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viernes, 11 de octubre de 2019

Música que ayuda a vivir, libros que salvan


Herbie Hancock en la portada de uno de los libros de Francis Wolff con sus fotografías de músicos de jazz.
(...) «Al día siguiente por la tarde, el mensajero de Charlie Hebdo estacionaba delante de los Inválidos justo cuando yo me dirigía a ver a Denise, mi fisio especialista. Me propuso dejar el gran sobre en el puesto de enfermería, pero yo no podía esperar. Lo cogí y me fui con él bajo el brazo directamente a la consulta. En la salita de espera abrí el sobre, saqué el libro y lo contemplé. La cubierta en cartoné oscuro estaba manchada, pero apenas se notaba. Solo se veía al pianista Herbie Hancock en una imagen de 1963, el año de mi nacimiento. Lleva gafas. Mira a la derecha, ligeramente hacia arriba, elegante y altivo, las manos sobre el teclado. Probablemente esté mirando a un solista que queda fuera de plano. Las manchas de sangre se confundían con el negro de la foto. Abrí el libro para buscar la foto de Elvin Jones que le enseñé a Cabu.
Elvin Jones fotografiado por Francis Wolff  en 1964.
Fue entonces cuando me di cuenta de que las páginas estaban pegadas. Miré el canto. Tenía una mancha enorme: al secarse, la sangre –mi sangre, mezclada tal vez con la de mis compañeros– había sellado las páginas. Las fui separando una a una mientras esperaba la sesión de fisioterapia, retrocediendo en el tiempo hasta la época en la que, con dieciséis años, con mis primeros ahorros, me compré mi primer vinilo de John Coltrane: My Favorite Things. El jazz me había ayudado a vivir; el libro, a no morir. En adelante, los dos llevaban una firma. 

John Coltrane Quartet. My favorite things. 1964.
He descrito este libro en el capítulo sobre el atentado. Se trata de un libro magnífico de fotografías en blanco y negro hechas en los años cincuenta y sesenta por Francis Wolff,  uno de los dos fundadores del célebre sello neoyorquino Blue Note. 
Algunas portadas de Francis Wolff y Alfred Lion para Blue Note.
Él y Alfred Lion eran judíos alemanes que se habían exiliado antes de la guerra. De Miles Davis a John Coltrane, de Eric Dolphy a Dexter Gordon, de Horace Silver a Thelonious Monk, la mayor parte de los que hicieron jazz en esos años grabaron con ese sello momentos musicales casi inolvidables. En las fotos todos los músicos salen guapos, todos tienen una clase y una elegancia sin igual. Casi todos son negros. ¿Qué muestran las imágenes de Francis Wolff? Un mundo en el que grandes artistas originarios de una minoría oprimida, que trabajaban y vivían de noche y cruzaban en muchos casos túneles llenos de droga y de alcohol, crean una música aristocrática. Son las formas sensibles de la distinción y la dignidad."(...)

Philippe Lançon. El colgajo. Ed. Anagrama, 2019.
John Coltrane fotografiado por Francis Wolff.
Philippe Lançon, uno de los supervivientes del atentado de Charlie Hebdo en enero de 2015, trata de explicarse algunos de los enigmas de la vida a través de la escritura. Y lo logra en El colgajo, reconstruyendo el atentado y su truncada biografía, indagando en lo que fue, en lo que ha quedado de él tras el crimen colectivo y en lo que espera llegar a ser, utilizando su relación con la cultura como columna vertebral de su proyecto.
Philippe Lançon.


martes, 30 de octubre de 2018

Algunas de mis cosas favoritas

F.G. Trane y compañía. Collage de fotografía y palabras encontradas. 09.2018.
(...) "Salteé un ajo picado, un pimiento jalapeño fresco troceado y una chalota picada en manteca derretida. Añadí tres huevos batidos con sal y pimienta. Esa fue mi cena, aquella noche. Me dormí en el canapé con todas las luces de la casa encendidas, la tele puesta y John Coltrane gimoteando acerca de sus cosas favoritas." (...)

Walter Mosley. Beso canela. Roca editorial, 2007.


John Coltrane,  McCoy Tyner, Jimmy Garrison y Elvin Jones en 1965.

martes, 22 de mayo de 2018

Thelonious Monk Quartet con John Coltrane en el Carnegie Hall

Portada de Thelonious Monk Quartet with John Coltrane at the Carnegie Hall. 2005. Ilustración de Felix Sockwell.
El detective Harry Bosch, protagonista de la serie de novelas policíacas escritas por Michael Connelly, pone banda sonora a las tristezas y desengaños que le provoca la corrupción de Los Ángeles a base de muy selecto jazz. En la entrega número doce, “Echo Park”, respondiendo a la pregunta de una invitada a cenar (y a cualquier otra cosa que pudiera surgir...) acerca de lo que está sonando, afirma: "Yo lo llamo el «milagro en una caja». Es John Coltrane y Thelonious Monk en el Carnegie Hall. El concierto se grabó en 1957 y la cinta se quedó en una caja sin marcar en los archivos durante casi cincuenta años. Simplemente se quedó allí, olvidada. Un día, un tipo de la Biblioteca del Congreso que revisaba todas las cajas y cintas de grabación reconoció lo que tenían delante. Finalmente lo editaron este año pasado."


El "tipo" era Larry Appelbaum, supervisor del laboratorio que digitalizaba los fondos sonoros, y enseguida valoró la importancia del descubrimiento, que superaba en calidad de sonido, intensidad expresiva, compenetración y musicalidad a todas las grabaciones conocidas de tan grandes intérpretes, bastante escasas por problemas contractuales entre sus respectivas casas de discos. 
Contraportada de Thelonious Monk Quartet with John Coltrane at the Carnegie Hall. 2005.

Se trataba de la grabación de un concierto en el Carnegie Hall a beneficio de una asociación de Harlem, realizada en alta fidelidad por la radio pública Voice of América, que nunca llegó a emitirla. La revista Newsweek afirmó que el hallazgo era "el equivalente musical al descubrimiento de un nuevo Everest" y cuando Blue Note sacó el CD en 2005 fue un gran éxito comercial, al ser valorado como una de esas grabaciones históricas que se convierte en un clásico instantáneo, y reconocido como uno de los hallazgos verdaderamente geniales en la tradición del jazz porque documentaba el estado óptimo de la relación musical entre dos influyentes genios, dos creadores muertos hacía décadas (Coltrane en 1967 y Monk en 1982) 
John Coltrane, Shadow Wilson, Thelonious Monk y Ahmed Abdul-Malik en el Five Spot. 
La misma formación y año, 1957. Foto de Don Schlitten.
Pero volvamos de nuevo al piso del detective Bosch.
"Puso las cajas en el suelo del comedor y esparció las carpetas sobre la mesa. Había un montón y sabía que tendría ocupación durante al menos un par de días con lo que se había llevado de la oficina. Se acercó al equipo de música y lo encendió. Ya tenía puesto el cedé de la colaboración de Coltrane y Monk en el Carnegie Hall. El reproductor estaba en aleatorio y la primera canción que sonó fue «Evidence». Bosch lo tomó como una buena señal al volver a la mesa."
Thelonious Monk y John Coltrane.
Los datos, las evidencias, suelen estar por en medio, estorbando, a la vista de todos. Solo hay que pararse a mirar detenidamente y dar con "la caja milagrosa". 
Paciencia y observar.
Saltarán chispas.

jueves, 22 de febrero de 2018

La música y las letras

José Miguel León. Antepecho déco en balcón de Barcelona. 

El descreído Emil Cioran preguntaba en sus Silogismos de la amargura: "¿Para qué releer a Platón cuando un saxofón puede hacernos entrever igualmente otro mundo?"
Más allá de la "ocurrencia", se ve que era de la misma opinión que muchos otros melómanos que minusvaloran - o, directamente, desprecian -, al grito de "las letras, para los que no entienden la música", todo lo que no sea estrictamente "musical". Como si las palabras, cuando son las adecuadas, carecieran de esa cualidad. 
Günther Kieser. Cartel con corneta para el Jazz Festival Frankfurt. 1978.
Pero puestos a despreciar, pocos tan radicales como el propio Platón, que propuso expulsar de la República a los poetas, mientras consideraba a la música esencial para la formación de los jóvenes en el camino hacia la virtud y la belleza. Y dentro de la música, en pie de igualdad con la armonía y por encima del número (el ritmo, diríamos hoy), las palabras.
Paul Colin. Cartel. París, circa 1930.

Aunque no fuera más que por el placer de escuchar a algunos extraordinarios cantantes ha de considerarse un acierto la productiva mezcla de música y palabras que llamamos canción, inagotable fórmula de éxito. 


Sirva como muestra este Fine and Mellow, escrito y cantado por Billie Holiday y acompañado no por uno sino por cuatro saxos (Coleman Hawkins, Lester Young, Ben Webster y Gerry Mulligan) entre otros portentosos maestros. La canción, de 1939, ya denunciaba un tema tan clásico como vergonzoso: la violencia doméstica, más o menos consentida. 
Jim Marshal. John Coltrane tocando el saxo soprano. Circa 1960.
Las letras también nos desvelan "otros mundos". Como Platón. Como Cioran. Como John Coltrane.

viernes, 17 de febrero de 2017

John Coltrane








"Mirad: aquí ha comenzado la canción.

La canción no avanza, aunque parezca mentira.
No avanza porque nos está esperando, espera
a que nos incorporemos,
a que entendamos.

¿Un minuto? ¿Tres minutos?
Ya no importa en el centro del abismo.





Ahora entro yo, persiguiendo a Dios.
Eso que suena ahora es mi aliento de buscador,
mi aliento de detective
mi aliento de asesino de la razón.
Pero como Dios no escucha sigo tocando.
Una hora, dos horas, veinte horas,
hasta que el saxo se me despega de las manos,
hasta que el saxo se desprende de mis labios,
el aliento se extingue
y me quedo dormido en la melodía.

Sueño que la canción se resuelve en el sueño.


Coltrane en un descanso de la grabación de A Love Supreme.

A la mañana siguiente vuelvo a comenzar.

Pero sería absurdo continuar donde lo dejamos ayer,
así que me pregunto:
¿dónde estará Dios?
¿En qué escala secreta?
¿En qué nota?
¿En qué sucesión de acordes?

El resto de los músicos me abandona.

John Coltrane junto a Eric Dolphy.



Hacedme caso: no encontraréis a Dios en las palabras,
ni en el espacio exterior,
ni en el interior de los átomos.

Yo sigo buscando.
Comienza la canción."

Miguel Serrano Larraz. John Coltrane (Incluido en La sección rítmica. Editorial Aqua. Zaragoza, 2007)




Lectura del poema por su autor, en las Décimas 
jornadas de poesía en español. Logroño, 2008.
Manuscrito de John Coltrane con la estructura de A Love Supreme.




John Coltrane Quartet. Ascension. 1965.



lunes, 25 de mayo de 2015

Víctor de Diego y la fuerza del trío



Víctor de Diego.

Siempre resulta atractiva -por infrecuente- la posibilidad de escuchar en directo a un trío de jazz sin piano o sin otro instrumento que supla su papel armónico. Hace falta valor y seguridad en las propias capacidades musicales para enfrentarse a un tour de force” en el que desaparece la red protectora y cada componente tiene que multiplicarse para suplir esa carencia: además de lo habitual, el contrabajista ha de tejer y ligar el sonido, el baterista aportar grandes cantidades de matizado color y el solista (en esta ocasión el saxofonista Víctor de Diego) ha de convertirse en protagonista absoluto en tensión permanente, sin un momento de respiro y ocupando todo el espacio sonoro, porque, si no, aparece el silencio, y el silencio tiene mala prensa en ciertas músicas y no cabe en algunos repertorios. En un trío los intérpretes se marcan, la tensión se palpa y la exigencia ha de ser máxima para que todo encaje. Si funciona ese combate, ganamos todos: la música, los que la hacen y, especialmente, el público que la disfruta.
El trío de Víctor de Diego.
Víctor de Diego planteó su concierto del pasado jueves como un homenaje, un tributo a una música y a un repertorio en el que ha crecido como instrumentista y como creador. El punto de partida fue su último disco (el sexto) en el que conviven con naturalidad los temas de Monk y Coltrane, algunas piezas del cancionero norteamericano -Cole Porter y Jerome Kern- que hemos aprendido en voces maravillosas y las composiciones del propio De Diego y del trío al completo. La “naturalidad” le viene dada por su actitud frente a ese repertorio, al que aporta bastante más que simples arreglos, desarrollando los temas hasta hacerlos propios, incluyendo algo así como variaciones muy por encima de la mera improvisación.
Gonzalo del Val, Víctor de Diego y Jordi Gaspar
Se mostró en todo momento brillante y versátil, capaz de sonar melódico en las baladas y agitado y tenso en los temas rápidos, siempre imaginativo en sus largos desarrollos y muy técnico tanto al tenor como al soprano. Se mueve muy a gusto en “el lado amable” de John Coltrane, aunque vuela alto y libre dando rienda suelta a sus amplios gustos.
Jordi Gaspar, al contrabajo, estuvo impecable en su labor de soporte, y destacó especialmente en la presentación de My heart belongs y en sus solos de Bluesgalú y The song is you, ofreciendo una variedad de sonido asombrosa y su rica capacidad melódica, llena de matices.
El baterista Gonzalo del Val derrochó swing y precisión, imaginación y eficacia. Tiene un repertorio de recursos inagotable, lleno de efectos rítmicos y de colorido. Conviven en su forma de tocar lo trepidante y lo relajado, las rupturas y los deslizamientos, los ritmos latinos y los ambientes étnicos, y por destacar algo de entre su soberbio trabajo, me quedaría con su solo en Lazy bird y los cambios de tempo de Just one of those things.

Víctor de Diego.

Víctor de Diego es un músico con una sólida formación de conservatorio, que ha crecido con el tiempo involucrándose en proyectos de muy diversa índole y a base de mucho directo, y que nunca se ha apartado de la docencia y la relación con los jóvenes valores (algo en lo que coincide esencialmente con sus actuales compañeros de grupo y con la nueva élite del jazz español). En otras palabras, es alguien que suma técnica, oficio y amor por la música. Y preocupación por el público:  es muy de agradecer su actitud empática y las ganas de gustar que demuestra cuando dice estar sobre el escenario “para que pasemos un buen rato”, y cuando, en los textos de su disco, da unas anticipadas “gracias a todos los que después de escucharlo piensen…no tocan mal estos tíos…” 
Las gracias, por supuesto, a Víctor de Diego, a Jordi Gaspar y a Gonzalo del Val. Tocaron muy bien y pasamos un buen rato. 




Víctor de Diego trío
JAZZ 2015. Cultural Rioja.
Teatro Bretón. Logroño.
21 de mayo de 2015.



Otras crónicas del ciclo JAZZ 2015:
Jerry González y el comando de la clave
Chucho Valdés


(Publicado en Rioja2 el 25.05.2015)

lunes, 18 de mayo de 2015

Chucho Valdés, multiplicado


Chucho Valdés
Sería ocioso dedicar demasiado tiempo a pensar hasta dónde podría haber llegado la carrera y la popularidad de Chucho Valdés en el caso de haber nacido en otras latitudes y vivido en distintas circunstancias históricas. Lo ha tenido casi todo en contra, salvo el haberse desarrollado en una isla con un patrimonio musical único, en un entorno familiar privilegiado y con un sistema educativo -más allá de las penurias materiales- admirable. Lo cual, ciertamente, no es poco, y quizá, si a los frutos nos remitimos, sea lo más importante.
Lo otro -el brillo de la fama, el dinero, la proyección mediática-, cuando el músico realmente lo merece acaba por llegar, y así nos encontramos el pasado jueves en Logroño (veintidós años después de su presencia al frente de Irakere, su grupo) con un artista de importancia creciente y con un reconocimiento universal que le ha convertido en referente de primera línea en el competitivo mundo de la música improvisada, y no solamente en el jazz latino. Y además en unas condiciones óptimas para seguir desarrollando sus descomunales capacidades como músico, en cuanto a técnica, imaginación y versátil flexibilidad.

Chucho Valdés en el Lincoln Center.
Con ese intangible bagaje llegó a un teatro desbordado de entusiastas admiradores a los que fue presentando -cumpliendo lo que había anunciado unas horas antes- a “sus amigos de toda la vida” en una intensa conversación. Por allí pasaron Ernesto Lecuona y Thelonious Monk, Consuelo Velásquez y John Coltrane, El Manisero y un inesperado Joaquín Rodrigo, el Trío Matamoros y Federico Chopin, los grandes éxitos de Broadway (People, de Funny Girl, y Over the rainbow, de El mago de Oz) y las canciones francesas (unas preciosas y muy americanizadas Feuilles mortes), los temas populares cubanos (invocaciones, sones, danzones,…), J.S. Bach y Bill Evans. En fin, un hermoso compendio de la música escrita para piano y aquella otra de la que un pianista con talento y sin prejuicios se apodera por amor y gusto.
Chucho Valdés.
Tuvo la suerte de los grandes, porque hasta las pequeñas incidencias sumaron a su favor (si dejaba la chaqueta sobre el piano, las cuerdas graves percutidas aportaban un sonido como “preparado” de imprecisa vibración que hacía la melodía más evocadora todavía, misteriosa, con unos extraños armónicos que despertaron la inquietud del atento público; si golpeaba un micrófono el sonido se sumaba al compás reforzándolo), y demostró que es un pianista en estado de gracia, o varios pianistas tocando simultáneamente, si bien se mira: algo así como si Thelonious Monk fuera su mano izquierda y Oscar Peterson la derecha, y vinieran de visita los ecos cerebrales de Bach y los latidos cordiales de Chopin sobre un fondo rítmico tan rico y suculento como el Caribe.
Chucho Valdés.
No sé si Chucho Valdés opinará como Paco de Lucía acerca de la diversificación funcional de los intérpretes (“la izquierda es la que piensa y la derecha es la que ejecuta”) pero yo me acordé de esa afirmación del ya añorado maestro cuando “escuché” el contrabajo de Paul Chambers y la batería de Art Taylor en su mano izquierda y el vertiginoso saxo tenor de Coltrane en su derecha mientras acometía el trepidante Giant Steps. Y todo a la vez, como un cuarteto en arrolladora acción. O, igual de difícil, cuando toca su música basada en el folclore de su país y escuchamos la potente descarga rítmica de un combo o todos los timbres y el colorido de un septeto. Hay que tener recursos y capacidad privilegiados para afrontar de manera “polifónica” un repertorio tan variado y exigente. Seguro que también ayuda el haber nacido en un ambiente en el que se considera natural aprender a tocar a Bach de oído desde pequeñito.
Chucho Valdés en clase de música.


Se    le vio en plena forma y feliz, a gusto y muy agradecido por el entusiasmado reconocimiento de un público que le aclamó durante todo el concierto y le acompañó al final -muy acompasadamente- tocando palmas en los inagotables cambios rítmicos de la prolongada despedida con su "Son número 1". Puro gozo.
Los ochenta minutos pasaron volando.


Chucho Valdés.
JAZZ 2015. Cultural Rioja.
Teatro Bretón. Logroño.
14 de mayo de 2015.


Otras crónicas del ciclo JAZZ 2015:

(Publicado en Rioja2. 19.05.15)


lunes, 11 de mayo de 2015

Jerry González y la música que viene y que va



Jerry González, con sus armas y razones. Foto: Andrea Zapata Girau.

¿Cómo llega un músico niuyorkino de primera categoría a afincarse en España y desde aquí poner en marcha una nueva dimensión de su proteica carrera?. El largo idilio, como muchas otras veces, tiene origen cinematográfico, y su promotor fue Fernando Trueba (al que tanto debe la música latina) con la película Calle 54 y su extraordinaria difusión e influencia internacional. Desde aquí, además de conservar (yendo y viniendo) los viejos vínculos y firmar colaboraciones esporádicas de lo más diverso, Jerry González ha creado dos grupos fundamentales, uno más “español” (Los piratas del flamenco, que marcó un influjo perdurable en parte de la nueva cultura flamenca, algo así como “una cierta actitud”) y otro más “americano”, o, para entendernos, cubanomadrileño, El comando de la clave, con el que nos visitó abriendo el ciclo de jazz de Cultural Rioja.
El Comando de la Clave en acción.
Jerry González es un músico complejo, creador y director de grupos, compositor de obras propias y arreglista de repertorio ajeno del que se apodera transformándolo a su medida, y está dotado de un concepto muy personal del sonido. También es un gran instrumentista, aunque en esta fase de su carrera da la impresión de que le importa relativamente poco seguir demostrando lo obvio (porque, si cupiera alguna duda, quedaría avalado por su discografía y por la historia de sus colaboraciones con los más grandes). Ahora parece más interesado en dar un nuevo salto adelante en la creación y transmisión de su música, centrándose en su capacidad de generar emoción y sentimiento. Cada vez se repliega más, dirigiendo al grupo desde las congas (como aprendió sin duda de Tito Puente y otros maestros rumberos) o a través de sus escuetas intervenciones con la trompeta (igual que Miles Davis, otro ilustre huraño partidario también de la mezcla y la renovación permanente).
Jerry González, de manera silenciosa. Foto de Amando Moura.
El repertorio del concierto estuvo formado por clásicos de la canción norteamericana (Someday my prince will come –de la banda sonora de Blancanieves- y el Love for sale, de Cole Porter), del jazz (el Resolution de John Coltrane, y el 81 de Ron Carter y Miles Davis, omnipresente) y del cancionero hispano, ya sean los bolerazos de la mexicana Consuelo Velásquez (Bésame mucho y Verdad amarga) o del puertorriqueño Rafael Hernández (Obsesión), que tan bien representan ese “estado de ánimo” que es el Caribe, del que tanto hemos recibido los españoles y al que hemos aportado, además del idioma, cierta manera de sentir y hacer, varias formas poéticas y musicales y unos cuantos talentos personales (en concreto y por lo que se estaba celebrando sobre el escenario, Paco de Lucía sin ir más lejos).
Caramelo, Jerry, Alain y Kiki. Foto: Andrea Zapata Girau.
Para acometer tan ambicioso repertorio es necesaria una big band o un pequeño grupo de excelentes músicos capaces de aportar tenacidad y carácter; gente capaz de sumar al concepto del latin jazz la intensidad coltraneana y el apego sentimental a las raíces rítmicas africanas que conservan en su acervo sonoro (rumba, guaguancó, conga, y las aportadas por el maestro, que aparecieron en los bises con El Cumbanchero).
Javier Massó, “Caramelo”, se mostró como un pianista brillante en el aspecto armónico, con una forma de tocar poderosamente percusiva de raíz africana, y desplegó una extraordinaria presencia melódica para ocupar en el desarrollo de los temas el espacio al que el maestro ha renunciado.
Enrique “Kiki” Ferrer, en la batería, tejió la urdimbre rítmica perfecta en la que cabían con total naturalidad las sonoridades de los timbales y las percusiones cubanas sobre la estabilidad métrica del batería de jazz. Es una especie de Chano Pozo con un instrumento de más “voces”, capaz de dialogar con los otros, especialmente con las congas de Jerry González.
Alain Pérez, al bajo, supo lanzar con sus líneas al grupo hacia arriba, en una atractiva simbiosis de funky y tumbao, aunque también bordó hermosas líneas melódicas, sobre todo en los boleros. Demostró unas sorprendentes cualidades de cantante, con una sonoridad aguda de coro popular que cuando ocupa más espacio en los montunos demuestra un brillo y flexibilidad que recuerdan a los grandes soneros antiguos.
En definitiva, un gran grupo dirigido con delicada precisión por un satisfecho músico que ve cómo crece su idea del sonido gracias a las brillantes aportaciones de sus compañeros en “el comando de la clave”.
Jerry González atacando al parche. Foto de Marina Vodovov.
¿Un momento especial para el recuerdo?: una larguísima ovación cuando el concierto se suponía acabado y ya se habían despedido los otros músicos, mientras el frágil Jerry, solo, recogía dificultosamente sus trompetas recortado sobre un fondo panorámico de profundo color azul ultramar. Un intenso y merecido aplauso que tuvo como premio el regreso de los sidemen a escena para un fin de fiesta en clave de guaguancó, tocando todos congas y timbales en complejas réplicas bajo el simpático liderazgo vocal de Alain Pérez y la sonrisa complacida del viejo maestro.


Jerry González y el Comando de la Clave
JAZZ 2015. Cultural Rioja.
Teatro Bretón. Logroño.
7 de mayo de 2015.


(Publicado en Rioja2 el 11.05.2015)

lunes, 9 de febrero de 2015

Jorge Pardo, caudal flamenco

Jorge Pardo, fotografiado por Jesús Pardo.
Acertaron quienes le reconocieron como mejor músico europeo de jazz en 2013 y aciertan quienes le programan en los festivales flamencos: Jorge Pardo demuestra cada vez que se sube a un escenario que lo suyo trasciende y supera las etiquetas, que es un músico extraordinario con una apertura de miras envidiable, y que se mueve como pez en el agua en cualquier medio y sin ningún complejo. 
Alguien que formó parte creativa durante décadas del grupo de Paco de Lucía, o que participó junto a Camarón en la grabación de La leyenda del tiempo (¡hace treinta y seis años ya!), o que colabora muy a menudo con buena parte de lo mejor del jazz nacional e internacional, acude por derecho propio y con motivos sobrados a cualquier lugar donde le llamen para tocar su música.

Paco de Lucía de gira con Jorge Pardo y otros amigos.

En   el concierto del pasado jueves en el salón de columnas del Teatro Bretón demostró que tiene tanto soniquete como swing, que goza de un compás privilegiado y que se desliza como un improvisador vertiginoso por un repertorio de honda raíz popular haciéndolo propio, para goce y asombro de los aficionados. Por no hablar de la técnica, algo que se aprende y que se ha de interiorizar (e inmediatamente olvidar) para que la música fluya libre y personal: estamos ante un virtuoso que apuesta fundamentalmente por la expresión, y que investiga a conciencia los límites de sus instrumentos más allá de la ortodoxia académica. Esa actitud, propia y esencial del jazz, la aporta Jorge Pardo con toda naturalidad a la cultura musical flamenca (que, muy probablemente, nunca se había visto en otra), dotando a sus elementos melódicos y rítmicos de nuevas posibilidades y más amplia libertad expresiva.
Pablo Picasso. Los tres músicos. 1921.

Los vientos de Jorge Pardo han sonado siempre muy flamencos, y, además, plurales. Tanto a la flauta como al saxo consigue convertirse en protagonista absoluto de lo que suena, haciendo a la vez de acompañamiento instrumental, de voz cantante (con un surtido prodigioso de “metales” en la amplia sonoridad que consigue) y de precisa máquina de compás. Nadie da tanto. Su interpretación logra la hondura de cualquier gran cantaor, pero con la ventaja de su mayor extensión, pudiendo “cantar” más largo y tan expresivo como la mejor voz. Se nota que ha acompañado y aprendido de muy buenos cantaores, y siempre ha confesado y tiene a gala que se nutre y aprende de lo que respira en su entorno. Una actitud admirable, que le ha posibilitado añadir al feeling jazzístico el quejío flamenco. O viceversa, que en este caso tanto monta.
Jorge Pardo, Josemi Carmona y El Bandolero.

Estuvo muy bien arropado por Josemi Carmona (de los Habichuela: toda la historia del flamenco en una familia), muy a gusto, imaginativo y brillante, dotando a la guitarra de la sonoridad novedosa conseguida mediante los recursos técnicos y estéticos que permite la electrónica, y en perfecta sintonía con José Manuel Ruiz, “El Bandolero”, talentoso percusionista que sacó un extraordinario partido al cajón y a su media batería: magia y ritmo a partes iguales.
Jorge Pardo.

En   cuanto al repertorio, comparecieron por allí Manuel de Falla y Maurice Ravel, tan a gusto como en su casa entre alegrías dedicadas a la Perla de Cádiz, una soleá (en la que cupieron, holgadas, y entre invocaciones a John Coltrane, la zambra de La niña de fuego y el bolero Historia de un amor), unos tangos de muy variados ritmos, una emocionante taranta acabada en un taranto (ambos muy camaroneros) para terminar por bulerías y por todo lo alto.
El  público, asombrado por el evidente alarde interpretativo de lo que todavía para bastantes suena a herejía iconoclasta, disfrutó con atención. No obstante, el entusiasmo fue perfectamente descriptible. Cosas de los clichés, probablemente.
Jorge Pardo, fotografiado por Jesús Pardo.
Jorge Pardo es un creador privilegiado, un entusiasta incansable inmerso en infinidad de proyectos que se complementan y enriquecen mutuamente, abierto a todas las influencias, y con la rara virtud de que, por muchas veces que lo escuches tocar, nunca lo verás repetirse. Todo un lujo, y satisfacción garantizada.



Como regalo para la paciente afición lectora, traigo un fragmento de su actuación como solista en el Cubo del Revellín, de Logroño, en noviembre de 2011, dentro del ciclo Inaudito, desaparecido víctima de la tijera. Él solo, y sin amplificación ninguna, puso en pie una orquesta. 

Jorge Pardo trío
Salón de columnas del
Teatro Bretón.
Logroño.
5 de febrero de 2015.


Otras crónicas de Jueves Flamencos en miracomosuena:
Vicente Amigo.

(Publicado en Rioja2 el 09.02.2015)