Kenny Garrett. Foto de Keith Major. 2012. |
Llegó el saxofonista Kenny Garrett al frente de un cuarteto enriquecido con un potente set de percusión latina y nos brindó un concierto vibrante, con un repertorio muy variado que pasó arrolladoramente de los aires iniciales de calipso y mambo cubano a temas de corte funky, con estaciones en el hard-bop coltraneano, los juegos vocales del hip-hop o las salmodias rituales (africanas e indias), todo tocado de manera torrencial, trepidante, ascendente, como si se tratara de la banda sonora de un ritual que aspirase a un clímax colectivo.
Kenny Garrett demostró que como intérprete es igual de versátil que como compositor, y exhibió una técnica perfecta que exprime al máximo en su búsqueda de expresividad y comunicación, mostrándose inspirado y cómodo en los registros más agudos y arriesgados, encadenando con inspirada facilidad improvisación y variaciones, sin darse (ni dar) respiro.
Dirigió a su grupo con mano firme, dándoles oportunidades para el lucimiento individual al piano (Vernell Brown), al contrabajo (Corcoran Holt) y a la batería (McClenty Hunter), pero sobre todo gestionando el conjunto como una poderosa máquina de ritmo, precisa e inspirada, inagotable. El percusionista Rudy Bird aportó colorido, riqueza y matices a la música, con la hermosa sonoridad de los parches de congas y timbales, el ritmo evocador de cencerros y semillas, la delicadeza del triángulo o la misteriosa profundidad del gong. Tan sutil como hermoso.
Kenny Garrett demostró que como intérprete es igual de versátil que como compositor, y exhibió una técnica perfecta que exprime al máximo en su búsqueda de expresividad y comunicación, mostrándose inspirado y cómodo en los registros más agudos y arriesgados, encadenando con inspirada facilidad improvisación y variaciones, sin darse (ni dar) respiro.
Dirigió a su grupo con mano firme, dándoles oportunidades para el lucimiento individual al piano (Vernell Brown), al contrabajo (Corcoran Holt) y a la batería (McClenty Hunter), pero sobre todo gestionando el conjunto como una poderosa máquina de ritmo, precisa e inspirada, inagotable. El percusionista Rudy Bird aportó colorido, riqueza y matices a la música, con la hermosa sonoridad de los parches de congas y timbales, el ritmo evocador de cencerros y semillas, la delicadeza del triángulo o la misteriosa profundidad del gong. Tan sutil como hermoso.
El quinteto de Kenny Garrett en Logroño. 22.05.2014. Foto de Mario San Juan. |
En su relación con el público, Kenny Garrett demostró la destreza de quien ha tocado mucho en directo -en grandes salas y en pequeños clubs-, convertido en el chamán que dirige la ceremonia, dosificando la entrega para mantener el interés y la concentración de los espectadores, pero conservando siempre la atenta tensión.
Uno de los mejores momentos de la noche fue un largo decrecendo paulatino hasta conseguir un silencio expectante, absoluto, denso, que se rompió en su culmen por el silbidito estúpido de un mensaje recibido en el patio de butacas (ojalá que, al menos, trajera una buena noticia o un comentario inteligente).
El abundante público, entregado y participativo, demostró mejor oído para la música que para los idiomas: fuimos incapaces de responder colectivamente a la insistente pregunta de Garrett sobre si éramos “happy people”, pero nos mostramos dispuestos a dar palmas, corear y bailar, demostrando buena forma física, sentido del ritmo y ganas de gozar. No sabíamos si éramos “gente feliz”, pero nos sentíamos y actuábamos como si lo fuéramos.
Fue una muy buena noche de jazz y fiesta, y una demostración de las virtudes terapéuticas y euforizantes de la danza y el canto colectivo.
Kenny Garrett. Fotografía del disco Seeds from the underground. Keith Major, 2012. |
Gracias, Kenny (y compañía), por el regalo.
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(Publicado en Rioja2. 26.05.14).
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