Henri Langlois delante del cartel y el Cinématographe de los hermanos Lumière, durante una entrevista con Eric Rohmer y Michel Mardore para Cahiers du Cinéma. Septiembre de 1962. |
(...) y luego, después de leer por la mañana de ocho y media a doce, las incursiones vespertinas a la Cinémathèque justo en la otra orilla del río, sólo un franco la entrada con su antiguo carné de estudiante de la Riverside Academy, al que el acomodador ni siquiera echaba una mirada para comprobar su validez, el primer archivo del mundo, el mejor y más grande, fundado por el quijotesco Henri Langlois,
Henri Langlois rodeado por Sergei M. Eisenstein |
el cinéfilo de todos los cinéfilos, y qué curioso era ver films británicos con subtítulos en sueco o cine mudo sin acompañamiento musical, pero aquella era la Ley Langlois, SIN MÚSICA, y aunque a Ferguson le costó algún tiempo acostumbrarse a una palabra absolutamente muda y a una sala sin sonidos salvo las toses y estornudos del público y algún que otro chasquido del proyector, llegó a apreciar la fuerza de aquel silencio, porque muchas veces ocurría que oía cosas mientras veía aquellas películas, el ruido de la puerta de un coche, el de un vaso de agua cuando lo depositaban sobre una mesa, una bomba que estallaba en un campo de batalla, el silencio de las películas mudas parecía provocar un frenesí de alucinaciones auditivas, lo que algo decía de la percepción humana, discurría él, y de como se percibían cosas cuando uno participaba emocionalmente en la experiencia, (...)
Paul Auster. 4321. Seix Barral, 2017.
Henri Langlois, el guardián del tesoro. |
Nada extraño a fin de cuentas: es lo mismo que pasa con las palabras, con los libros. Cuando lees con la debida atención una buena novela, cuando te dejas absorber por un poema digno de tal nombre o caes fascinado por los reveladores diálogos de una obra de teatro, todo suena en tu cabeza, lo evocado y lo desconocido.
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