jueves, 27 de junio de 2019

Viajar y volver, y volver a viajar

Llegar a casa con la pesada carga del cansancio acumulado.
Recoger del buzón la inútil correspondencia.
Pelear un rato contra las cerraduras.


Abrir las llaves del agua.
Subir las persianas y ventilar.
Revisar el frigorífico, las plantas, devolver los objetos a su lugar habitual.


Evaluar el desastre y tirar los despojos a la basura.
Escuchar los cada vez más improbables mensajes del contestador.
Deshacer la maleta.


Apilar las compras erróneas acumuladas estos días, percibidas ya como inútiles, como innecesarias.
Poner la lavadora.


Cenar cualquier cosa mientras ves un telediario incomprensible, abominando del mundo y de la gente, igual que antes de marcharte.
Pensar un rato en el disparatado esfuerzo que supone viajar.
Acostarse pronto.


Dormirse enseguida profundamente, sintiendo mientras tanto lo bien que se está en la propia casa, ese lugar tranquilo que aprecias como un puerto seguro, la torre fuerte de un castillo silencioso, y soñar de nuevo con partir rumbo a cualquier otra parte, conocida o mejor por conocer.
F.G. Una parte de la historia de San Vito dei Normanni. (I a VII). 05.2019.
(Con un recuerdo para Mayte Bellido, José Miguel León y Victoria Sotés, excelentes compañeros de viajes de todo tipo)

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