jueves, 7 de julio de 2022

Elogio de Rosa Castellot (IV)

Rosa Castellot. El Ebro en Briñas, primavera. 2012.
Es continuación de lo publicado en días anteriores.

(...) "A través de ese proceso asistimos a la paulatina supeditación de la línea en favor de la mancha, y su trabajo se hace más pictórico, cada vez más atento a los volúmenes y a la plasmación de la atmósfera que envuelve a los asuntos elegidos. Se amplían los formatos, que en las exposiciones suelen articularse de forma secuencial, y los equilibrados montajes que diseña demuestran su singular capacidad para valorar las posibilidades del espacio expositivo, al que aporta orden, claridad y sosiego.
En sus obras busca nuevas luces y enfoques, y van apareciendo otros horizontes ligados frecuentemente a los viajes, aunque sin abandonar nunca el jardín doméstico y los panoramas próximos, siempre fiel a su devoción por la vida discreta, por el silencio que envuelve el sosiego de lo íntimo.
Rosa Castellot. Crepúsculo II. 2021.
En Rosa se hace palpable el viejo axioma de que dibujar es desvelar, descubrir lo esencial a través del trabajo demorado sobre el atractivo motivo seleccionado, que siempre oculta su cualidad sustancial a la fugaz mirada cotidiana. Cada vez se hace más grande conforme gana en reflexiva autoexigencia, dejándose llevar por una actitud intuitiva en el mejor sentido de la palabra, de conocimiento basado en la percepción directa, inmediata, en la sensación.
Rosa Castellot. Jardín. 2015.
Si hay un hilo conductor en su trabajo de los últimos veinte años, que, evidentemente, lo hay, es su entusiasta afán por redescubrir el paisaje a través de su atención sistemática, su análisis pormenorizado, su interiorización ensimismada, la captura de sus matices esenciales, imprescindibles para su delicada plasmación final sobre el papel. Es un proceso largo y exigente, solo al alcance de las grandes vocaciones dotadas de capacidades técnicas a la altura de ese don privilegiado, que se manifiesta en la aspiración por trascender a lo inmediatamente evidente tratando de hacer visible lo invisible, patente lo intangible, verbalizar lo inefable y transmitir la emoción, transformando tan esforzado proceso en obra artística para el goce estético propio y para el espectador, que nunca agradecerá lo suficiente el privilegio que se le brinda.
Rosa Castellot. Tamarices. 2020.
Siempre me ha parecido muy interesante la relación que Rosa mantiene con la fotografía, mucho más compleja que su mero valor instrumental como fiable soporte memorístico, como imagen congelada imprescindible para su demorada forma de trabajo. Siendo importante esa relación utilitaria, creo que el nexo está más en consonancia con lo que todas las artes plásticas han ido absorbiendo de la fotografía desde la acelerada difusión de la técnica a mediados del XIX hasta hoy mismo, de manera natural, como por ósmosis, impregnándolo todo, transmitiendo la importancia primordial de la impresión, de la emoción, de la mirada subjetiva, del dinamismo, del fragmento, del encuadre liberado de la rigidez formal atribuida a la intención clásica.
Mirar atentamente, seleccionar el asunto, encuadrar delimitándolo, controlar la luz con la precisión de un diafragma, ajustar, reencuadrar añadiendo una segunda intención, definir simplificando, corrigiendo, enfatizando, prescindiendo de lo superfluo, extrayendo lo esencial , sólo lo imprescindible; fijar el instante, captar la sensación, jugar con lo enfocado y lo desenfocado, con la profundidad de campo y con la iluminación adecuada. Podría parecer la enumeración pormenorizadamente disgregada del complejo proceso mental de un fotógrafo que se concreta en el instante del disparo y en la segunda oportunidad del laboratorio, pero es también el trayecto mucho más dilatado en el tiempo de una dibujante con las cualidades y la sensibilidad de Rosa Castellot." (...)

Mañana acabamos.
Puedes ver los fragmentos anteriores pulsando en:
Rosa Castellot. El Ebro. Soto de Alfaro, verano. 2013.

No hay comentarios:

Publicar un comentario