Había visto la escalera hace tiempo en un abarrote de desguaces que frecuento y el hallazgo fue un flechazo, aunque, por sus características materiales, la relación no pasó de fotográfica.
F.G. El punto de partida. |
Cuando en enero Pepa Estebas y Carmelo Argáiz me propusieron hacer una exposición en La Lonja retomé el asunto, porque las dimensiones de la sala me iban a permitir dar un salto (¿al vacío?) en cuanto a los formatos que acostumbro.
La veía, desde el principio, horizontal y encajada entre los pilares del muro de acceso a la galería, aunque la idea del fondo ilusorio sobre el que se sustentaría fue cambiando a lo largo de los meses, pasando desde una tensa lona de "verde institucional” a una reaprovechada almazuela fuera de uso (guiño rauchenbergiano que complicaba bastante sin resolver nada), hasta llegar a un espléndido forillo de campaña electoral de 6,50 por 2,40 de un azul luminoso amueblado por ligeras nubes de algodón, que se impuso claramente.
F.G. Foto de montaje. |
El logotipo de la banda se escamoteó en el corte, plegado y clavado sobre el muro, donde busqué recrear los volúmenes rotundos que me llaman la atención en las pinturas flamencas y en los drapeados de las vestimentas de santas y cartujos de Zurbarán, en los pliegues espontáneos de las lonas de las obras o en la pompa espectacular de los suntuosos vestidos de Balenciaga. La belleza, ya se sabe, está bien repartida y salta donde menos se la espera.
El caso es que mientras la instalación iba llevándome paulatinamente hacia Van der Weyden, la pobre escalera metálica de entreplanta de bajera, una vez colgada a la altura adecuada, iba revelando algunos valores ocultos hasta entonces y reconocibles en las primeras obras de Cristina Iglesias y Juan Muñoz.
Miel sobre hojuelas.
Movimiento y equilibrio.
Ligereza y estabilidad.
Gravedad y vuelo.
Todos contentos.
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