Javier Krahe, reaparecido en Logroño, Sala Norma, 17.05.2014. Foto de F.G. |
Después de demasiado tiempo volvió Javier Krahe a Logroño, donde tanto se le quiere a pesar de prodigarse tan poco.
El motivo, si falta hiciera, era presentar su disco más
reciente, Las diez de últimas, aunque los congregados eran afición de
trayectoria larga -como se podía ver por hábitos y costumbres- y no necesitaban
novedades: solo clásicos. Menos mal, porque así pudieron compensar -con
memoria, atención y cariño- las
deficiencias del sonido y el ruido que producía la casquería generada por las múltiples barras del local.
El maestro, a pesar de los jarabes y las toses, está bastante bien de voz (es lo que tiene ser un cantante fino que, como Sinatra, vende, sobre todo, estilo). Estuvo perfectamente acompañado por tres músicos excelentes y viejos cómplices -Javier
López de Guereña a la guitarra, Andreas Prittwitz con los vientos y Fernando Anguita al contrabajo-, que le hicieron también atinados coros, a los que Krahe añadió un par de solos de cuchufleta muy inspirados. Entre todos fueron capaces de
insuflar swing a una larga retahíla de diatribas y romances sobre
sexo, alcohol, aventuras, política, curas, esperanzas y desengaños. La prosa de la vida.
Javier Krahe y Fernando Anguita. Foto de F.G. |
Resultó admirable su actitud próxima, tan comunicativa, y sus ganas de dar gusto
a la parroquia. Aguantar a pié firme (balanceos incluidos) y amagando con zapatetas
y coreografías un concierto de hora y tres
cuartos, tiene mérito y es muy de agradecer.
Siempre ha sido (y el que tuvo, retuvo) un excelente narrador de
historias -contadas o cantadas-, y sigue levantando entre sus fieles seguidores
la misma devoción que esos amigos redichos y brillantes a los que no nos
importa volver a oír contar lo mismo una y otra vez, porque lo hacen muy bien, y, al fin y
al cabo, nos están contando nuestra propia vida, o la vida que nos hubiera
gustado llevar.
Javier Krahe a la cuchufleta, ante el embeleso de López de Guereña. Foto de F.G. |
Es Javier Krahe un cantante notable y un compositor brillante, gracioso y profundo a la vez, y sorprende que, con esos méritos tan apreciables, tan infrecuentes entre los músicos españoles, continúe siendo un personaje "de culto”, que es como llaman los cursis a lo prácticamente marginal. (De culto pagano, en todo caso: de Eros y Príapo, por ejemplo).
Y hasta aquí hemos llegado, siguiendo la infalible receta del maestro: se toma un verso de una canción sin pedir permiso, se ajusta al gusto y necesidad del usuario y se le van añadiendo a conveniencia cosillas hasta llegar al final, y ya tenemos la crónica del concierto terminada.
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