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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de Gabriel Santolaya. |
El idílico lugar, semicongelado desde lo más profundo de la noche de los tiempos, se descoyuntó irremediablemente y para siempre cuando buena parte de su población se fue a buscar nueva y mejor vida a lugares prometedores y aparentemente de nadie, donde, según contaban, se podían atar, con un poco de suerte, los perros con longaniza.
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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de Gabriel Santolaya. |
Para los que se atrevieron a emprender el viaje no todo fue fácil y para casi nadie fue del todo bueno. A los que optaron (o "les optaron") por quedarse les tocó administrar la quimérica duda sobre lo que pudo haber sido y no fue. Para unos y otros, quedaba apaciguar el dolor de las ausencias, el extrañamiento, la desmembración, la pérdida irremediable que no redimen ni las cartas con foto ni las rarísimas visitas. Ni siquiera el retorno final y definitivo.
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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de F.G. |
Algo se aprendió de todo ello, sin ninguna duda, y, como pasa con las canciones, entre tanto ir y venir algo se les fue pegando haciéndolas mejores y perdieron simultáneamente lo que ya no funcionaba o podía funcionar mejor. Una forma de enriquecimiento, en definitiva.
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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de F.G. |
En mi exposición las horas de luz, en Viniegra de Abajo, he querido dedicar un espacio a esa historia colectiva de valor y coraje, de éxito y lágrimas. Algo así como un "memorial" pobre. Lo hago a través de una habitación dislocada, sin orden ni concierto, desestructurada, caótica, en la que la imagen virtual devuelta por los desajustados espejos da la profundidad adecuada para comprender la dimensión del enorme suceso de la emigración, que solo se entiende bien cuando te sientes formando parte de ella.
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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de F.G. |
Una cámara de los horrores donde conviven desequilibradamente los objetos descompuestos y facetados del cubismo con las articulaciones reflejadas de los espacios virtuales del barroco.
Un juego (sin riesgo en este caso) en el que estás invitado a participar.
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F.G. Ida y vuelta (Los americanos). 06.2020. Fotografía de montaje de F.G. |
Mi abuela paterna María Teresa, titular antes que yo de la Casa Bernáldez y argentina de nacimiento (Santa Fe, 1912) y primeros años de vida, gustaba rememorar y contarme en su edad tardía los viajes transatlánticos que, en la década de los 20 y cada tres o cuatro años, realizaba con la familia desde allí hasta aquí, y viceversa.
ResponderEliminarTravesías marítimas intercontinentales que les llevaban una veintena de días, en buques cuasi-titánicos, con exóticas escalas en Brasil, Senegal y Canarias, para arribar al puerto de Barcelona, las más de las veces. Auténticas singladuras que en sí mismas constituían una aventura, y no sólo un traslado funcional, que se preparaban con hasta un año de antelación; de cuando se adquirían "pasajes", con indicación de clase, cubierta y camarote, en lugar de los inextricables códigos de barras o QR que hoy nos obligan a la autofacturación desde un interfaz virtual.
Ella recordaba infinidad de escenas y situaciones que se daban durante esos viajes y que, de algún modo, conformaban el pequeño microuniverso de hábitos que dotaban al tránsito del necesario anecdotario que garantizaba su posterior remembranza.
Recuerdo ahora el episodio que describía el alborozo de la chiquillería cuando, tras el obligado paso geográfico del ecuador, sobrevenía el consiguiente cambio de estación climática, resultando entonces inevitable el cambio integral de ropajes, por imperativo de la nueva latitud. Era entonces cuando -según relataba mi abuela- se producía a bordo una especie de borbotear de hormiguero en máxima ebullición, en un frenético tráfago de baúles, valijas y petates desde las bodegas de origen hasta las cubiertas de altamar, a fin de intercambiar los equipajes de salida por los, entonces, más adecuados a la nueva climatología. Y vuelta a empezar, en el trayecto de regreso.
En esa cacofonía ultramarina de vestidos, enseres y ajuares contaba mi abuela que se producían multitud de escenas de juego, disputa y mutación de piel para, finalmente, cada quien volver a ser cada cual. Esta situación, en esencia jovial, siempre me había parecido contener un particular simbolismo, retratando, de algún modo, la imprescindible adaptabilidad y aceptación del cambio que, de forma sobrevenida y ajena a nuestro control, asoma en ocasiones en nuestra vida, que evoluciona entonces hacia una perspectiva multifocal de ángulos y posibilidades imprevisibles, pero en el fondo íntimamente reconocibles.
En la estancia "Ida y vuelta (Los americanos)" que Francisco Gestal ha creado para su exposición "las horas de luz" en Viniegra de Abajo veo ahora retratado ese potente metabolismo, esa entropía bruta, con un dinamismo de una poesía cruda, inesperada por lo inesperable, por lo complicado del espacio físico que la alberga y lo exigente de la idea en sí misma.
Un "rinzen" privado que merece la pena experimentar en directo, en la dirección que a cada quien le sugiera la escena. Buen viaje.
Me encanta,Pablo.
ResponderEliminarQue ganas de verla....