiguas procedencias. Un idioma minusvalorado por sus usuarios, que, en general, lo reducimos a la pobreza de clichés, modismos y latiguillos, sin hacernos dignos de tan rica herencia.
Está muy bien elegido tal nombre para un grupo de teatro que se dedica desde hace treinta y cinco años a cernir la vida y el lenguaje, a separar de lo bruto lo significativo y, a partir de ello, construir, seguir construyendo: dramaturgia, conocimiento reflexivo, imágenes poderosas, vida. Es una excelente forma de enriquecer nuestro patrimonio común, aunque el material esencial de esa poética provenga de la más sórdida cotidianeidad.
                                                          La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Víctor Iglesias.

Su nuevo espectáculo es El Régimen del Pienso, y, como en el anterior (Nadie lo quiere creer, con el esclarecedor subtítulo La patria de los espectros), sin dejar de ser perfectamente fieles a su larga e inconfundible trayectoria "esencialista", introducen algunos aspectos que lo hacen diferente y hasta chocante para su público habitual. En ambos espectáculos el texto dramático está mucho más elaborado, tiene mayor protagonismo (se aprecia más una autoría personal, la de Eusebio Calonge, a pesar de la forma de trabajo colectiva) y su desarrollo es más fácil de seguir por el auditorio, con unos componentes cómicos (no necesariamente patéticos, como era habitual) que lo hacen viable en un circuito más amplio que el que disfrutaba de sus desoladas aproximaciones a los restos de naufragios.
                                                           La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Víctor Iglesias.

Sin llegar, como en el anterior, a las proximidades del sainete, lo esperpéntico de personajes y situaciones se humaniza con recursos dramáticos muy logrados, como repeticiones, salmodias, chascarrillos y frases lapidarias, y nos recuerda (y revive) los desastres familiares y laborales de cada cual. Así, el patio de butacas, poblado de sujetos de mediana edad ya corridos por la vida, ríe (y tiembla) viendo las miserias de la estabulación administrativa, tan bien descrita y resuelta, como una metáfora precisa y cruel de nuestra vida social, analizada con la frialdad y precisión de una autopsia. Unos se verán reflejados en el cesante, otros en el ascendente, o en el analista o en el expectante, pero todos acaban por entender lo triste que resulta cifrar todas las esperanzas de nuestra vida en "llegar sanos al matadero".
La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Víctor Iglesias.


La escenografía y el tratamiento dramático siguen siendo tan sencillos, humildes, eficaces, versátiles y brillantes como siempre, y, sobre todo, la luz, una luz maravillosa que congela y dignifica, que carga de barroquismo (¿casi de solemnidad?) el desolado ambiente donde la sordidez lo domina todo.
Tan pronto pocilga como archivo, laberinto de pasillos y despachos, vivienda u hospital, y todo a base de estanterías, cajas, flexos, cables, tubos, goteros y cuatro actores extraordinarios. Y, envolviéndolo todo, la luz: precisa, perfecta, dando un volumen relevante a los despojos en presencia, convirtiéndolos en imaginería pasional que casi mueve a la piedad.
La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Juan Carlos García.


Siempre ha tenido mucha importancia el sonido en los espectáculos de La Zaranda, más allá de las cantinelas reiterativas como letanías de algunas de sus interpretaciones antológicas, o el ruido producido por el trasiego de cachivaches; pero aquí el abanico se abre y diversifica, y sobre el bajo continuo del coro de cerdos asistimos al concierto de máquinas oficinales (taladradoras, sellos secos, grapadoras, teléfonos, fechadores y demás parafernalia) pautado por composiciones de hondo sabor popular.
La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Juan Carlos García.


En fin. Ver a La Zaranda justifica mantener viva la afición al teatro, porque lo que el gran teatro nos puede llegar a ofrecer no se nos da en ninguna otra parte. Arte mayor.
La Zaranda. El Régimen del Pienso. Foto de Víctor García.

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