Ana María Uribe. Centauros en manada. Tipoema. 1998.
Tener en un idioma una letra (entre veintisiete) insonora es, más que un anacronismo, un lujo notable. Un toque de clase. La hache aporta sofisticación al castellano, y nos acerca cierto aroma del pasado remoto de algunas palabras en su largo viaje desde otros idiomas periclitados.
Su mudez (del latín mutus: silencio), no obstante, es relativa. Casi siempre, ligada a los acentos regionales particulares, acaba dando colorido local a conversaciones y coplas, y sirve a menudo para desinflar situaciones de presión conceptual por su abierta posibilidad de pinchar el globo y, acompañada de la ese, mandar callar. Entonces se convierte en onomatopeya, y es aquí donde empiezan los chistes desgraciados sobre desdentados y gangosos. Pero hasta aquí hemos llegado.
Vale.
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