F.G. Baños de Montemayor. 12.2021. |
Allí tengo madera, trozos de maderas de distintos árboles, trozos de una nogala inmensa y de un viejo roble que me ha ido regalando mi amigo Enrique, el ebanista de Cidones, y tarugos de enebro con que me ha obsequiado Miguel Ángel, el carpintero de Navafría, magníficos tarugos lisos, en forma de paralelepípedo, y otros sin desbastar junto a tablillas de pino, de cedro...
Trozos de la materia del tiempo, sólidos trozos de ahí. Los toco –los agarro, los palpo– y estoy, estoy con ellos o ante ellos, nada más.
Dejo, dejo resbalar las yemas de mis dedos por su superficie con la lentitud del silencio y miro sus vetas, miro la tonalidad de sus colores, sus nudos. Sin cesar de tocarlos ni de mirarlos, enseguida los huelo, los huelo y dejo que me evoquen, que me llamen a palabras, que convoquen imágenes: olor a enebro de mi infancia, olor a ahora, a ahoras de infancia, olor a ahora aún. ¡Cómo huele el aún, los aúnes!
Olor a materia, a tiempo, olor a lo que se da, a lo que desprende, a lo que es y tiene o lo hay, a lo que se da más o menos liso o áspero al tacto y más o menos liso o rugoso al hacer y a los nombres, a las imágenes.
Luego respiro, respiro hondo –aspiro– y tengo fuerza, empuje. Fuera huéspedes ingratos de mis más recónditas estancias.(...)
Adolfo Schlosser. El cielo sobre la tierra, instalado en el Patio Herreriano, de Valladolid. Foto F.G. |
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