Caspar David Friedrich. Salida de la luna en el mar. 1822. |
Atrincherado tras sus periódicos y sus anises, Jacinto escuchaba las historias que se contaban como el que oye llover. Solo una tarde, cuando ya se despedía, se quedó mirando hacia él, que fumaba solo junto a la estufa, como si algo le rondara la cabeza desde hacía tiempo.
- Y el mar ¿cómo es? - preguntó por fin.
Y él le contó el mar.
Jacinto, que había vuelto a sentarse, escuchó en silencio, asintiendo de vez en cuando y sonriendo a medias, como si sus palabras confirmaran al pie de la letra todo lo que él se había imaginado. Luego se levantó con aire satisfecho y marchó a casa tentando las paredes."(...)
Claude Monet. Tempestad en la costa de Belle-île. 1886 |
Este hermoso fragmento forma parte de Invierno, extraordinaria
novela de Elvira Valgañón (Pepitas de calabaza, 2017) que nos cuenta, como
quien cuenta el mar, una historia construida a partir de otras historias, un
compendio de narrativa oral protagonizado por la memoria peregrina de un
espacio imaginario y por un caudal de palabras tan precisas y eficaces como
infrecuentes, que componen sabias expresiones ya perdidas salvo para la etnografía.
Historias habitadas por la cruda vida de un coro de personajes descritos con rigor esencial que
vienen y van de y hacia un lugar alejado de todo, aunque no lo suficiente como
para estar a salvo de las guerras generadas por lo poco que va quedando de un
imperio colonial anacrónico, y, de su mano, la humillación, el miedo, el
sometimiento, la decepción y la muerte. Vidas duras sumidas en un inclemente
invierno perpetuo en el que, a pesar de la omnipresente atrocidad, siempre hay
un resquicio por el que acaban colándose la ternura y la piedad.
Katsushika Hokusai. Bajo la ola de Kanagawa. 1825 |
Invierno, de Elvira Valgañón, es un ejemplo palpable del
valor y el placer de contar, y la evidencia de la necesidad de saber escuchar otras
voces para aprender a escribir con voz propia, de prestar atención al cuento
ajeno (ese que se conserva y transmite limpio y engrasado como una trompeta
heredada, esperando el momento oportuno para volver a salir a la luz),
aprendido al amor de la lumbre en un mundo anterior a las devastadoras
prácticas de la televisión, donde todavía tenían cabida la curiosidad y la imaginación.
Joachim Patinir. El paso de la laguna Estigia.1520-24. |
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