Pepe Rivero. |
Thelonious Monk. Fotografía de W. Eugene Smith, utilizada (oportunamente reencuadrada) como portada del disco Monk por Bob Cato. 1953. |
No es la primera vez que se plantea la pregunta sobre qué
habría pasado si Monk hubiera nacido en el Caribe. Por no ir demasiado atrás, el
panameño Danilo Pérez, el dominicano Michel Camilo, el puertorriqueño Giovanni
Hidalgo, los cubanos Chucho Valdés, Paquito D´Rivera y Gonzalo Rubalcaba, el
neoyorquino postizo Jerry González y el falso habanero Marc Ribot, entre muchos
otros, han calentado las armonías de Monk con el ritmo y el color del trópico.
Pero como siempre, tan importantes como las preguntas son las respuestas, y las
de Pepe Rivero son excelentes, y demuestran su categoría como pianista, compositor,
arreglista y director de grupo.
Pepe Rivero aporta riqueza rítmica (con dosis variables de rumba,
bolero, chachachá, danzón, tumbao,…) al gran músico que había optado por la intrincada
sencillez, por la lentitud, por lo escueto, haciendo de las facetas
fragmentarias su principal seña de identidad. Rivero le cambia el compás y acelera el ritmo,
y el repertorio, aún permaneciendo identificable, se hace exuberante y tórrido.
Frank Emilio Flynn. |
En ese acercamiento Rivero reconoce su deuda con la música y
el magisterio de Frank Emilio Flynn (excelso pianista cubano al que Winton
Marsalis, literalmente, adoraba), y hay mucho de las aportaciones melódicas y rítmicas de esa tradición cubana que tan bien mezcla lo culto
y lo folclórico. Además, como si entraran por la ventana desde el patio de
vecindad, aparecen en la interpretación compases del Bolero de Ravel, fragmentos
de Debussy y de Ernesto Lecuona, preludios y nocturnos de Chopin y un buen montón de ritmos populares.
El resultado es una música irresistible, con un sonido
compacto, intenso, en perfecta sintonía con la tradición del latín jazz que los
percusionistas cubanos ayudaron a construir hace casi setenta años. En ese
sentido, resultó fundamental la labor de Reinier Elizarde “Negrón” al
contrabajo y Georvis Pico a la batería, perfectos en la creación incansable de
complejos ritmos llenos de imaginación, y de Inoidel González al saxo tenor, haciendo
las veces de Charlie Rouse (tan brillante, tan vibrante) en este excepcional
cuarteto.
Una noche para recordar, de las que acrecientan la afición y
las ganas de marchar al trópico, como se pudo observar en la intensidad y brío con
que el orfeón de la audiencia cantó el coro de “Que te desnudes”.
Azúcar…
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