Rosalía. Foto: Óscar García. |
Rosalía Vila se ha convertido (a sus 24 años y seguramente
sin pretenderlo) en un fenómeno “popular” con muchos aspectos extramusicales
(con polémicas artificiales sobre raza, geografía, belleza o gentrificación que
nos llevan, otra vez, al negro túnel del tiempo, aunque ella aproveche su
presencia en los medios para dar opiniones interesantes y matizadas). La
revista rockdelux ha considerado su primer disco, Los Ángeles, como la mejor
edición española de 2017, y la asociación de periodistas musicales le otorgó,
por el mismo motivo, el último premio Ruido. Afortunadamente, además de a los
medios de comunicación atrae a un amplio público, básicamente joven, aunque también
gusta a la parte más curiosa del público flamenco tradicional. Incluida
reiteradamente en la programación de festivales indies, su proyección internacional
se acelera, y ha sido nominada en los Grammy dentro de la categoría de mejor
nuevo artista.
En ese `estado de cosas´ llegó Rosalía al salón de columnas
del teatro Bretón (que se quedó más pequeño que nunca ante tanta expectación) y
dio un concierto singular, mostrando a placer sus grandes cualidades y lo que,
seguramente, la define y la hace distinta: su actitud hacia el flamenco, que se
manifiesta en el respeto de la tradición, pero haciéndola propia,
interpretándola a su manera y conforme a su necesidad.
Luis Masson. Mujer sevillana. |
Canta Rosalía como “hacia dentro”, para sí misma, a media
voz, potenciando la intimidad, la emoción, como en un puro susurro, en un hondo
lamento: como quien recuerda el cante. Su espacio idóneo no es ni un cuarto de
cabales ni un tablao para espectáculo: su actitud parece reclamar un ámbito
doméstico, de trabajo compartido, de confidencia, de retiro, casi de soledad.
Es la suya una voluntad de proximidad, de corta distancia, y las dimensiones
del salón de columnas y la tenue Iluminación del lugar, muy matizada,
tenebrista por momentos, recalcó esa intención.
Rosalía ha crecido como artista desde la afición y el gusto
personal, desde el círculo de amigos, y no, como en otros casos igual de
válidos, desde la raíz, a través del conocimiento asimilado en la familia. Y su
gusto y sus capacidades son idóneos para las virtudes de los cantaores antiguos
(y no tanto) que podríamos llamar, simplificando bastante, “marcheneros”, devoción
reconocida y confesada en la que coincide con buena parte de lo mejor de la nueva
generación de cantaores.
Ella logra que su voz
dúctil, flexible, su sorprendente capacidad para el melisma y la filigrana,
aparezcan en el concierto (más que en el disco) como una forma expresiva
natural y relajada, libre de la exigencia que su complejidad técnica parece
exigir.
Francis Picabia. La española. 1917-20. |
Empezó Rosalía, cargando el ambiente de emoción y misterio,
con una media granaína que hiciera famosa Manuel Vallejo (Con un suspiro le pago),
continuando con un vibrante mirabrás, todo temblor, para llegar al Aunque es de
noche que musicara Enrique Morente por tangos a partir del poema de San Juan de
la Cruz, en una versión de compás muy cargado y ligeramente acelerada: seguro
que los dos maestros darían el placet. Sin duda. Después, la milonga La hija de
Juan Simón, que popularizara Antonio Molina, cogiendo los corazones del
respetable en un puño y haciéndonos partícipes de la dramática historia del
enterrador, demostrando, sobre el brillante trabajo del maestro Alfredo Lagos,
que Rosalía canta como el que cuenta, como el que sabe una historia puesta en
letra de canción y la interpreta con todo interés, con toda la intención, con
todo el cuerpo.
Salvador Dalí. Pierrot tocando la guitarra. 1925. |
Rosalía canta “antiguo” en intención y repertorio, y cultiva
una sentimentalidad en la que el dolor íntimo de la muerte y la pérdida resulta
omnipresente. Como intérprete, además de sus enormes cualidades vocales, tiene
la capacidad de “transmitir”, y saca un enorme partido a su expresividad
intuitiva (movimiento escénico, pitos, palmas, movimiento de manos y brazos, etc.),
a una gestualidad natural liberada de los corsés que demasiado a menudo lastran
a los intérpretes flamencos.
En lo puramente musical, sacrificar –o, al menos, atenuar- el
metal de la voz, su brillo, su capacidad y facultades, a una opción estética “antigua”
(“canta como una vieja”, dicen que dijo muy elogiosamente Pepe Habichuela tras
escucharla) conlleva el riesgo de resultar monótona, y el afán por cantar a
media voz puede dificultar la claridad de la dicción y de llegar adecuadamente
al público.
Joan Miró. Bailarina española.1928 |
Pero esa hipotética circunstancia no se dio el pasado viernes en
Logroño. Aquí tuvimos la suerte de que Alfredo Lagos urdió la trama y sobre
ella Rosalía bordó el cante.
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