jueves, 13 de junio de 2019

El pájaro de Alange


F.G. El pájaro de Alange. Ensamblaje de objetos encontrados. 05.2019.
Caminar por el lecho de un embalse temporalmente desocupado es tan placentero como hacerlo por el ondulado territorio pulido por un viejo glaciar, aunque completamente diferente. Si el embalse se ha formado por una presa artificial (un pantano, para entendernos) es muy probable que te encuentres con restos de edificaciones, explotaciones agrícolas y ganaderas abandonadas, caminos y carreteras, puentes bien conservados y, a lo que vamos, restos de la cultura material de sus antiguos pobladores, muchas veces expulsados de sus raíces por decisiones superiores no compartidas. (También te encuentras a pastores ensimismados con rebaños disfrutando de la ternura de un mundo renacido, con pescadores de poco riesgo y, lamentablemente, con los salchuchos y la porquería que acompaña a la invasión de los “todoterrenos”. Pero esa es otra historia.) 

Junto a los baños romanos de Alange, en las proximidades de Mérida, se construyó a finales del siglo pasado una presa para administrar las abundantes y desiguales aguas del río Matachel, poco antes de su desembocadura en el Guadiana. Tras los desembalses y estiajes se puede pasear conviviendo apaciblemente con la variada avifauna que lo puebla o que lo aprovecha en sus migraciones.
Entre otros pecios del naufragio de tantas vidas desplazadas de su rural modo de vida encontré dos singularmente hermosos, que enseguida empezaron a relacionarse sobre la mesa del taller. Solo había que dejar que pasara el tiempo para determinar, si era posible la convivencia, las condiciones de tal “contrato”. Una vez determinadas las características y estrechez del vínculo, entendido como la plasmación de un pájaro que despega paulatinamente de la superficie del agua estancada y emprende el libre vuelo, había que llevarlo a cabo. Nada mejor que recurrir, como siempre que se puede, a “la ayuda de la amistad”: el excelente escultor Félix J. Reyes me acogió por una tarde como zarramplín y llevó a cabo con igual maestría que paciencia un trabajo engorroso y pejiguero del que sacó un provecho sorprendente. Todo resultó virtuoso, y hasta los accidentes de la deteriorada madera jugaron a favor del esperado fruto. 
Y es que siempre, para todo, hay que tratar de relacionarse con los mejores. Porque, además, suelen ser los más generosos.


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