sábado, 15 de marzo de 2014

Vicente Soto “Sordera”: yunque y martillo




Vicente Soto forma parte de una estirpe de cantaores jerezanos que se pierde en la noche de los tiempos, y que fue protagonista en la construcción de lo que podríamos denominar la tradición ortodoxa del flamenco. Pero, a lo largo de sus sesenta años bien llevados, ha demostrado que es mucho más que el heredero de un saber ancestral, y partiendo de él, del conocimiento directo de sus intríngulis, se ha arriesgado en memorables operaciones para enriquecer el patrimonio literario del cante, recurriendo a poetas del siglo XX (como Fernando Pessoa, José Bergamín o José Hierro) o a parte de lo más brillante del siglo de oro. De esa admirable actitud, que rompe los clichés de inmovilismo arqueológico que se atribuye a los cantaores salidos de rancias soleras, tuvimos un ejemplo en las Soledades de Lope de Vega que nos cantó como letra de una soleá en la que supo transmitir todo el hondo patetismo de unos versos con el valor de sentencias de raigambre popular. Y cantarlos con esa dicción clarísima y precisa tan poco habitual entre sus compañeros de arte.


Francis Picabia. La noche española. 1922.

Haciendo gala desde el principio de ganas de agradar, de facultades y de un dominio escénico logrado tras mucho trabajo, afrontó un repertorio exigente que en sus momentos más livianos supo aprovechar para difundir formas de cantes poco conocidas, como los tangos trianeros del Titi, o dos tipos de bulerías, unas muy “camaroneras” acabadas en cuplés y otras, para culminar el recital, más festeras y graciosas, todo ritmo, compás y sabor gaditano.
Su voz conserva intactos el rajo y el brillo que siempre ha tenido, con la altura, el poderío y la sabiduría de los muy buenos, y es un prodigio de compás (para el recuerdo su baile por bulerías sin levantarse de la silla: una máquina de ritmo). Con esas facultades afrontó cantes de fragua, aires festeros de Cádiz (alegrías, cantiñas, romeras y mirabrás), seguiriyas y tres fandangos.



Manuel de Falla. El cante jondo. 1922.
A pesar de todo, y por los inexplicables motivos que se dan en el mundo del espectáculo, no se estableció la deseable transmisión entre intérprete y público y el recital fue enfriándose paulatinamente sin razón aparente. Misterios del duende. La actitud distante de los espectadores (con algún lamentable comentario como “de señorito”, denigrante del trabajo ajeno) se fue apoderando de todo, hasta del lenguaje gestual de Sordera, visiblemente descorazonado por la falta de respuesta a sus esfuerzos, especialmente tras el recuerdo a su padre en el segundo fandango: 
“Como el primero/ de la cabeza a los pies/ cantaba como el primero/ fue buena gente también/ mi padre de mi alma/ Sordera de Jerez”.

Grabado del siglo XIX de Jerez de la Frontera.
Pero así es la cosa: unas veces se aplaude demasiado y otras demasiado poco. Y seguramente por algo será…
Estuvo acompañado a la guitarra por Manuel Valencia, que se mostró como el solvente guitarrista que hemos ido viendo crecer a lo largo de sus frecuentes visitas a Logroño, y que estuvo especialmente bien donde mejor pudo demostrar soltura rítmica e imaginación (alegrías, bulerías y tangos)
En definitiva: aunque nadie se rompió la camisa (ni falta que hace, tal como está el percal) asistimos a un buen concierto en el que se echó en falta un poco más de entusiasmo de las partes. Cosas del directo.


Vicente Soto "Sordera".
Salón de columnas del Teatro Bretón. Logroño.
Jueves flamencos.
13 de marzo de 2014.



Otras crónicas de los Jueves Flamencos de 2014 en miracomosuena
Estrella Morente
José Valencia
Rocío Márquez 

(Publicado en Rioja2. 15.03.14).

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