martes, 17 de enero de 2023

Los asombrosos mundos de Carles Gelabert

Carles Gelabert. El vuelo del suelo. 01.2023. Fotografías de F.G.
Nos convoca Roberto Pajares Pájaro para disfrutar en la ermita de Lomos de Orios de una nueva exposición bajo el tan sugestivo como inquietante título de El vuelo del suelo, y el contenido es francamente asombroso por más de una razón.
La historia que nos cuenta Carles Gelabert en tan singular lugar comienza hace mucho tiempo caminando, y dibujando de forma pormenoriza sus hallazgos y asombros en cuadernos de campo que, por la delicada riqueza de su contenido, se convirtieron -más allá del mero material utilitario de recuerdo o instrumento de análisis para escribir su tesis doctoral de Bellas Artes sobre el inventario y catalogación de la arquitectura popular de Mallorca- en auténticos libros de artista. 

Lo que recogen esos dibujos (sin duda l
a mejor estrategia para conocer un territorio y entenderlo, quizás la mejor manera de llegar a quererlo) son vestigios de un largo viaje (¿vocacionalmente eterno?) guiado por la curiosidad a través de su isla, llena de peculiaridades materiales y constructivas, aunque esencialmente similares a las formas de arquitectura popular que perviven en todo el ámbito mediterráneo y del próximo Oriente, que siguen en buena medida los modelos milenarios de origen mesopotamico y se fueron trasladando hacia occidente paulatinamente a través del influjo cultural de egipcios, griegos y romanos. Casi siempre, arquitectura sin arquitectos, como la llamó Bernard Rudofsky en su ya lejana exposición en el MoMA.
En ese arduo trabajo de campo guiado por el dibujo, a Carles Gelabert le ha interesado, naturalmente, el paisaje, y dentro de él, como una excrecencia virtuosa, las manifestaciones de la cultura material, los restos de la presencia humana (espacios protectores para la vida, microcosmos acogedores, pequeñas comunidades urbanas, viviendas, refugios, cuadras, cavidades, parideras, cercas, observatorios,...) generados sobre la tierra como prominencias o bajo ella como excavaciones, asomadas al abismo o a la maravilla cotidiana, siempre integrados, discretos, con vocación de perdurar frente a la inclemencia exterior, frente a la hostil inmensidad que nos rodea. Una ingente labor en la que el dibujante se arropa con el bagaje complementario del etnógrafo, del antropólogo y del arquitecto, aunque guiado siempre por la precisa estrategia del artista en su dimensión más poética, transcendiendo del documento para recrearlo a través de su privilegiada sensibilidad en obras imaginativas, fantásticas, surreales, bañadas a menudo por el imaginario que nos han aportado las leyendas y la historia del arte.
Carles Gelabert suele partir para sus creaciones de materiales encontrados en sus paseos y seleccionados por sus cualidades (volumen, forma, color, texturas, adherencias, líquenes), de muy diversa procedencia (minerales, vegetales o animales, terrestres o acuáticos, marinos o aéreos), y los afronta con la minuciosa pericia de un orfebre o un calígrafo iluminador, provocando la sorpresa y recreándose en los juegos de escala y los trampantojos, en los enriquecimientos recíprocos de las luces y las sombras, en las fantasmagorías. En contraste con ese virtuosismo sofisticado otras veces opta por técnicas primarias de talla o grabado con características similares a las de los petroglifos neolíticos.
En la exposición se pueden distinguir cuatro ámbitos claramente: 
- La sala principal está dominada por la luz y el aire, y las construcciones petreas se recortan aisladas, orgullosas y humildes sobre el fondo homogeneo.
- El espacio "fantástico" del fondo lo pueblan penumbra, profundidades marinas y quimeras aéreas, con el misterio como personaje omnipresente. Es el reino de los pecios, y en él vuela el cortometraje del comisario de la exposición, Juanma Valentín.
- Hay un espacio “metafísico”, el más escenográfico, en el que una serie de blancas construcciones ingrávidas provocan poderosas sombras que dan profundidad y misterio a la arquitectura del viejo almacén que las abarca.
- Por último, en el zaguán, un precioso retablillo montado sobre el amenazante hueco que ha dejado en el muro una vieja colmena y que enmarca, en medio del torbellino, tres construcciones pendientes en la cuerda floja
 entre un abismo y otro. Pura magia.
En toda la muestra es evidente el gusto surreal manifestado de formas diversas y complementarias, y se puede entender como un catálogo de los otros mundos que hay en este mundo, y como un recordatorio de que, para verlos, sólo hay que aprender a mirar.
La preciosa exposición, además del placer inmediato de su disfrute, provoca las ganas de saber más, de conocer mejor el sofisticado funcionamiento de las manos y el cerebro de su autor, los pormenores del demorado proceso de transformación de sus hallazgos en fascinantes creaciones personales. Estas "maquetas" (parádeigmas) quizá sean su intento por mantener despierto un reflejo perdurable de lo que fue la vida, una forma de preservar esa memoria perdida de la que poco más que muy escasos vestigios materiales nos quedan, unas maquetas que en las culturas mediterráneas orientales eran conocidas, significativamente, como "casas del alma".
Ningún lugar mejor que Lomos de Orios, y al cuidado del santero Pájaro, otro mago, para albergar este regalo, porque la ermita y su entorno tienen muchas de las cualidades que sintonizan como por ósmosis con tan bella colección. Se da en este caso una rara confluencia ideal para despertar en cualquier espectador lo que Rachel Carson llamó "el sentido del asombro".

Un regalo de año nuevo que nadie se debería perder.




1 comentario:

  1. Un honor conocer a Carlos personalmente, su humanidad y creatividad quedan reflejadas en sus obras tan inspiradoras

    ResponderEliminar